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El atletismo topa con la ONU en el caso Semenya

Una resolución de Naciones Unidas critica que la IAAF obligue a algunas mujeres a reducir su testosterona artificialmente

Carlos Arribas
Semenya se impone en la Diamond League de Mónaco, julio de 2018.
Semenya se impone en la Diamond League de Mónaco, julio de 2018.Eric Gaillard (REUTERS)

El Tribunal Arbitral del Deporte (TAS) había prometido que antes del 26 de marzo, el martes pasado, haría pública su decisión más esperada, la respuesta a una pregunta capital: ¿deberán las mujeres con diferencia de desarrollo sexual (DSD) rebajar artificialmente su producción endógena de testosterona para seguir tomando parte en competiciones de atletismo? O, en corto: ¿Deberá Caster Semenya, la dominadora de los 800m la última década medicarse para competir, tal como pretende el nuevo reglamento de la federación internacional de atletismo, la IAAF?

El 21 de marzo, sin embargo, un comunicado del TAS precisaba que la decisión se retrasaría unas semanas. “Se anunciará antes de que termine abril”, anunciaba el tribunal de Lausana, la última instancia en cuestiones deportivas. “Después del final de la vista, el 22 de febrero, las partes [Semenya y la IAAF] han remitido nuevos informes, y están de acuerdo en retrasar la decisión para poder tenerlos en cuenta”. Los nuevos informes a que se refería el TAS en su comunicado se podían resumir a uno solo, pero tremendamente importante ya que emanaba nada menos que del Consejo de Derechos Humanos de la Asamblea General de Naciones Unidas.

El 20 de marzo, 24 horas antes, el organismo internacional había adoptado una resolución en la que expresa su preocupación porque, afirma, obligar a mujeres y niñas con diferencias de desarrollo sexual y de sensibilidad a los andrógenos a reducir médicamente sus niveles de testosterona en sangre “contravienen las normas y los principios internacionales de derechos humanos”. “El reglamento de la IAAF no es compatible con las normas y los principios internacionales de derechos humanos”, añade la resolución. “No hay pruebas legítimas que justifiquen el reglamento, de modo que podría no ser razonable ni objetivo”.

La propuesta de proposición adoptada partió de cinco países africanos, Eswatini (antigua Suazilandia), Mozambique, Sudáfrica, Zambia y Zimbabue, lo que no es en absoluto extraño. Semenya, dos veces campeona olímpica y triple campeona mundial, se ha convertido en un símbolo para Sudáfrica, un país que la defiende desde que en 2009, la IAAF ya la obligara a medicarse para reducir su producción endógena de testosterona para preservar la igualdad de oportunidades en el atletismo femenino (sobreentendido: la IAAF piensa que la producción endógena de testosterona le da a Semenya ventaja injusta sobre las demás mujeres). Semenya tenía 18 años y en Berlín había ganado el Mundial, mientras la prensa de todo el mundo se preguntaba abiertamente si era justo que compitiera contra mujeres normales. Una primera decisión del TAS dando la razón a una atleta india a quien no se dejaba competir obligó a la federación internacional a modificar su reglamento y a permitir competir a todas las mujeres sin restricciones. El nuevo reglamento para regular el llamado problema de la hiperandrogenia se aprobó en abril de 2018 y debería haber entrado en vigor en noviembre pasado. Pero el recurso de Semenya ante el TAS lo paralizó.

Para africanizar más la cuestión, el asunto de la diferencia de desarrollo sexual es un asunto que parece afectar solo a atletas africanas de 800m. Junto a Semenya, las otras dos dominadoras de la distancia son la keniana Wambui y la burundesa Nyonsaba, que también tienen un desarrollo sexual diferente. Las mismas características presentaba la mozambiqueña Maria Mutola, dominadora de la distancia en la primera década del siglo y referente de muchas mujeres africanas, también de Semenya.

Por eso, también, la resolución de Naciones Unidas apela a la Declaración Universal de Derechos Humanos, subraya que “algunas formas de discriminación racial tienen un efecto singular y específico en la mujer” y solicita a la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos que “prepare un informe sobre la confluencia de la discriminación racial y de género en el deporte”.

Para pasmo y sorpresa de Sebastian Coe, el presidente de la IAAF que ha asumido casi como cuestión personal “la protección de la categoría femenina”, el debate ya no se circunscribe a una pregunta aparentemente científico-fisiológica sin más matices (¿la sobreproducción de testosterona respecto a los niveles considerados normales en las mujeres confiere una ventaja en algunas pruebas de atletismo?), sino que entra en los más complicados territorios de la política de género e inclusión.

Dudas científicas

De todas maneras, tampoco Coe estaba muy feliz con la marcha del debate científico. La decisión de la IAAF de prohibir a las atletas con más de cinco nanomoles por litro de sangre y probada sensibilidad androgénica (que la testosterona tiene efectos en su organismo) se basó en un estudio estadístico muy cuestionado por la comunidad científica. El reglamento, además, prevé que si no toman estrógenos para reducir su testosterona, y soportan todos los perversos efectos secundarios de la medicación hormonal, las mujeres solo estarían vetadas en carreras de entre 400m y la milla (1.612m), justo la horquilla en la que es excelente Semenya, más vallas y pruebas combinadas, y no en las pruebas de lanzamientos, donde no hay apenas competidoras africanas y donde más influencia ejercen los anabolizantes como la testosterona.

En su último editorial, el British Medical Journal, una publicación científica, señala que igual que la testosterona a solas no sirve para diferenciar hombres de mujeres, tampoco es un elemento definitivo para el rendimiento: ni hace de las mujeres hombres ni de atletas mediocres supercampeones. “No se pueden definir ni el sexo biológico ni la función física ateniéndose solo a los niveles de testosterona”, señala. Una conclusión que también pone en duda la asunción habitual de la testosterona es lo que hace hombre al hombre.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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