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Fútbol
Columna
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Árbitros para el machismo

El fútbol necesita sancionar con rotundidad las expresiones violentas y groseras contra las mujeres

Carmen Morán Breña
Enrique Cerezo, durante el partido entre el Atlético y el Alavés.
Enrique Cerezo, durante el partido entre el Atlético y el Alavés.Rubén Albarrán (PRESSINPHOTO/GTRES)

Dijo un día Adán, exguardameta del Betis: “Mi novia es sevillista y es una puta más”. Y luego pide disculpas “a quien se haya podido ofender”. ¿A quién creía que ofendía? ¿A su novia, a él mismo, a la familia de la chica, a las feministas, a las prostitutas? No se trata de ofensas. Las disculpas tendrían que haber sido otras, algo así: "Lamento ser machista, sé que el machismo, como el racismo, mata. Jamás debería haber dicho esto". Ocurrió en enero, y no ocurrió nada más. Ni una sanción ni media.

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He aquí lo que sorprende, no tanto el machismo, que en el fútbol, como deporte de grandes masas, tiene el más amplio reflejo social. Lo que sorprende es que no pasa nada cuando esto pasa. Dijo el pasado martes Enrique Cerezo, presidente del Atlético de Madrid: “Yo no hablo de dinero y menos con mujeres”. Este caso es más propio de señoros que el anterior vómito de futbolista veinteañero, pero precisamente por ello quizá habría que pedirle más recato, caballero. Pero nada pasa. ¿Que se le calentó la boca? ¿Que quizá fue una broma? ¿Que lo habría dicho cualquiera en un bar?

Sorprende que un señor que está acostumbrado a tener una posición pública no sepa distinguir cuándo sus sesudas reflexiones pueden oírse en horario infantil. Bonita oportunidad perdida para dar ejemplo a tantos miles de jóvenes seguidores de los protagonistas de este deporte. Dirán los futboleros que ya está bien de ser ellos los responsables de dar ejemplo, pero nadie más que ellos han alimentado esa capacidad de vender valores como catedrales: deportividad, compañerismo, trabajo en equipo, generosidad…

Hace décadas, el fútbol era cosa de hombres, sin duda, pero nada de eso puede decirse ya. Ellas no solo son futbolistas de éxito, también forofas redomadas. Y es seguro que en cualquier estadio pueden contarse unos buenos miles de feministas, hombres y mujeres. ¿Por qué entonces se mira para otro lado cuando ocurren cosas como estas? ¿Por qué los comités no condenan al campo, a la hinchada o al balón a no rodar el siguiente partido? ¿Por qué un hombre como Massimo Ferrero, presidente del Sampdoria, dice que “la portería, como la mujer, debe ser penetrada” y aparece sonriente en las fotos junto al Papa?

¿Por qué los eructos machistas no se condenan como cabría esperar? No es sencillo encontrar un ámbito con tanta tolerancia en este asunto. En tiempos en que todos luchamos para eliminar el poco o mucho machismo que aún convive con nosotros, el fútbol parece ser un reducto que no acaba de sacudirse el pelo de la dehesa, pero va siendo hora de que a cambio de la mucha condescendencia de la que gozan este deporte y sus seguidores ofrezca, al menos en público, un comportamiento que no mueva a la risa, como la respuesta indocumentada y viejuna del joven Vitolo: En el vestuario “no somos mujeres para ir metiendo cizaña”; ni que revuelva el estómago así se escuche 100 veces, como ocurre con los cánticos de los ultras béticos arengando a la violencia de género: “Rubén Castro, alé, no fue tu culpa, era una puta, lo hiciste bien”.

La fiscalía había solicitado dos años y un mes de cárcel para el delantero canario Rubén Castro por delitos de maltrato y amenazas. Pidió también privación del permiso o tenencia de armas, y alejamiento de la víctima. Lástima que las autoridades judiciales no le expulsaron de los campos de fútbol. Esto fue en febrero de 2015. Suma y sigue. Y no pasa nada.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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