Catástrofe del Athletic en el Bernabéu
El 14 de septiembre de 1980, los leones se presentaron en Madrid con malos presagios y perdieron 7-1
El 14 de septiembre de 1980 el Athletic visitó el Bernabéu. Llegó con malos presagios y se marchó con una sensación de catástrofe, tras perder 7-1. Era la segunda jornada y se habló de descenso.
El entrenador era Senekowitsch, un austriaco que jugó en el Betis en los sesenta, donde le apodaron Séneca. Fue seleccionador de Austria en el Mundial 78, campeona del grupo de España y Brasil. El Athletic le fichó en la 79-80 cuando se acababa Iríbar, se acababan Irureta y Churruca, se acababa el equipo de Koldo Aguirre, el de la final de la Copa de la UEFA.
Senekowitsch llegó un poco de rebote, porque Bobby Robson dijo no. Llegó con la idea de cambiar el marcaje al hombre por la zona y chocó con los jugadores. Hizo una primera temporada mediocre: séptimos, pero eliminados en la Copa por el Castilla, lo que supo a cuerno quemado. Sobre la marcha fue relevando a Iribar que, con 36 años y dolores en la espalda, sacaba bandera blanca. Entró Aguirreoa, criado en la cantera, que adelantó a Zaldúa, suplente de Iribar algún tiempo, machacado por lesiones de rodilla. También estaba Meléndez. Y en el Bilbao Athletic cuajaba el hijo de Carmelo, Andoni Cedrún. Aguirreoa cumplía, pero soportaba continuamente comparaciones con Iribar y el runrún de los partidarios de Cedrún, los de la generación Carmelo. El debate de la sucesión de Iribar era de aúpa.
En el verano del 80 el Athletic se debilitó más con la venta de Alexanko al Barcelona por 100 millones de pesetas. Una cantidad récord, pero al aficionado le sentó como un tiro. La pretemporada fue desastrosa. El Athletic perdió 6-1 en Pamplona ante Osasuna, entre otras derrotas severas. El primer partido en la Liga, en San Mamés, fue 0-1 para el Zaragoza.
Así se presentó en el Bernabéu, donde el ánimo era otro. El Madrid de Boskov había hecho doblete la temporada anterior y en la primera jornada ganó en Almería. Boskov tenía en el Madrid todo el prestigio y respaldo del que Senekowitsch carecía en Bilbao. Encima, no se le ocurrió nada mejor que decir que “con perder 1-0 me conformo”, una patada a sus jugadores. No fue 1-0, fue 7-1, tres de ellos de García Hernández, en tarde gloriosa. Del minuto 16 al 40, a Aguirreoa le cayeron cinco. Yo asistí, en el Fondo Norte, donde entraron, junto a dos notables hinchas atléticos, Patxo Unzueta y Mario Onaindia, y sentí algo así como la culpa de un pésimo anfitrión. Entre el tercero y el cuarto marcó Dani, de penalti, pero ese 3-1 que abría una remota esperanza sólo duró dos minutos: los que tardó Gallego en marcar el cuarto, en un tiro de lejos que le pasó a Aguirreoa entre las manos y las piernas. “Ese gol fue culpa mía, desde luego. Un regalo y en mal momento. Pero todo el partido fue un baile, jugamos fatal, bloqueados”, dijo.
Al 5-1 del primer tiempo se sumaron dos goles más en el segundo. Aquel Real Madrid estaba destinado a jugar ese año la final de la Copa de Europa.
Fue un trueno. A Senekowitsch le acabó de derrumbar Boskov cuando contestó así a la pregunta de un periodista bilbaíno: “Para marcar en zona hay que ser superiores, y el Athletic no lo es. Le va mejor marcar al hombre”.
Aquello fue tomado como prueba definitiva contra el austriaco y se unió a su imprudencia al desear una derrota “sólo por 1-0”. El jueves le sustituyeron por Iñaki Sáez. En Bilbao se cuestionó todo, en una oleada de pesimismo sin precedentes: Lezama, la filosofía, la directiva, que presidía Duñabeitia… La Hoja del Lunes habló de descenso, palabra tabú en Bilbao.
No había para tanto. El domingo siguiente, el Athletic ganó 4-1 al Valladolid. Sáez empezó a tirar de jóvenes, los Noriega, Gallego, De Andrés, Sola, Sarabia… Subió a Cedrún, que acabaría el curso como titular. El Athletic fue noveno. Dos temporadas después, en la 82-83, hizo doblete, con jugadores de Lezama y con Javier Clemente (que había pasado la 80-81 aprendiendo en Inglaterra con Robson) como entrenador. Él acabó con los debates post-Iribar de la portería, eligiendo a Zubizarreta, que había hecho sus armas en el Alavés.
En cuanto a Aguirreoa, fue la otra víctima de aquel desastre, por un solo gol regalado. En los otros no pudo hacer nada. Pero el fútbol no se acabó para él: Elche, Tenerife, Linares, Alavés… Estiró su carrera hasta los 37. Hoy trabaja en Lezama y recuerda sin demasiado pesar ese día. Es feliz con su Athletic, con sus recuerdos y con sus excelentes conservas de pescado.
Sólo que aquel día le tocó estar en el sitio equivocado y en el momento equivocado.
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