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Columna
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Brahim y las esdrújulas

El Bernabéu le exigirá que se comporte como un hombre, un reto mayúsculo para el futbolista español más prometedor desde Iniesta

Rafa Cabeleira
Brahim Díaz, en su debut contra el Leganés.
Brahim Díaz, en su debut contra el Leganés.Denis Doyle (Getty)

Proteger a las jóvenes promesas es una virtud que no todos los clubes se pueden permitir, a menudo obligados por las carencias propias de su modestia y otras por un apego casi vital a la inmediatez. Es el caso del Real Madrid, el equipo con más urgencias del planeta pese a lo abultado de su palmarés, lo que podría resultar una contradicción evidente en cualquier otro lugar del mundo pero no en un club acostumbrado a construir su leyenda sin ir más allá del aquí y ahora.

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Esta es la elección de Brahim Díaz, su más reciente fichaje: vestir una camiseta que no piensa en el ayer ni espera hasta mañana, rodeado por un entorno en el que hasta los niños que acuden al Bernabéu por primera vez le exigirán que se comporte como un hombre. Parece, en definitiva, un reto mayúsculo para un futbolista al que se lleva tiempo esperando, quizás el más prometedor que haya surgido de la cantera española desde que Andrés Iniesta mostrara sus credenciales en aquel popular torneo para alevines.

Hay algo en él que recuerda al Messi más primario, al zurdo canijo que bajaba la cabeza al recibir el balón y solo la levantaba para decidir con qué compañero festejaba. Las comparaciones de este tipo son siempre un indicativo fiable del talento pero no garantizan mucho más que cierto ruido mediático, algún dinero fácil y un escrutinio constante. Le sucedió a infinidad de promesas argentinas, todas bautizadas como el nuevo Maradona a edades tan tempranas que al pegar el estirón -o cortarse el pelo a la moda- ya no sabían ni quienes eran. Y le puede pasar a Brahim, al que la vitola de futuro Messi no lo salvará de la quema si desde el minuto uno no oferta un rendimiento acorde a las expectativas.

“Le estamos protegiendo”, repetía Pep Guardiola como un mantra cada vez que la prensa inglesa preguntaba por su salto definitivo al primer equipo. Porque Guardiola, que se ha ganado a pulso su fama de ascensorista, de entrenador idóneo para derribar la gran puerta, conoce mejor que nadie las dificultades que acechan a los talentos como Brahim, tan impactantes que terminan convertidos en la diana predilecta de todo el mundo: de las defensas rivales, del aficionado enfadado, del periodista engreído, del empresario sin escrúpulos… A todo esto se enfrentará Brahim desde ya mismo, empujado por una sed de triunfo que solo parece comparable a su talento y amparado en la mayor de sus virtudes: la facilidad para el regate.

Porque el fútbol de élite –y no existe club más elitista que el Madrid- le exigirá sentar rivales pero también dominar la ansiedad, tejer alianzas dentro y fuera del campo, esquivar lesiones y comentarios, esperar que la buena fortuna le sea propicia y un montón de cosas más. De todo se necesita una pizca para lucir un escudo capaz de diluir hasta la parodia el talento más puro, como le sucedió a Nicolas Anelka, mientras consagraba a Raúl, un genio en el que solo reparamos cuando se plantó solo en la meta. No le faltarán a Brahim espejos en la Castellana, tan solo debe decidir en cuales mirarse y tener muy presente aquel consejo que lanzaba Paolo Futre al otrora recién aterrizado Cristiano. “Madrid no es Manchester”, le advirtió su compatriota acentuando la segunda sílaba, buen sabedor de que no es el Real un club para andarse con esdrújulas.

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