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LAS PÁGINAS AMARILLAS

El bidón de plomo de Jean Robic

El francés se colocó líder del Tour tras poner un peso de 9,9 kilos para bajar el Tourmalet

Jon Rivas
Robic, en el Tour de 1947,
Robic, en el Tour de 1947,

Jean Robic ganó el Tour de 1947, el primero tras la II Guerra Mundial, sin haber vestido de amarillo en toda la carrera. Se lo llevó en la última etapa. Era tercero, atacó al líder y le prometió a Fachleitner, que iba quinto, 100.000 francos si le apoyaba en la empresa. El italiano aceptó. Al final del Tour recibió un cheque firmado por Robic, el ciclista de las Ardenas, que corría siempre con una chichonera después de la fractura de cráneo que sufrió tras caerse en las vías del tranvía de Amiens durante una París-Roubaix. El ciclista francés sólo se enfundó el maillot de líder ese día, y en la etapa Luchon-Albi de 1953, el día del bidón de plomo.

Tenía poca estatura y mal carácter. En el pelotón temían sus salidas de tono, sus quejas, sus gruñidos. Era un buen escalador pero bajaba mal, por su escaso peso, así que en el Tour de 1953, entre él y su director deportivo, Leon Le Calvez, idearon una estratagema en el hotel de Pau, durante la jornada de descanso. Acudieron ambos a un instalador de calefacción. Le llevaban un bidón metálico, de los habituales en las bicicletas del Tour, y le pidieron que lo llenara de plomo fundido. El resultado fue un bloque de 9,9 kilos de peso, que Robic debía poner en su bicicleta durante el descenso del Tourmalet.

Tenían que elegir la escena y el escenario. Fue a pocos metros de la cima. El ciclista simuló una avería en el manillar, para evitar ser observado por los comisarios de la carrera. Robic debía bajarse de la bicicleta y simular el ajuste del manubrio, pero se le olvidó la señal que había acordado con Le Calvez. El director, sin embargo, reaccionó rápido. Saltó del coche con el bidón metido en la chaqueta, se acercó a su corredor y lo colocó discretamente en el portabidones del manillar.

Parecía una idea genial, pero no habían contado con que el bidón en la parte anterior de la bicicleta, la desequilibraba, se convirtió en una máquina incontrolable, que daba bandazos. Robic se cayó dos veces, la lata se fue por la ladera. El corredor estuvo rápido y la recuperó; se la lanzó a un espectador, que se tambaleó bajo el peso que no esperaba. Al final, el director la recogió, y se lo volvió a entregar en el Aspin.

Aunque Robic fue primero en la meta de Luchon y se vistió de amarillo, nunca más volvió a utilizar la añagaza. La historia habría pasado desapercibida, pero Le Calvez la contó en Ouest France. El Tour tomó medidas: nunca más se podrían llevar bidones que no contuvieran líquido.

Robic murió en 1968 en un accidente de coche. Su Audi 100, en el que viajaba con la mujer de un excompañero, se estrelló contra la trasera de un camión. Salía de una fiesta organizada por Zoetemelk. Quisieron retenerle, trataron de quitarle las llaves, pero se empeñó en marcharse. No había huellas de frenazo, se quedó dormido, había bebido.

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