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sin bajar del autobús
Columna
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El sueño de ser presidente

Ninguno quiso en su juventud dirigir un club, ni se preparó, pero acabó ahí. Sus historias son en algún sentido historias de fantasmas

Juan Tallón
Aitor Elizegi, el nuevo presidente del Athletic, en Lezama.
Aitor Elizegi, el nuevo presidente del Athletic, en Lezama.Miguel Toña (EFE)

Ser presidente es un sueño rimbombante que ataca por sorpresa, en medio de otras ocupaciones. De repente, aquello en lo que estás inmerso –montar un hotel, construir un rascacielos, gestionar un restaurante– te parece un asunto de poca monta, y das el salto. Quién no necesita un cambio de aires de vez en cuando. Los asuntos de poca monta son aquellos que mantienen entretenida a la mayoría de la humanidad y bien pueden ser importantísimos, pero un día, al lado del sueño de ser presidente, se quedan cortos, como le ocurrió al nuevo dirigente del Athletic, Aitor Elizegi, hasta entonces hostelero e impulsor del slow food. Su historia no difiere de la de todos los presidentes de fútbol. Ninguno quiso en su juventud ser presidente, ni se preparó para ser presidente, pero acabó en la presidencia. Las historias de presidentes son en algún sentido historias de fantasmas.

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Quizá el sueño de ser presidente empieza como una broma. Pero ¿qué es una broma? Cuando se le da vueltas, una broma muta en un asunto serio, primordial, con el que no se juega. Lo normal es que una broma lo siga siendo y no conduzca a ninguna parte, como cuando dos periodistas como Norman Mailer y Jimmy Breslin se presentaron en 1969 a dirigir la ciudad de Nueva York. “Mailer-Breslin. ¿De verdad?”, tituló en su portada la revista New York, antes incluso de que se supiese que su programa electoral proponía la declaración de la ciudad como Estado independiente, prohibía la circulación de coches particulares en sus calles, y defendía que hubiese suficiente metadona para los heroinómanos. Apenas recibieron el 5% de los votos. Pero el presidente del Athletic se lo tomó en serio. Tanto, que primero anunció que se presentaba, después lo descartó y al final encabezó una candidatura y ganó.

El fútbol moderno está ligado a todo lo que no tiene que ver con él. Si quitamos a los jugadores, sin los cuales el fútbol no existiría, lo que solo les sirve para ser empleados, quienes gobiernan los equipos previamente hicieron todo tipo de negocios ajenos al deporte. Recalaron en el fútbol atraídos por el exclusivo esplendor que despide ser presidente de un club. Acreditaron su éxito en un banco, en una bodega de vino, en una constructora, en un fondo de inversión, quizá en una cadena de hoteles, a lo mejor en una promotora inmobiliaria o en un partido político. Saben qué es el éxito, y también qué necesita un cambio de aires. No se espera de un presidente que sepa de fútbol. Casi sería una incongruencia. Hace muchos años, Renato Cesarini contó que, en su etapa como entrenador en Argentina, conoció a un directivo que creía entender muchísimo de fútbol, y se atrevió a hacerle algunas apreciaciones técnicas. “¿Y usted a qué se dedica?”, le preguntó el entrenador, aparentemente interesado. “Yo tengo una relojería”, respondió el dirigente. A lo que Cesarini replicó: “Bueno… cuando hablemos de relojes me va a interesar su opinión”.

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