Kane, el mejor ‘9’ en el mercado
El delantero es un inglés que juega como si no lo fuera. Tiene pausa, la serenidad del que controla lo que sucede a su alrededor y unos pies tan dotados para el pase filtrado como para el tiro duro.
Lo nuevo y lo viejo. La relevancia excepcional de la Copa del Mundo es inamovible desde su creación por su fuerza representativa. Son naciones que juegan. La Champions, en cambio, crece cada año como símbolo, como espectáculo y como guadaña. Como símbolo porque expresa la dirección hacia la que va el fútbol: desde los rituales hasta la comercialización y la expresión de una tendencia cada vez más aristocrática del juego más popular. Como espectáculo porque hoy, sencillamente, se para el mundo por un partido. Y como guadaña porque el gigantismo de la Champions ha reducido a las competiciones nacionales hasta el punto de que a entrenadores que ganaron sus Ligas con autoridad, como Valverde, Tuchel o Allegri, los representamos como fracasados. El Wanda le presta su escenario a todo lo nuevo que representa la Champions, pero la seducción está en lo viejo: la incertidumbre del resultado y el talento de los jugadores.
El zorro, el puercoespín y el fútbol. El Tottenham superó resultados adversos, rivales de distinto signo y bajas inesperadas que lo obligaron a exprimir las singularidades de todos sus futbolistas. Es un equipo que, como el zorro, sabe muchas cosas y esa capacidad para adaptarse al cambio lo trajo hasta aquí y le dotó de una confianza nuclear. El Liverpool, en cambio, sabe una sola cosa, pero la emplea con la eficacia del puercoespín cuando enseña sus púas. Así como Salah corre culebreando, Mané lo hace en línea recta. Los dos se dirigen a la portería contraria para culminar una jugada que empezó en una duda, en un descuido, en una pérdida inoportuna, y quizás letal, del equipo contrario. Los dos equipos se conocen muy bien y desde hace tres semanas trabajan sobre estas hipótesis. Pero el enemigo es el fútbol, que los está esperando con alguno de sus insólitos planes.
Cirujano y carnicero. Harry Kane es un inglés que juega como si no lo fuera. Tiene pausa, la serenidad del que controla lo que sucede a su alrededor, una buena visión panorámica y unos pies tan dotados para el pase filtrado como para el tiro duro. Aunque lleve el nueve en la espalda juega con la relajación del futbolista y no con la obsesión del goleador. La obsesión enfoca y la relajación ensancha, y Kane tiene talento para las dos cosas: un futbolista que marca goles. En el área, encuentra todos los balones perdidos y gana todos los centros al mejor postor, sin poner cara de velocidad y con el instinto filoso de los goleadores. Filo para el que puede utilizar el delicado cuchillo del cirujano o el brutal cuchillo del carnicero. Pruebas de que estamos, para mi gusto, ante el mejor delantero centro que ofrece el mercado.
Temperamento institucional. Hay equipos que se sienten ganadores aún perdiendo y otros que, ganando, tienen pulsión perdedora. No tiene que ver con el último resultado sino con corrientes más profundas; tampoco depende de un personaje en particular, sino de una personalidad colectiva. Para entenderlo hay que escarbar en la historia porque la fortaleza o la debilidad están en la naturaleza de los clubes. El Real Madrid pasa periódicamente por crisis que parecen terminales y, sin embargo, sale de ellas con una seguridad granítica, como si el fútbol le perteneciera. Por esa razón le sienta tan mal el victimismo. El Barça lleva 25 años presumiendo de estilo y logrando mejores resultados que nunca, pero le basta un tropiezo para que se filtren miedos atávicos que provocan dudas en todas las direcciones. Por esa razón la poderosa personalidad de Cruyff desafiaba todos los días el ambiente derrotista del “entorno”. Como si ganar o perder, antes que un problema estadístico, fuera de actitud institucional.
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