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Champions League - Grupo a - jornada 2Así fue
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La extinción de los ‘Ernst Happel’

Fumador empedernido, bebedor de coñac, buen conversador en los cafés de Viena, mejor a las cartas..., el pinturesco entrenador austriaco, el primero en ganar dos Copas de Europa con dos clubes diferentes, fue el técnico del Brujas que eliminó al Atlético en 1978

Ladislao J. Moñino
Happel junto a Cruyff, durante un entrenamiento con Holanda en 1977.
Happel junto a Cruyff, durante un entrenamiento con Holanda en 1977.Getty

No solo el legendario estadio Prater de Viena adoptó el nombre de Ernst Happel. En el hotel Weine de Brujas una habitación también fue bautizada en homenaje al pintoresco entrenador austriaco, fallecido en 1992 de cáncer. Happel, además de ser el primer técnico en ganar la Copa de Europa con dos clubes distintos (Feyenoord 1970 y Hamburgo 1983), fue toda una personalidad que a finales de los años 70 convirtió al Brujas en uno de los rivales más respetados del fútbol europeo.

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De las paredes del bar del hotel en el que vivió durante sus tres años en la flamenca y medieval urbe también cuelgan fotografías en sepia y a color de uno de esos entrenadores de la época, de cigarro, chándal y gorra bajo la lluvia. Un estereotipo desintegrado por lo erosivo de los cambios de modas, usos y costumbres de las sociedades. Bebedor de coñac; fumador empedernido; arisco con la prensa cuando algo no le gustaba [“soy entrenador, no escribo libros…”]; también mordaz para difundir sus ideas; ateo y condescendiente con la eutanasia, según desveló  en una mítica entrevista en Der Spiegel en 1986; buen conversador en sesudas terturlias filosofutbolísticas en los cafés de Viena; mejor con las cartas en el casino "[la ruleta yo no la puedo manejar”]…

Happel fue un zorro gruñón de pelaje bohemio que en su primera experiencia como entrenador en 1962, para ganarse el respeto de los jugadores del ADO Den Haag holandés, que refunfuñaban por finalizar un entrenamiento por la intensa lluvia, colocó una lata encima del larguero y la derribó al primer disparo. Tras ese vacile jerárquico, les dijo a sus jugadores que, cuando uno de ellos atinara, la sesión se daba por concluida. Hay versiones, otras lo estiran más, que dicen que fue el deciomosexto jugador el que logró igualar la puntería de su entrenador. En cualquier caso, Happel se salió con la suya: sus futbolistas estuvieron un rato más entrenando y con un ejercicio de precisión. Un truco muy de una estirpe embaucadora de periodistas, por personaje, por genialidad y socarronería. Una forma de entender la vida y el fútbol de la que quizá Luis Aragonés fue el último gran representante. A su llegada al Hamburgo en 1981, Happel repitió la misma treta. En esta ocasión se cuenta que Franz Beckenbauer, que apuraba sus últimos días como jugador, acertó a la primera. Pero Happel ya no necesitaba ganarse el respeto de nadie.

Happel posa con los trofeos de la Bundesliga y la Champions que conquistó con el Hamburgo en 1983.
Happel posa con los trofeos de la Bundesliga y la Champions que conquistó con el Hamburgo en 1983.Getty

“Su recuerdo está muy latente en el Brujas y en el club. Yo me hospedé unos meses en ese hotel en el que él vivió. Happel entabló una fuerte amistad con el dueño, que siempre cuenta historias graciosas de él y le puso el nombre a una de las habitaciones”, relata el entrenador español Juan Carlos Garrido, que dirigió dos temporadas al Brujas. “Era un entrenador como la copa de un pino, eso se notaba. Le gustaba mucho entrenar con balón, era exigente, estilo Max Merkel, pero no tenía nada que ver con eso de ejercitarse con balones medicinales. Yo era un crío que acababa de subir al primer equipo, pero es difícil olvidarse de un entrenador así. El idioma fue un problema para él. Llegó al Sevilla en uno de los peores momentos de su historia y en Segunda División. El club hizo un esfuerzo muy grande por traerlo, era un técnico muy reputado que venía de aquel gran Feyenoord”, rememora el exjugador sevillista Pablo Blanco, al que Happel dirigió en la temporada 73-74. La curiosidad que le despertó poder vivir en Sevilla, uno de los motivos por los que aceptó la oferta, solo duró 15 jornadas.Tras ese paso efímero, Happel recaló en el Brujas en 1975 y le otorgó la hegemonía del fútbol belga por encima del también pujante en el escenario europeo Anderlecht. Tres Ligas y una Copa en tres temporadas.

