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El ciclismo español cultiva la paciencia

Enric Mas y Marc Soler ofrecen señales de ‘hombres Tour’ en formación y crecimiento, mientras Landa acusa el Giro

Carlos Arribas
Enric Mas, entrando a meta en la 18ª etapa del Tour disputada entre Embrum y Valloire.
Enric Mas, entrando a meta en la 18ª etapa del Tour disputada entre Embrum y Valloire.Y. YANSENS (DPA)

Enric Mas (24 años), Marc Soler (25) y Mikel Landa (29), dos jóvenes en crecimiento y un veterano ya hecho, marcharon al Tour desde España. Dos pensaban en aprender y seguir aprendiendo, y el tercero quería hacer algo señalado, una etapa épica y mítica o un podio, por ahí. Los que fueron a aprender aseguran que aprendieron, y están satisfechos con lo que hicieron, y sus maestros también; el que iba a por algo atacó a lo grande y encendió las expectativas de que algo grande acabaría haciendo. Acabó, sin embargo, casi pidiendo la hora. Tampoco llegó al podio, terminó sexto. Había corrido el Giro antes, donde fue cuarto y también exhibió temperamento audaz y atacante, y la falta de algo, una chispa, una intuición magnífica, mucha suerte.

Pastoreándolos estuvo Alejandro Valverde, el gran veterano (39 años), el campeón del mundo, el padre espiritual del pelotón español que intenta imponer orden en su equipo, en fin de ciclo, y sufre una contradicción de campeón. El orgullo le impide dejarse ir para intentar ganar etapas en fugas lejanas, como acaba haciendo Nibali; la codicia de los rivales, la gran forma de los jóvenes que matan por ganar una etapa del Tour, le impide pelear de igual a igual con los mejores, con los que trata de igual a igual hasta los últimos metros. Termina noveno en la general, un puesto que permite, al menos, alabar su regularidad y su compromiso a los 39.

Frente al mundo millennial que acogota el ciclismo mundial con genios prematuros y niños prodigio, y un ganador de Tour de 22 años, Mozarts del pedal everywehre, España sigue cultivando la paciencia, la filosofía que dio a la luz a su gran genio ciclista, Miguel Indurain, quien hasta los 27 no se consideró que estaba preparado. “España es un país de genios tardíos”, define Eusebio Unzue, el director del Movistar, uno a quien le dan alergia los prematuros y a quien lo que más le ha alegrado el ojo en un Tour por debajo de las expectativas —ganando la clasificación por equipos han demostrado que tenían el conjunto más fuerte; quedándose cortos en los demás objetivos, aun contando con la etapa de Nairo despechado, y dando que hablar por las presuntas fricciones entre sus líderes, han sufrido la frustración de no haber influido en la carrera tanto como querían— ha sido comprobar cómo

Marc Soler crece y aprende el Tour en todos los sentidos, incluido el mental, o la actitud, como también se llama. El Tour del 18 lo terminó el ciclista catalán, de 25 años —ganador del Tour del Porvenir con 21 y de la París-Niza con 24— con una gran demostración en la contrarreloj de Espelette, una señal de talento; el de 2019, el Tour que se jugó en la montaña, ha visto las demostraciones de Soler en los Pirineos y en los Alpes. En el Muro de Péguère, el domingo 21, y en el venerable Izoard, el jueves pasado, pudo llegarse a pensar incluso, salvando todas las distancias salvables, claro, en comparar a Soler tirando de Landa con tanta solidez y eficacia que por detrás solo se oían quejidos y maldiciones, con el Indurain que antes de afrontar solo al destino tiraba de Perico en valles y puertos. “Muy bien, muy bien”, dice Unzue. “Marc ha madurado muchísimo y ha aprendido. Estoy muy contento”.

A Enric Mas nunca se le pillará en un renuncio. Ante una afición que soñaba viéndolo de maillot blanco en su primer Tour y pensaba que el segundo puesto en la Vuelta era fácilmente traducible por un gran puesto en Francia, el ciclista mallorquín, debutante de 24 años, ha opuesto todo el Tour un discurso de sensatez y madurez. “Vengo a aprender”, dijo el primer día. “He venido a aprender y he aprendido mucho”, dijo 15 días después cuando en los Pirineos topó con sus límites, voluntariamente buscados, y debió olvidarse de los objetivos secundarios, los musitados en voz baja, un top ten, una presencia entre los mejores en la montaña. Aprendió lo que es un desfallecimiento, aprendió viendo a Alaphilippe a su lado todos los días, lo mucho que puede pesar un maillot amarillo, aprendió a resurgir. En los Pirineos tuvo que dedicarse a disfrutar del paisaje para olvidar su pena; en los Alpes, los últimos días, no tuvo oportunidad de pasear: recuperó las fuerzas y la voluntad y apretó los dientes para que su Alaphilippe, a su rueda, llegara lo más lejos posible.

El próximo Tour, ambos aprendices, el que se parece a Indurain y el que se parece a Contador, seguramente compartirán equipo en el Movistar, y ya se exigirán un poco más aún. Hasta los 27.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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