Fernando Alonso, las dos caras de un campeón
En sus 17 años en la Fórmula 1, el asturiano ha sido un piloto odioso para algunos e idolatrado por muchos más
En su larga trayectoria como piloto de Fórmula uno, Fernando Alonso mantuvo siempre una actitud crítica frente a sus propios equipos y ante muchos aspectos de la competición que veía mejorables. Fue un gran campeón y así lo acreditan sus dos títulos mundiales en 2005 y 2006, luchando contra un genio del calibre de Michael Schumacher y su incomparable Ferrari. Alonso ganó sin que su Renault fuera, probablemente, el mejor coche de la parrilla. Y eso es algo que no solo demuestra su calidad como piloto, sino que ocurre en contadas ocasiones.
A nivel deportivo, sus logros son incuestionables. Deja el Mundial con dos títulos, 32 victorias, 97 podios, 22 poles y 17 temporadas, a los 37 años. Pero a nivel humano, resultó un piloto controvertido, odioso para algunos y admirado hasta la idolatría por muchísimos más. Fue y sigue siendo una persona con dos caras, a la que no le importa sacrificar su imagen pública si ello le otorga algún beneficio competitivo.
En una de las múltiples entrevistas que pude realizarle, le pregunté directamente: "¿Cómo es posible que una persona tan cálida en la distancia corta ofrezca una imagen tan distante y controvertida en su imagen pública?". Su respuesta fue de perplejidad. No tenía conciencia de ello. Y entonces le relaté algunos hechos que lo acreditaban. "La gente no te entiende cuando dices que si estás en tu casa de Oviedo y viene a visitarte algún primo, le digas a tu madre que les responda que no estás. Eso rompe tu carisma". Pero su respuesta fue sorprendente: "Es que no te puedes imaginar la de primos que me salen cuando estoy en Asturias".
"Tampoco se comprende que, cuando liderabas el Mundial de 2005 con Renault, dijeras en varias ocasiones que el equipo no te había ayudado mucho a conseguirlo". Y, nuevamente, resultó que aquello respondía a una estrategia. "Si dije aquello fue para espolear al equipo, para que no se durmieran, porque solo así podía acabar ganando el título". Fue difícil asimilar también que en el momento teóricamente más feliz de su vida, cuando acababa de conseguir su primer título mundial en 2005, entre sus primeras palabras deslizara aquello de "no le debo nada a nadie". "¿Cómo es posible que en un momento de tanta felicidad pudiera decir algo semejante, sabiendo que no era cierto?", le pregunté unos años más tarde a su mánager, Luis García Abad. "Fernando es agradecido", me respondió. "Y a las personas que le ayudaron ya las llamó personalmente".
Probablemente sea cierto. Pero, entonces, ¿por qué no explicar todo esto de una tacada y evitar interpretaciones erróneas? Fernando es así. Y lo demostró una vez más, cuando en su segunda etapa en Renault, la escudería invitó a los periodistas españoles a cenar. Estuve a su lado, hablando amigablemente de todo. Se acercaba la Navidad y, al finalizar, le pregunté si podía hacer allí mismo la encuesta que EL PAÍS realizaba cada año entre los deportistas de élite para elegir a los mejores de la temporada. Era un minuto. Pero su respuesta fue increíble: "A eso no te puedo responder. Antes tendrás que consultarlo a la jefa de prensa y si ella me da permiso te responderé". "Muy bien, y ¿dónde está?". “En París”. Así que semanas más tarde recibí las respuestas.
Su lucha contra los elementos en McLaren
Sin embargo, los momentos más delicados de su carrera los vivió en 2007 cuando fichó a bombo y platillo por McLaren y le colocaron como compañero de equipo a un tal Lewis Hamilton, sin que nadie lo imaginara. Aquel joven piloto tenía dos elementos fundamentales a su favor, era inglés en un equipo británico y había sido protegido por Ron Dennis, el propietario de la escudería, desde que triunfó en los karts. Así que Alonso tuvo que luchar contra los elementos para salir adelante.
En la primera carrera, en el taller se aplaudió a rabiar cuando Hamilton adelantó al español en las primeras curvas. Lo que provocó que José Luis Alonso —padre del español— y su mánager vieran las siguientes carreras en el pabellón de Renault. En el comedor de McLaren el ambiente se hizo irrespirable, hasta el punto de que en una ocasión, José Luis le dijo a Fernando que no escuchara a Norbert Haug —responsable de Mercedes— porque "ya no tiene nada más que decirte". El estallido final de aquella situación fue el juicio que se reabrió contra McLaren por espionaje a Ferrari y la sanción que les supuso la pérdida de los puntos y unos 70 millones de euros. En aquel momento se afirmó que el caso se reabrió por unos emails entre Alonso y Pedro De la Rosa. Pero eso es algo que ellos deberán aclarar. La consecuencia fue la pérdida de un título que debía ganar Alonso y que dejó escapar Ron Dennis para favorecer a Hamilton en los momentos decisivos. Lo ganó Raikkonen con Ferrari.
Allí pudo ganar Alonso su tercer título mundial. En cambio, se fue disparado hacia Renault, que le acogió con los brazos abiertos. Parecía entonces que las puertas de los dos grandes equipos se le habían cerrado. Y así lo comenté en varios artículos. Hasta que García Abad me abrió los ojos. "Te equivocas", me dijo un día en el paddock. "Estamos en Ferrari". En 2010 llegó al equipo más emblemático de la Fórmula 1. Y solo un error estratégico del equipo en la última carrera le impidió ganar el Mundial. El tercer título se le resistió. Y, aunque fue segundo dos veces más, ya no hubo más oportunidades. Ayrton Senna, con sus tres títulos, sigue en el horizonte. Pero Alonso se va dejando una imagen de honradez consigo mismo a pesar de sus dos caras, y siendo todavía uno de los mejores pilotos de la Fórmula 1.
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