El trueno del Celtic en Lisboa
La primera Copa de Europa ganada por los escoceses, en 1967, marcó un cambio de tendencia en el fútbol que a España le hizo mucho daño
La primera Orejona la ganó el Celtic en 1967. El cambio de diseño de la Copa de Europa coincidió con un cambio de tendencia. Las cinco primeras se las había adjudicado el Madrid, luego dos el Benfica, una el Milan, dos el Inter y de nuevo el Madrid. 11 ánforas romanas, 11 títulos latinos. En 1967 se designó para la final el estadio Jamor, de Lisboa. Hasta ahí llegaron el Inter y el Celtic.
Era el Inter del maléfico Helenio Herrera, el de las declaraciones provocadoras. Su Inter era un equipo especulador, al que le gustaba ganar por un gol porque no podía hacerlo por medio. Un equipo parapetado atrás, con Luis Suárez lanzando a un par de delanteros rápidos.
El Celtic era el ataque constante, con juego brioso y agresivo, el regate del menudo extremo Johnstone y un lateral izquierdo altísimo que iba y venía, y soltaba unos tremendos cañonazos desde lejos, llamado Gemmell.
Justo antes de la final, Helenio Herrera sufrió un contratiempo severo: las lesiones de Luis Suárez y Jair: el lanzador y el hombre más veloz. Eso desmontaba su forma de llegar al gol. Trató de revertir el pesimismo y declaró que, como son los dos únicos extranjeros, saldrán 11 italianos y eso reforzará el espíritu del equipo. Pero dejó en casa a su hijo adolescente, Helenito, con el que coincidí en la mili. “Vamos a perder, hijo, no quiero que te lleves el disgusto”, le dijo.
El Celtic lo entrenaba Jock Stein, aquel que años más tarde moriría en acto de servicio en el banquillo del Ninian Park, al finalizar un Gales-Escocia. Se cuidaba de tener a los suyos bien alimentados: para Lisboa cargó 60 libras de carne de steak de Aberdeen Angus, 40 chuletas de cordero lechal de Pertshire, 10 libras de bacon de Yorkshire, 10 libras de salchichas de Glasgow, 18 moldes de pan escocés, 12 libras de tomates de Escocia y 10 libras de té. “Entregaré esto personalmente al cocinero del hotel y le instruiré para que lo haga a nuestro estilo”.
Semejante desprecio a la comida local le podría haber puesto en contra a la afición lisboeta, pero estaba muy reciente la final de 1965, en la que el Benfica se vio obligado a jugar en San Siro y perdió ante el Inter. Aunque Helenio Herrera se esmeró en hacer elogios a Lisboa y Portugal, el público local se sumó a los 12.000 escoceses desplazados. Solo viajaron 2.000 italianos.
El día fue el 26 de mayo, la hora las 18.00. Luz natural. Sandro Mazzola pisa por primera vez el campo en el que su padre, Valentino, jugó su último partido, al regreso del cual el Torino se estrelló en Superga.
Arbitra el alemán Tschenscher, que a los siete minutos señala penalti por derribo de Clark a Capellini en el primer ataque aislado del Inter, que ya sería el último. Mazzola lo transforma con seguridad.
Lo que sigue es una furiosa ofensiva del Celtic. Sin el recurso de los lanzamientos de Luis Suárez a Jair o Capellini, el Inter se mete en su área donde defiende por acumulación. El Celtic va y va, por un lado y otro, por alto y por bajo, bombardea. El Inter de la época se movía bien en eso, con una extraña calma. Lo vi así dos veces en el Bernabéu, ante el Madrid ye-yé, y alguna más en partidos televisados. Relajados en el agobio, con todos atentos al suyo y el líbero Picchi cerrando brechas. En última instancia, Sarti, que esa tarde paró horrores, o la madera.
El Celtic no podía hacer más, pero sí insistir en lo que venía haciendo. Al fin, en el 63 hay un terrible cañonazo del lateral Gemmell desde fuera del área, que atraviesa toda la muralla y Sarti no llega. El Inter no se inmuta: aún tiene a mano la prórroga y quizá un desempate. Así hasta que en el 83 marca Chalmers, rectificando la trayectoria de un disparo de Wallace hacia el que se había lanzado Sarti. 2-1. Se acabó.
Europa celebra el fin de la tiranía del Inter, acoge con entusiasmo la victoria del joven Celtic y exalta el fútbol fuerza. De golpe, el fútbol latino empieza a ser motejado de lento y superado. En España, nuestra selección había perdido en la víspera 2-0 en Inglaterra, con lo que los dos efectos se suman.
El Inter había contaminado España con su cerrojo. Ahora se unirá a eso la exaltación del fútbol fuerza, con desprecio por los jugadores técnicos. Los Velázquez, Marcial y Germán serán excluidos de la selección. Las canteras se dedicarán durante años a buscar grandotes con patada larga, en lugar de regateadores o constructores inteligentes. Fue un gran partido, pero aquí hizo un daño que tardamos en curar.
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