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Pantani, 15 años más tarde, la nostalgia de un tiempo que no existió

El escalador italiano, fallecido el 14 de febrero de 2004, encarna la figura del rebelde que necesitaría el pelotón actual para salir del sopor

Carlos Arribas
Pantani, en el Giro de 1999.
Pantani, en el Giro de 1999.efe

Cuando llega San Valentín, el ciclismo habla con amor de Marco Pantani, que murió a los 34 años un 14 de febrero hace ya 15. Cuantos más años pasan de su desaparición más grande es la magnificación de su figura, que ya ha adquirido el perfil brumoso de los mitos y convierte la nostalgia en melancolía por un tiempo inventado, una arcadia que nunca existió.

Qué diferente sería el ciclismo, cuán mejor, si hubiera ahora más Pantanis, lamentan los jóvenes ciclistas, y repiten los aficionados a los que les empiezan a salir los dientes. Ay, se oye por los rincones del Tour Colombia, si hubiera Pantanis, ciclistas valientes guiados por el instinto, por el valor, por la necesidad de llegar solos, de trepar solitarios por las laderas de las montañas, rebeldes, el pinganillo no habría contagiado a todos la mediocridad, el miedo, el cálculo de los directores que, temerosos, con miedo de la vida, todo lo anestesian. “Ay”, dice Stefano Zanini, un exciclista italiano, un esprínter de la era de Pantani, que dirige el Astana de Miguel Ángel López, el escalador de Pesca. “Ay, si Miguel Ángel en la pasada Vuelta no hubiera calculado tanto, si hubiera atacado de más lejos, sin temor…”.

Como Zanini, en el Tour Colombia hay más exciclistas italianos nacidos en los años 70, hijos del ciclismo exagerado de EPO y locura que encumbró a Pantani, y engendró otros monstruos más feos, manejando el volante de diferentes equipos. Están Stefano Zanatta, Valerio Tebaldi, Davide Bramati, Marco Villa y Alessandro Spezialetti, y está Giovanni Lombardi, que es el mánager de Sagan y Gaviria, el agente más querido por los ciclistas que buscan un toque de distinción. Lo primero que hacen todos ellos cuando se les pregunta por el mito muerto es señalarse los brazos, sudorosos en el clima húmedo de Rionegro, donde ha llovido y la tierra fértil, ubérrima, como diría el poeta, está empapada, y hace calor, y dicen, mira, mira, solo oír el nombre de Pantani que se me pone la piel de gallina. Pero, superada la emoción súbita, no saben qué discurso articular cuando se les pregunta qué creen que sería Pantani ahora, un exciclista de casi 50 años, si no hubiera sucumbido a su vida desmedida y solitaria soportada por una cabeza tan sensible, una víctima. “No sé, no sé si sería uno de nosotros”, resume Zanini mientras dirige la colocación de un toldo que proteja a sus Astanas en la zona de salida. “Supongo que sería un inspirador para los jóvenes, alguien cuyo carisma le haría destacar en todas partes, motivar a los jóvenes para imitar su amor al ciclismo… Pero Pantani es grande porque ha muerto”.

En Italia, la prensa habla del personaje, que desborda su personalidad ciclística, y cuentan la cantidad de obras de teatro, películas, libros, cuadros, artistas, que ha inspirado la vida y muerte por sobredosis de coca y antidepresivos del escalador de Cesenatico que ganó el Giro y el Tour de 1998, y que había sido borrado del gran ciclismo por exceso de hematocrito en el Giro del 99, que ya tenía ganado. Un mes después de aquello, en Francia, en el Tour, en su ausencia forzada, comenzó a nacer la leyenda de un ciclista que había superado un cáncer, Lance Armstrong.

Otros, que no quieren que se hable de ellos, prefieren decir que no tiene sentido mirar atrás, que Pantani, su estilo, no tendría hueco en el ciclismo de ahora, tan moderno, o que quizás podría ir a las carreras como va Perico Delgado, que ha llegado al Tour Colombia y nada más cruzar la valla del parque de salida se ve rodeado de la curiosidad de todos. Perico pregunta por los rivales colombianos que descubrieron el Tour con él en 1983, con los ojos grandes abiertos en mirada de asombro y expectación, pregunta por Patrocinio Jiménez, el único de aquellos colombianos del 83 que está en la carrera, y se saludan y se abrazan y se dicen lo mucho que se hicieron sufrir uno a otro en las montañas. Y Perico, otro escalador que ganó el Tour y nunca vivió una vida atormentada, recuerda su participación en la Vuelta a Colombia del 85, cuando los directores de los equipos iban en moto y recuerda el ruido y las toses espasmódicas de la moto asfixiada en las alturas de Boyacá de su director, Txomin Perurena, y cómo él sufrió en la altura. Y la melancolía por un pasado imaginado sigue invadiéndolo todo el día de San Valentín.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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