Gerardo Seoane, un hijo de la emigración gallega al frente del Young Boys
El entrenador del rival suizo del Valencia hizo el camino inverso al de sus padres y pasó cuatro años sin brillo como futbolista en el Deportivo
Tenía 19 años cuando rubricó con el Deportivo un vínculo que trascendía lo profesional porque le llevaba a la tierra de sus padres en un camino inverso al que ellos habían trazado veinte años atrás. Ahora han pasado otros veinte y parecen lejanas tanto aquella ilusión como la frustración por la ausencia de oportunidades para triunfar. Las raices, eso sí, no dejan de llamar y Gerardo Seoane (Lucerna, 1978), el entrenador del Young Boys suizo que visita al Valencia en la Liga de Campeones, vuelve cada verano a A Brea, una pequeña aldea vecina a Carballo, a 30 kilómetros de A Coruña. Ahí volvieron sus padres tras la jubilación, a un entorno que sin oportunidades laborales les condenó en su día a hacer la maleta.
En Suiza había tajo, así que en 1975 vivían allí más de 150.000 españoles, la mitad gallegos. Muchos partieron sin garantía de ocupación, a través de un efecto llamada que les llevaba donde sabían que a un conocido le iba bien. En vacaciones, quien podía, regresaba al pueblo con un buen coche de matrícula helvética, síntoma que avivaba a quienes dudaban si marchar. Los padres de Seoane lo hicieron, se afincaron en Lucerna y allí nacieron sus dos hijos. Gerardo mostró talento como futbolista y una tarde de junio de 1998 él y su padre se reunieron en A Coruña con Augusto César Lendoiro, el presidente del Deportivo.
“El presi tenía esas cosas. A veces aparecía con desconocidos que eran apuestas para buscar un pelotazo”, describe Tito Ramallo, entonces entrenador en la base del Deportivo. Las vagas referencias sobre Seoane mostraban que se había alineado en una decena de partidos en la liga suiza, pero su origen le daba un singular pedigrí. Lendoiro acababa de ser muy criticado por exprimir la sentencia Bosman y confeccionar un equipo plurinacional al que llamaban la ONU. Le sedujo el guiño de reclutar a un hijo de la Galicia emigrante, le firmó un contrato de cinco años, se filtró que aquel mediocentro liviano era “el Guardiola de Carballo” y lo presentó en Riazor ante 3.000 aficionados. El chico sostuvo la expectativa: “Mi juego técnico y de toque se adaptará a la Liga”. 150 millones de pesetas (casi un millón de euros) ingresó el Lucerna. La cláusula de rescisión elevaba diez veces esa cantidad.
En pretemporada pronto quedó claro que no contaba para Javier Irureta, otro recién llegado. Dos internacionales brasileños, Mauro Silva y Flavio Conceiçao, se alistaban en la medular. Donato se retrasó a la zaga para tener minutos. Seoane entrenaba con el Deportivo, pero se alineaba con el filial, el Fabril, que acabó colista en Segunda B cuando estaba armado para otras cotas. Con el primer equipo apenas se mostró en un cruce copero contra el Jerez de los Caballeros. Entonces nadie lo sabía, pero fueron los dos únicos duelos oficiales que disputó con el Dépor. Al final de aquella campaña confesó: “Me siento en deuda con el club. Voy a ir a más”. La temporada había sido mala para el Fabril y para Seoane, pero buena para el Deportivo, que se clasificó para disputar competición europea. A rebufo de esa ilusión llegaron otros dos mediocentros más, Jaime y Jokanovic. Mauro Silva, Flavio y Donato seguían en el plantel, así que Seoane pasó a ser la sexta opción. Todo en un contexto en el que Irureta al empezar a entrenar se topó con 35 futbolistas. “Imposible dar entrada a los jóvenes”, avisó. “Mi carrera se detuvo”, recuerda ahora el técnico del Young Boys
Seoane, que ya alternaba con la selección suiza sub21, se quedó descolocado. “Le gustaba la noche y defendía con fervor que un futbolista debía salir para evadirse”, recuerdan en el club gallego. Su segunda campaña transcurrió sin dorsal ni percha en la caseta del primer equipo y se redujo a entrenar con el filial. El Deportivo ganó la Liga, pero Seoane no figura como campeón porque además se fue en marzo a préstamo al Bellinzona suizo. Regresó, aguardó ofertas que no llegaron y tras cuatro meses se reintegró al Fabril, de nuevo en Segunda B. Volvió a descender. En su cuarta campaña blanquiazul se resignó a jugar en Tercera con un filial que acabó noveno. “Tenía mucha clase, pero parecía desmotivado”, resuelve Dani Cancela, uno de sus compañeros aquel ejercicio. “No dio problemas, pero tampoco soluciones”, resume Tito Ramallo, su entrenador entonces. “Se notaba que estaba cumpliendo el contrato sin más. Podía haber ejercido de líder, pero no quiso ese papel”, apostilla el técnico.
El Deportivo ya era una quimera para él. Se fueron Flavio, Jaime y Jokanovic, pero todavía mandaba el gran Mauro Silva y llegaron Duscher, Emerson, César Sampaio, Sergio y Toro Acuña. En el Fabril a veces desplegaba el pincel. “Era un mediocentro organizador sin contundencia defensiva, pero con muy buen pie. Veía el fútbol solo a través del balón. Discontínuo en el rendimiento diario, estaba con nosotros porque no le quedaba más remedio, sin haber progresado al no tener sitio en un plantel de nivel mundial”, le define Ramallo, que igual asistió al despertar de una vocación: “Creo que tuvimos feeling porque entendí su problemática. Le gustaba poner en cuestión decisiones y preguntarme por cuestiones tácticas o del entrenamiento”.
“Tener un salario alto de alguna manera le penalizó”, cree Cancela. Seoane ganó en cinco campañas más que en el resto de su carrera. Su último año de contrato lo pasó en su país natal, cedido en el Aarau. Nadie le añoró en un club que peleaba por ser campeón de Europa y se instalaba en unos números rojos que le acabaron por restar potencial mientras él transitaba por la competición suiza hasta que en junio de 2010 colgó las botas y tomó la pizarra. El verano pasado le llamó el campeón helvético, el Young Boys. Ahora es él quien se muestra en la Liga de Campeones. “Tratamos de hacer un fútbol combinativo. Pasar por el fútbol español y entrenar con gente excepcional fue positivo en ese sentido”, rescata.
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