Ajedrez en la Guerra Fría
El duelo Fischer-Spassky en 1972 apasionó en medio del clima de tensión entre los dos bloques
El soso desarrollo del Carlsen-Caruana, trae a la memoria un Mundial de ajedrez muy diferente. Hablo del Spassky-Fischer, cuando el deporte del tablero se vio convertido en pieza de la Guerra Fría. Berlín, Cuba, el U-2 espía, las maniobras de la OTAN o del Pacto de Varsovia, la escalada nuclear, la carrera espacial… El Mundial de Ajedrez entre Spassky y Fisher formó parte de aquello. Sucedió en el verano de 1972, en Reikiavik (Islandia) y apasionó a todo el mundo.
Boris Vasilevich Spassky era el campeón. Nacido en Leningrado en 1937, fue un genio precoz en ajedrez. Poco a poco fue escalando la montaña de grandes estrellas del deporte en su país, hasta ganarle a Petrosian el Mundial, en 1969. Aquel título parecía entonces monopolio de los soviéticos, que lo retenían desde 1948.
Robert James Fischer nació en Chicago, en 1943, en el seno de una familia de afinidades comunistas. La madre era suiza y había estudiado Medicina en Moscú. Como Spassky, fue un genio precoz. Con 13 años, su partida contra Donald Byrne fue conocida como la Partida del Siglo. Un año después era campeón de EE UU.
La URSS trató de captarlo dadas las afinidades comunistas de la familia y ya que él mismo era un estudioso de los grandes campeones soviéticos. Le invitaron al Club Internacional de Ajedrez de Moscú. Pero tras el Torneo de Candidatos de Curaçao (1962) denunció que los soviéticos hacían causa común, pactaban tablas rápidas entre ellos, y se volcaban contra él. Su denuncia tuvo gran alcance y dio lugar a que el Torneo de Candidatos dejara de ser una larga liguilla y pasara a jugarse por eliminatorias.
Así llegó el Mundial de 1972. Fischer, 29 años, el aspirante occidental que había tratado de captar Moscú, contra el campeón Spassky, 35 años, ruso. El Mundial se lo llevó Reikiavik, por una oferta de 125.000 dólares.
Pero no fue fácil. Fischer, que siempre se caracterizó por una rebeldía que fue degenerando en extravagancia hasta perder la cabeza definitivamente, se negó a jugar si no se doblaban los premios. Un acaudalado aficionado inglés, de nombre Jim Slater, puso otros 125.000 dólares. Aún protestó Fischer por la sala y su iluminación, la distancia hasta la primera fila, el tablero, las fichas… Exigió que no hubiera niños entre el público. Spassky, contra lo que le aconsejaban sus asesores, accedió a que se hicieran las cosas como quería su oponente.
Ya estaba creada la máxima expectativa cuando por fin comenzó el duelo, el 11 de julio. Fischer no apareció. Spassky movió el peón blanco y se quedó esperando. A los siete minutos apareció por fin Fischer, que perdería la partida con un error infantil, inimaginable en un jugador de su talla.
Ahora exigió para seguir jugando que no hubiera televisión. No compareció en la segunda partida, que se le dio por ganada a su rival. Henry Kissinger le llamó, con una presentación célebre (“soy el peor jugador de ajedrez del mundo llamando al mejor jugador de ajedrez del mundo…”) para intentar convencerle, pero fue Spassky el que de nuevo le respaldó en su pretensión, desoyendo instrucciones de las autoridades del deporte soviético.
El Mundial se reanudó, con Spassky ganando ya 2-0. La tercera partida la ganó Fisher con negras, después de varias genialidades.
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El duelo, que se siguió con pasión en todo el mundo, terminó el 1 de septiembre, cuando Spassky se levantó de la mesa en la partida número 21, en el movimiento 40. Fisher había ganado 12,5 a 8,5.
Fue recibido como un héroe en EE UU. Spassky fue acusado en Moscú de haberle concedido unas ventajas psicológicas que resultaron decisivas. Le fueron marginando.
Jugarían de nuevo otra vez, una exhibición, en 1992, en Belgrado, pero aquello defraudó. Ninguno de los dos era el mismo ni había Guerra Fría.
Para entonces, Fisher ya estaba cuesta abajo en la rodada. A la hora de defender su título, en Manila, en 1975, ante un joven Karpov, puso tales condiciones que le desposeyeron del título. Cada vez más díscolo y extravagante, fue detenido en Pasadena por bronca con la autoridad. Más tarde fue puesto en busca y captura tras jugar aquella segunda vez con Spassky, porque el choque se disputó en la República Federal de Yugoslavia, cuando EE UU había ordenado un bloqueo contra aquel país por la Guerra de los Balcanes. Detenido más adelante en Tokio por usar pasaporte falso, pasó algunos meses en prisión hasta que consiguió asilo político en Islandia, donde moriría en 2008. En sus últimas apariciones tenía el aspecto de un vagabundo.
Spassky es hoy un octogenario que vive en Moscú. De cuando en cuando da una entrevista. Alguna vez ha explicado que quiso ayudar a Fisher, al que veía ya entonces “como un niño medio enfermo, a punto de desquiciarse”, y salvar la partida, por el bien del ajedrez. La posteridad no valoró su buen talante deportivo.
De haber sido menos anuente, hubiera retenido el título por descalificación del rival. Pero nos hubiéramos quedado sin aquellas emociones.
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