Huesca y Celta empatan en una juerga futbolística
El colista le remonta dos tantos a los gallegos, de nuevo con un Iago Aspas imperial, pero ceden un punto en una recta final en la que mereció más
No hubo miedo, y cabría esperarlo a estas alturas con dos equipos que se manejan en lo puestos de descenso. Hubo hasta un punto de temeridad en un duelo a pecho descubierto entre Huesca y Celta, una juerga futbolística de esas que espantan a los entrenadores más pizarristas y alegran la vista al espectador neutral que pudo contemplar el más enrevesado de los guiones futbolísticos, goles, remontadas, lesiones, variantes tácticas y un futbolista superlativo sobre el campo porque Iago Aspas no parece tener fin. Nadie jugó en busca de la igualada, quizás por eso el partido acabó empatado. Y en esas tanto Huesca, el que más precisaban la victoria, como Celta siguen en la zona roja.
El Celta tuvo el triunfo en la mano, dos arriba como se puso con poco más de media hora por jugar. El Huesca también. Estaba en ventaja a diez minutos del final y ya en paridad y en el descuento tuvo dos clarísimas opciones para ganar el partido. La que dejó pasar Enric Gallego puede que se recuerde mucho tiempo en El Alcoraz.
Pero primero fue el Celta. Marcó de inicio y lo dibujó Iago Aspas, que tejió paredes con Lobotka por el flanco derecho de la zaga del Huesca y cuando pisó el área encontró a Brais Méndez en boca de gol. La acción fue rápida, precisa y con un punto de fortuna porque Mantovani midió mal las distancias, llegó tarde y mal para que la pelota le tocase de manera afortunada para el Celta y de paso desvistió la zaga oscense, un suicidio cuando Aspas anda por medio. El reaparecido delantero, el hombre de moda en el fútbol español, volvió a dejar rastro de futbolista diferencial. Pudo marcar el segundo el Celta en el último segundo de la primera parte. Lo hizo al poco de volver del descanso Iago Aspas y él mismo debió marcar el tercero si Boufal, un verso libre para lo bueno y para lo malo, no hubiese pecado de egoísta en una contra que parecía ganadora.
Hubiera sido exagerado. El Huesca no mereció la derrota y quiso siempre el triunfo. Remató 23 veces en un vendaval ofensivo propio de un plan de ataque que llamó al bullicio. Cucho y Chimy, dos agitadores, se manejaron entre fornidos centrales para no ofrecerles referencias e invitarles a salir a terrenos donde fuesen vulnerables. Lo fueron. Tampoco les sobraron ayudas. El Celta fue incapaz de mandar el partido al frigorífico, de sujetar a un rival que se la jugó a todo o nada. Y acabó en algo.
No se tapó el equipo de Fran Escribá y se abocó a ir y venir, pésima idea cuando hay dudas en la defensa. Y el Huesca, que con la derrota tenía un pie en Segunda, emite desde hace ya bastantes semanas señales de que no tiene intención de rendirse sin transpirar hasta la última gota del sudor que el quede. Sus jugadores se fueron a por el partido con la audacia, el coraje y el alma intrépida de quienes se ven perdidos y tienen ante si un hilo de vida. Y marcaron tres goles en diez minutos, ya con Enric Gallego sobre el campo, desde mediada la primera parte con un cambio en la disposición de los jugadores y una renuncia a la zaga de tres centrales para armar dobles parejas en los flancos, un dolor de cabeza para el Celta porque ni a Boudebouz, que suplió al lesionado Brais Méndez, ni a Boufal les gusta correr hacia atrás y perseguir rivales.
Y al Huesca había que correrle. Sacó fruto del barullo que formó. Recortó Enric Gallego, empató Chimy Ávila y remontó Pulido. Varios defensores celestes quedaron en evidencia, en especial el central Hoedt, con demasiada carrocería que mover ante toda esa insurrección.
Pero nada había terminado. Hace una semana, lo probable es que el Celta se hubiese caído, incapaz de rebelarse ante su fortuna, también contra sus defectos. Pero Iago Aspas no está como para firmar rendiciones. No tiene una estilográfica que lo haga, solo la que traza genialidades. En su último estertor le dio el gol del empate a Boudebouz. Se fue y el Celta quedó de nuevo a merced del Huesca en diez minutos frenéticos, en un final amargo para los locales por el resultado, por cómo llegó y por cómo debió evitarse. Enric Gallego tuvo el gol de la victoria, un toque a la red que ajustó ante la desesperada estirada del portero y que se le marchó cerca del poste. Quien sabe si por ahí se le fue también el sueño de la permanencia al Huesca, que se queda a siete puntos del objetivo, seis menos que el Celta.
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