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Chicho Sibilio, el jugador de esmoquin

Marcó una época legendaria en el Barça y en la selección española, formó el triángulo mágico con Solozábal y Epi

Robert Álvarez
Chicho Sibilio, en un partido con el Barça
Chicho Sibilio, en un partido con el Barçaefe

Un día, jugando de pitcher, le enviaron varias bolas fuera del estadio. Cogió tal rabieta que dejó el béisbol y se dedicó al baloncesto. Así era Cándido Antonio Chicho Sibilio, uno de los mejores anotadores que ha jugado en Europa desde la década de los ochenta. Marcó una época legendaria en el Barça y en la selección española, formó el triángulo mágico con Solozábal y Epi, el cuarteto de la muerte con De la Cruz, el quinteto de leyenda con Norris y el sexteto con Andrés Jiménez y la selección de la plata del Eurobasket 83 también con Corbalán, Iturriaga, Margall, Fernando Martín y Romay. Nació hace 60 años en la República Dominicana. Con la selección de su país jugó un torneo en Barcelona.

El entrenador del club azulgrana, Ranko Zeravica le echó el ojo y le encargó al directivo del club, Eduardo Portela, su fichaje. Tuvo la suerte de que la madre de Chicho no confiaba en la tutela de una universidad de Estados Unidos y prefiriese la oferta, educación y alojamiento de su hijo con una familia de Barcelona con la que ya vivía otra promesa del club azulgrana, Juan De la Cruz. El pívot argentino ejerció de padre, hermano mayor y amigo. Allí, cuando tenía 17 años empezó todo, una carrera de leyenda que corrió paralela a la de un equipo mítico. “No bastaba con jugar, tenías que identificarte con el club. Manolo (Flores), Nacho (Solozábal), su vida era el Barça. Nos enseñaron a querer el club. Me considero culé de toda la vida”, explicó Chicho a Lluís Canut en el programa ‘Quan s’apaguen els llums’ de TV3 en la última de las pocas visitas que de Chicho a Barcelona. Prefería “dormir bajo un cocotero” en su tierra natal, como bromeaba. Una broma relativa porque ese apego a sus raíces le llevó a renunciar a veces a la selección española con la que debutó en los Juegos de Moscú-80 tras dos años de espera para nacionalizarse. Desconectaba y jugaba la liga de verano de su país. Y así fue como perdió la ocasión de ganar la medalla de plata en los Juegos de Los Ángeles 84. Siempre mantuvo que no se arrepintió.

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Con la perspectiva del tiempo lamentó no haber sido algo más políticamente correcto con sus entrenadores. Un día desesperó a Antoni Serra, otro al seleccionador Antonio Díaz Miguel y al final se las tuvo tiesas con Aíto García Reneses. “Es una rabieta de patio de colegio”, dijo después de que le dejase sin minutos tras el desastre en la Final Four de 1989 ante la Jugoplastika. No quiso rectificar y ello le llevó a fichar por el Baskonia tras 13 años en el Barça, con cinco ligas, ocho Copas, dos Recopas y una Korac en su palmarés. Méritos que, unidos a su juego elegante y espectacular eran susceptibles de que el club retirase su camiseta con el número 6. Algo que no sucedió y que muchos reivindican. En el Baskonia le costó ser el líder que se esperaba que fuera el primer año. Pero el segundo, con Laso, Rivas y Arlauckas, asumió otro papel y fue el Mejor Sexto Hombre de la Liga ACB. Dejó una gran huella en Vitoria.

Primer título europeo

Fue tan decisivo en el primer título europeo del Barça, la Recopa de 1985 con 29 puntos en la final ante el Zalgiris de Sabonis, como inexplicablemente nulo en la final de la Copa de Europa un año antes con cuatro puntos ante el Banco DiRoma. Y Nacho Solozábal bromeaba con él diciéndole que había dado la única asistencia de su vida precisamente a él. Solozábal metió aquél triple en el último segundo que selló un triunfo histórico en la final de Copa de Valladolid de 1988 contra un Madrid arrollador. La jugada se había concebido para Chicho, pero al ver que Martín, Alexis y Llorente se le echaban encima, se la dio a Nacho.

Su clase como jugador, un ala-pívot de dos metros reubicado como alero tirador, le redimió. Llegaba tres minutos antes de cada entrenamiento o directamente tarde y tuvo que pagar muchas multas, traducidas en cenas a sus compañeros. Era supersticioso. Llevó una camiseta de 1982 mucho tiempo bajo la del Barça y renegaba de la sal, las escaleras, los gatos negros. No fue hábil ni tuvo suerte con los negocios. “La asimilación del final de la vida de un deportista no llega tan fácil como llegaba el dinero, y es un problema no reconocerlo”, admitió. Tras su retirada, regresó a la República Dominicana. Fue entrenador durante un tiempo. “Utilicé la misma filosofía que Aíto, que tiene éxito porque lo analiza todo mucho y pierde mucho tiempo en mejorar a cada jugador, como lo hizo conmigo”, reconocía pese a sus diferencias con su extécnico.

Chicho se implicó en la política para ayudar a los jóvenes deportistas de su país. Y en los últimos añadió una academia de béisbol a la academia de baloncesto que ya dirigía. Hasta que el sábado falleció a consecuencia de la diabetes que sufría desde hace tiempo. Tan querido como a veces incomprendido, pero siempre admirado por su jogo bonito, por esa elegancia en el tiro propia en su época de los cañoneros lituanos y ahora, pongamos que de Kevin Durant, Chicho Sibilio fue uno de esos contados jugadores que merecía haber competido vestido con esmoquin, un artista.

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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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