La presión, la trampa del fuera de juego que él mismo empezó a ensayar como central del Rapid de Viena al son de un silbido suyo, la flexibilidad posicional de los jugadores… Con las mismas armas con las que le había dado al Feyenoord la Copa de Europa de 1970, Happel hizo del Brujas un conjunto temible. Bajo su dirección, el club flamenco alcanzó la final de la Copa de Europa de 1978, perdida contra el Liverpool (1-0, Dalglish) tras haber eliminado al Atlético en cuartos y a la Juventus en semifinales. Un año antes había sido verdugo del Madrid en octavos, una eliminatoria que el equipo blanco debió disputar en La Rosaleda tras la sanción por el lamentable episodio del Loco del Bernabéu contra el Bayern de Múnich. “Eran un equipo atractivo y a la vez eficaz, hacía un fútbol muy moderno, parecido al Ajax, aunque no tan bueno. Yo jugué la ida en Brujas (2-0) y Pacheco la vuelta 3-2”, recuerda el guardameta Miguel Reina, que padeció las oleadas del extremo Sorensen y el lateral derecho Bastijns, los remates de Lambert, la habilidad del número 10 Courant, y los disparos lejanos de centrales que ejercían de líberos, Leekens y Krieger. Este último heredó el silbido de su entrenador para tirar el fuera de juego.

Ernst Happel, durante un partido en 1992.
Ernst Happel, durante un partido en 1992.Kösegi/ullstein (Getty)

Solo 45 días después de caer ante el Liverpool y tras despedirse del Brujas como un mito viviente, Happel vivió su derrota más dura. Sus conexiones con la puntera e innovadora escuela holandesa le sentaron en el banquillo oranje, lo había compaginado con el Brujas, para caer en la final del Mundial de Argentina 78, ante los anfitriones (3-1), en la gran noche de Mario Alberto Kempes. La Copa de Europa ganada con el Hamburgo a la Juventus (1-0, Magath) le resarció un poco de aquella desazón. Luego, dirigió al Swarowski Tirol de 1987 a 1991. El Madrid le endosó en su competición fetiche su mayor goleada como entrenador (9-1). Poco antes de fallecer dirigió a la selección austriaca y justificó el titular de la entrevista de Der Spiegel: "¡No quiero morir en el el extranjero!".

Cuarenta años después de haber eliminado al Atlético (también lo derribó en los cuartos de la Recopa de 1992), el Brujas es uno de esos clubes que hicieron grande la Copa de Europa y que son víctimas del neoliberalismo futbolístico y de una frase que desde hace tiempo recorre los pasillos de la UEFA: "Hemos creado la mejor competición de clubes del mundo, pero también hemos generado desigualdad económica". “En Brujas se vive mucho el fútbol, son respetuosos, allí he vivido y disfrutado de mis dos mejores años como entrenador. Ellos, por historia, se sienten un gran club europeo y eso lo notas. Pero para ellos y para el fútbol belga es difícil mantener a sus jóvenes talentos porque Inglaterra, Francia, Alemania, el Ajax y el PSV están muy cerca y además los chicos se adaptan fácil porque la mayoría, además de su idioma, hablan el francés y el inglés e incluso el alemán”, reflexiona Juan Carlos Garrido.

Ahora bajo la dirección del exmalaguista Ivan Leko, y tras más de una década de ausencia en la Champions, al menos la hinchada del Brujas trata de mantener la llama de su historia. Cerca de 3.000 estarán esta noche en el Metropolitanio. Aunque los Ernst Happel de turno ya no existirán más.

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Sobre la firma

Ladislao J. Moñino
Cubre la información del Atlético de Madrid y de la selección española. En EL PAÍS desde 2012, antes trabajó en Dinamic Multimedia (PcFútbol), As y Público y para Canal+ como comentarista de fútbol internacional. Colaborador de RAC1 y diversas revistas internacionales. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Europea.

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