La melancolía de Messi
El Barcelona solo consigue empatar frente a un Eibar que encerró al rival en su campo
El Barcelona se lo tendrá que hacer mirar de aquí a la final de Copa del sábado. Si lo que preparó Ernesto Valverde era un ensayo de cara al choque frente al Valencia, está claro que le quedan muchas piezas por ajustar. El Eibar, entusiasmado por jugar otro año en Primera, le dio un repaso en cuanto a actitud e intensidad. En Ipurua no se puede jugar a medio gas. Messi está melancólico y eso lo nota su equipo.
En Eibar hubo fiesta. Estaba preparada en la Plaza Unzaga, el epicentro de la vida social del pueblo. Las celebraciones van por estratos sociales, y el Eibar es la clase obrera de LaLiga, así que se festejaba la permanencia, ese pequeño milagro que cada año protagoniza el equipo guipuzcoano, la aldea de Asterix, que sumará su sexta temporada en la máxima categoría. Tocaba Su Ta Gar, el grupo heavy que arrasa en Euskadi. Su nombre tiene diferentes acepciones. Fuego y llamas es la traducción literal del euskera, pero también se puede interpretar como “A tope”, o “A sangre y fuego”. Todo ello le cuadra a la perfección al Eibar, que no se toma ni un respiro, que aprovecha cualquier debilidad del rival.
Por eso se atrevió a encerrar al mortecino Barça en su campo. El tiempo todavía no ha curado las heridas de Anfield, que se notan en cada acción, en cada decisión. Todavía se ve un Barcelona de moral frágil, vulnerable, que recuerda cada gol del Liverpool como quien siente una cicatriz antigua cada vez que cambia el tiempo.
El fútbol se jugaba en campo del Barça, presionado por el rival, sin encontrar pasillos, con Messi sin querer saber nada del mundo y el resto, agobiados por el fuego y las llamas eibarresas, que se sustanciaron en el gol de Cucurella, cuña de la misma madera, que recibió de Enrich, un depredador silencioso, para, con un disparo duro, empezar a percatarse de que Cillessen no iba a tener su día de gloria.
Se habían jugado 20 minutos y el Barcelona solo había asustado tras un error defensivo de los hombres de Mendilibar, que propició la carrera de Sergi Roberto y la intentona de Messi al que Ramis le cerró la puerta.
Y pasaron diez minutos más hasta que espabiló el equipo de Valverde, al que se le reflejaba en el rostro la preocupación por la imagen que estaba dejando su equipo. Messi abandonó por unos instantes su misantropía y en un par de minutos le cambió la cara al partido. Primero recibió de Arturo Vidal, para quedarse ante Dmitrovic y meterle la pelota por donde casi no cabía; después, arrancando desde su campo, tras recibir de Rakitic, y batir al portero del Eibar con una vaselina. Un contragolpe letal, casi el único de una primera parte incómoda para el Barcelona, que se iba a hacer más desagradable todavía cuando después de un despeje de cabeza de Cillessen, fuera de su área, el balón le cayó a De Blasis, que disparó con tino, desde lejos, para batir la portería desguarnecida. Hace unos años le pasó lo mismo a Ter Stegen en San Mamés y ante San José. Era el minuto 45 y el Barça se marchó a la pausa con el marcador igualado y mucho por reflexionar al calor del vestuario, porque la primera parte fue Messi, un rato, y poco más. Sin la fiereza de Luis Suárez nadie inquietaba en vanguardia.
Sin salida de balón
Pero la segunda mitad fue peor aún para los azulgrana. Messi se pasó muchos minutos esperando en el círculo central un suministro que no llegaba, otra vez en su mundo. La presión del Eibar se hizo más agobiante todavía en el primer cuarto de hora, en el que el Barcelona, encerrado en su campo, sin la llave para salir, porque ni Rakitic, ni Arturo Vidal encontraban la salida, el desahogo hacia Messi, al que Jordi Alba no acompañaba esta vez subiendo la banda. Chales y Orellana desaprovecharon un par de oportunidades para ganar el partido, y la más clara fue de Cucurella, que lanzó alto un balón tres metros de la portería en el minuto 81. Del ataque del Barcelona no hubo noticias. Un equipo que acostumbra a crear ocasiones casi por generación espontánea, se quedó seco. La melancolía de Messi pasó factura. Solo Piqué tuvo un amago, pero su lanzamiento lo rechazó Dmitrovic.
Al final hubo fiesta azulgrana, pero fue la del Eibar, por el empate y por la permanencia. El Barça, si quiere festejar algo más este año, tendrá que ponerse las pilas antes del sábado. El Valencia no va a perdonar ninguna debilidad, y menos a un Messi melancólico.
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