El Alavés duerme como líder tras sepultar a un Celta en caída libre
La solidez del equipo que dirige Abelardo derrota a un rival en el que su técnico Antonio Mohamed queda muy cuestionado
El Alavés se fue a la cama como líder de LaLiga en el inicio de la novena jornada. Pero hubiera sido normal que no lo hiciese y se marcase un reenganche. Está para fiestas el equipo vitoriano, que en el primer cuarto del campeonato ha recorrido más o menos la mitad de trayecto que lleva hacia su objetivo de permanecer un año más en la categoría. Y a partir de ahí a soñar, que los sueños se contruyen con sacrificio y a eso pocos ganan al esforzado colectivo que dirige Abelardo, al que cabe ponderar como se merece. Hace casi once meses que llegó a Vitoria y desde entonces dirigió al equipo en 34 partidos de liga. Cogió al equipo colista y ahora es líder porque ha ganado 18 de esas citas, la última en Balaídos (0-1) ante un Celta, que no habia perdido en su casa en todo lo que va de 2018, que remató mucho y jugó mal, en el que tras seis jornadas sin ganar en las que apenas sumó tres puntos se discute muy severamente al técnico Antonio Mohamed, despedido por el público con una monumental pitada.
Hay algo en el Celta que no acaba de ensamblar. En su deseo de abrazar la solidez se ha desprendido de su frescura y avanza hacia la intrascendencia. Aquel equipo excitante, de ida y vuelta y pleno de recursos en ataque apenas deja ahora unas pinceladas, trazos de Iago Aspas, que encuentra cumbres entre tanta planicie, pero qu eni puede estar a todas ni siempre acaba de sortear la estricta vigilancia a la que le someten los rivales, que saben de sobra que muchas veces es comienzo y final. Hay brochazos de Boufal, huellas de Brais Mendez o de los mediocentros de buen pie. Pero falta chicha y un funcionamiento colectivo más engrasado. Eso es justo lo que hace fuerte al Alavés, que se exprime como pocos, colecciona peloteros menos dotados, pero sobre el césped convierte once voluntades en una sola. También dispone de violines, como el de Jony, un virtuoso.
El Celta fue a donde lo envió Iago Aspas, en la creación y el pase, en el remate o en la estrategia. Por ahí encontró varias veces al meta Pacheco, que resolvió con su solvencia habitual, propia de uno de los grandes tapados del campeonato. Cuando le exigieron estuvo colosal. El cancerbero sostuvo en tres intervenciones puntuales a un equipo que se sintió cómodo durante bastantes minutos. Moduló su ambición el Alavés con el paso de los minutos porque empezó codicioso en la presión y pronto se fue a su campo. Se defendió con orden, se aplicó en las disputas y esbozó alguna excursión hacia la meta celeste. En una de ellas, mediada la primera parte pudo marcar Manu García. Para entonces el estadio era un silencioso clamor. No es Balaídos un coliseo en el que la gente apriete especialmente, quizás muchas veces más a los suyos que a los ajenos. Pero en esta cita los integrantes de sus gradas de animación decidieron callar durante la primera media hora de partido enojados porque el club y la patronal liguera no les deja situar sus pancartas sobre las vallas publicitarias. El fútbol y las pasiones que mueve jamás dejan de sorprender.
La gente en Vigo está enfadada y hay bastante gente en el club, en los despachos, pero quizás también en la caseta que no acaban de entender el motivo. Y eso convierte un problema en algo más preocupante. Hay riesgo de desconexión y eso es alimento cuando por medio se cruza un Alavés que huele la sangre, se guardó y esperó su momento sin aplicarse siquiera en las contras. Lo encontró en una acción de estrategia entre dos de sus futbolistas de querencia defensiva, Laguardia, que tocó en el segundo palo para habilitar a Pina en boca de gol.
Marcó el Alavés con casi cuarenta minutos por jugar. Mohamed se activó de inmediato. Llamó a Emre Mor, retiró a Fran Beltrán y se ganó una pitada monumental. Que se censure la sustitución de un mediocentro por un delantero alerta sobre lo que se está cociendo en el graderío de Balaídos. Minutos después entró Sisto por Boufal. Ninguno de los dos refuerzos había calentado en la banda antes de saltar al verde. Demasiadas cosas parecieron precipitadas en el Celta antes y después de recibir el gol, carente de soluciones, incapaz de hincarle el diente a un hueso que incluso pudo ser mayor si Sergio Álvarez no saca con ayuda del larguero uno de los remates con el exterior que caracterizan a Ibai Gómez. Balaídos evidenció la diferencia entre un equipo trabajado y uno en el que queda mucha piedra por picar. Resta por ver quien manejará el cincel.
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