El equipo que jugaba en el frontón del pueblo sube a la Asobal
El Balonmano Nava, de Segovia, es el conjunto de la población más pequeña (2.790 habitantes) en ascender a la máxima categoría
Transcurridos los primeros 45 minutos de viaje, el autobús de la línea 607 se convierte en un lugar casi fantasma, con apenas cuatro personas en las primeras filas. No suenan ni los móviles. En la última hora de trayecto, solo realiza una de las diez paradas programadas. No hay viajeros que dejar o recoger, y el autocar llega al destino, Nava de la Asunción (Segovia), con 20 minutos de adelanto. "Entre semana es así", se resigna el conductor. Aquí, en este lugar de la Castilla olvidada -y "vaciada", como ahora prefieren denominarse-, ha explotado una historia de éxito en el deporte español, cocida a fuego lento y en silencio, como el que domina en el recorrido desde Madrid. Es el Balonmano Nava, el equipo de la población más pequeña (2.790 habitantes) en subir a la Liga Asobal. Le han sobrado tres jornadas.
Hasta la temporada pasada entrenaba cada semana en tres poblaciones diferentes en un radio de 70 kilómetros por falta de infraestructuras. "Un día se nos olvidaba el balón, otro los petos, otro las marcas para hacer físico... No teníamos una rutina", recuerda Carlos Villagrán, capitán, directivo y carpintero por las mañanas. El pasado otoño pudieron por fin mudarse del viejo frontón municipal, con la pista de brea compactada y temperaturas de menos 2 grados en invierno, a un polideportivo para 1.200 personas que se tardó en construir nueve años "por un problema de políticos", matiza su presidente, Julián Mateo.
El proyecto nació a mediados de los setenta y, tras pasarse un cuarto de siglo en Segunda Nacional (la cuarta categoría del balonmano), su última década es un camino de fe, muchos éxitos y alguna lágrima. El curso pasado se quedó a un gol de subir a la Asobal ante el Sinfín de Santander en el playoff que el club organizó en Segovia porque su frontón de Nava de la Asunción no reunía las condiciones. En 2009 había ascendido a Primera Nacional, sobre el papel su techo, pero en la práctica una estación de paso. Ahí jugó cinco temporadas y en cuatro de ellas disputó la fase de ascenso a la División de Honor Plata. Y cuando se coló en este segundo escalón del balonmano español, en 2014, solo tardó un año en luchar por alcanzar la Asobal, premio que le llega ahora.
No hay otro club de este deporte en toda la provincia, se quedó solo hace dos décadas. "La insistencia nos ha dado un orden desordenado, y de ahí han surgido generaciones muy buenas de jugadores", explica Agustín Campillo, impulsor de esta entidad, que ahora cuenta con 13 equipos de cantera.
El presidente es un empresario local que se hace cargo de las fichas de la primera plantilla
Pero además de insistencia y comunión con el pueblo, también hay dinero. Detrás de todo esto se encuentra Julián Mateo, el presidente desde hace un año (fue vicepresidente durante diez) y, sobre todo, el dueño de una empresa de la localidad dedicada a la venta de plantas de fresa por todo el mundo, Viveros Herol, que se hace cargo de los sueldos de la primera plantilla, una cantidad que no quiere desvelar. "Es una pasión mía y lo puedo asumir sin problemas", asegura. "Pero aquí todas las decisiones se toman colegiadas, yo no impongo nada", aclara. “Tenemos dos presupuestos: el del equipo, que lo soporta Viveros Herol, y el del resto de la entidad. Todo el dinero que entra va para el club”, advierte este “navero de adopción”. Y no entra poco, según las cifras que ofrece. “Hay unos 150 patrocinadores. La gran mayoría aporta entre 200 y 800 euros; y alrededor de una decena, unos 5.000. Y luego están los 700 socios, que pagan de 30 a 50 euros”, añade. El dinero no es un problema aquí, y tampoco lo será en la Asobal. “Los números los tengo hechos. Para nosotros es más cara la División de Honor. El año que viene los viajes serán más cortos, los sponsor nos darán más, les subiremos algo a los abonados y recibiremos por la televisión”, desgrana.
El apartado económico tampoco fue un obstáculo hace un par de temporadas, con el equipo a punto de descender dos años seguidos. “Tomé la decisión de poner más dinero y para adelante”, apunta Mateo. Se fijó en Dani Gordo, un técnico de 37 años que llegó a dirigir al Ademar León en los tiempos del desplome de este histórico y a ser segundo de Manolo Cadenas. “Yo me había ido a las Islas Feroe a aprender inglés y a entrenar a un equipo”, recuerda. “Julián me llamaba cada 15 días y me contaba que quería dar un paso adelante, invertir más y dejar de estar en los puestos de abajo. En mi casa me decían que este hombre estaba loco, que esto era Nava, con su frontón. Tuve dudas, cómo no las voy a tener. Allí me quedaban dos años de contrato. Pero bueno, di el paso”. Y no le pudo salir mejor. La temporada que viene dirigirá al Balonmano Nava en el Palau y viajarán en avión si hace falta, como ya lo han hecho otras veces en la segunda categoría.
De este pueblo y su frontón seguro que también se acuerda Talant Djushebaev. En 2001, en el 25 aniversario del club, fueron a jugar el Balonmano Cantabria y el Ciudad Real, adonde acababa de llegar el jugador natural de Kirguistán. “Cuando entraron y vieron que la pista no era de goma, hubo momentos de tensión. Casi no juegan”, recuerda Agustín Campillo. “Afortunadamente, por ahí estaba Juan de Dios Román, que era el director deportivo, cogió a Talant y le dijo: ‘¿Quién te ha traído desde donde estabas?’ Y jugaron”.
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