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Locura en Bruselas

La victoria de Odile Defraye, el primer belga que ganó el Tour en 1912, sacó a la calle a toda la ciudad en su recibimiento

Jon Rivas
Odile Defraye, cargado por un hombre tras ganar el Tour de 1912.
Odile Defraye, cargado por un hombre tras ganar el Tour de 1912.

Cansados, llenos de barro, doloridos después de 317 kilómetros, los ciclistas de aquel Tour de 1912 cumplían un curioso ritual al llegar al Parque de los Príncipes en París. Después de cruzar la línea de llegada, se daban un baño pero después debían atravesar a hombros de los voluntarios la distancia que les separaba de los vestuarios para no mancharse de nuevo en el suelo embarrado.

Odile Defraye sonreía a la cámara montado a caballito de un hombretón, rodeado de señores trajeados y con sombrero, vestido de blanco tras quitarse de encima la mugre de 5.289 kilómetros, de 15 etapas interminables. Aquel 28 de julio se convirtió en el primer ciclista belga que ganó el Tour.

"Después de la ducha y un buen masaje, impecablemente vestido, como si fuera un simple espectador, dio la vuelta de honor, mientras el 101 regimiento de infantería tocaba la Brabançonne, el himno nacional de Bélgica. Se agitan banderas de su país", explicaba L´Auto al día siguiente. "Estoy feliz, satisfecho, ahora ya no tengo peligro de perder el Tour", fueron sus palabras en la meta. Nada más. Ni entrevistas, ni declaraciones rimbombantes.

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Mientras, en su país, se desataba la locura. La fama del Tour había atravesado las fronteras. En su décima edición era ya la carrera más importante del año y a Defraye le esperaba un recibimiento apoteósico en Bruselas. El 30 de julio, salió de París a bordo del vehículo descapotable del periódico belga Velo Sport acompañado por Alphonse Baugé, director deportivo de su equipo, el Alcyon. Antes había acudido a las oficinas del Tour a despedirse de los organizadores. Allí, en la calle de Faubourg Montmartre, se montó tal tumulto, con miles de entusiastas, que la policía tuvo que cerrarla al tráfico. "¡Larga vida a Defraye, larga vida a los belgas!", le gritaban.

La noticia de su viaje había sido publicada el día anterior, así que en todos los pueblos de Francia le esperaban para homenajearlo, pero nada más atravesar la frontera por Erquelines se desató la locura. La comitiva se detuvo en Binche, para dormir, y allí fue recibido como un rey. El pueblo estaba de fiesta. Hubo flores, regalos, discursos y un banquete en su honor. Al día siguiente, a las cinco de la tarde, Defraye llegó a Bruselas. El Parque del Cincuentenario estaba repleto de gente desde cuatro horas antes. El tráfico estaba cortado ante el entusiasmo popular. Los aficionados se subían al techo de los tranvías, a las farolas. El coche de Defraye, conducido por su colega Cyriel Van Houwaert, no podía avanzar entre la muchedumbre. El campeón saludaba con su rostro quemado por el sol de julio. Tenían que llegar a las seis al hotel Metropole, pero a las 19.30 todavía estaban muy lejos. Cuando por fin llegó, fue agasajado por las autoridades. Después se reanudó el recibimiento. Esa misma noche regresó a París. Tenía que correr varias pruebas en el velódromo Buffalo, pero aquel 31 de julio de 1912, Bruselas se rindió por primera vez al Tour.

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