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El Barça pierde el equilibrio

Valverde, condicionado por el 4-3-3, no encuentra las soluciones a los desajustes estructurales del equipo

Jordi Quixano
Messi intenta regatear a Bustinza y Pérez.
Messi intenta regatear a Bustinza y Pérez.Manu Fernandez (AP)

Resuelta la temporada anterior con nota (LaLiga y Copa) cuando se presagiaba lo peor tras la sorprendente marcha de Neymar, desde el área deportiva se exigió en este curso la necesidad de recobrar la esencia azulgrana, el estilo perdido de raíces cruyffistas y tallos guardiolistas. “Tras un año en el que nos impusimos compactar al equipo, se acordó que los fichajes debían permitir jugar a nuestra manera, esa que nos hizo el club más grande del mundo”, admiten desde la ciudad deportiva. Llegó Arthur para recordar a Xavi, Lenglet para sacar la pelota desde la raíz, Vidal para los partidos crudos y físicos, y Malcom para dar profundidad. Pero los nuevos apenas cuentan y el Barça parece haber perdido el rumbo en los primeros compases de la competición, desnortado como está con su propuesta. No se sabe si juega al toque o al arrebato, si su repliegue es alto o medio, con frecuencia partido por la mitad. “Siempre estás expuesto a un accidente y eso es lo que ha ocurrido”, se lamentó el técnico tras caer ante el Leganés. El problema es que ese accidente se dio en Butarque como pudo ocurrir ante el Sevilla, Valladolid y la Real, además de los sustos ante el Huesca y el PSV, y las pesadillas frente al Girona y Leganés. Una versión alejada de la que presumía el presidente Bartomeu —“será un año histórico”, vaticinó— y sugería el área deportiva y el vestuario (con Messi a la cabeza), que consideraban que era la mejor plantilla en tiempos.

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Dibujo clásico, problema nuevo. Sostienen desde la ciudad deportiva que a Messi le gusta el 4-3-3, el sistema que elevó al Barça en el planeta fútbol. Una táctica que se obvió en el curso anterior con el adiós de Neymar porque Valverde priorizó compactar las líneas. Así, con el 4-4-2 (el dibujo preferido del técnico en el Espanyol y en el Athletic), el Barça solo sufrió dos derrotas —en un duelo de Copa ante el Espanyol y en el último e intrascendente encuentro liguero— y encajó un total de 29 tantos en LaLiga (0,76 por partido). Números alejados de este Barça, que con el 4-3-3 ya ha recibido siete tantos en seis jornadas cuando en la temporada pasada Ter Stegen necesitó 18 encuentros para recoger tantas veces la pelota de la portería. “Venimos de un año de Mundial y se ha dado un giro a la idea de juego porque también hay nuevos intérpretes”, apuntan desde el Camp Nou. Busquets, en cualquier caso, lo tiene claro: “Los equipos grandes son más sólidos y debemos intentar serlo”.

Partidos por la mitad. Cuando Mourinho dirigía al Madrid, había una creencia firme en el vestuario azulgrana de que ganarían casi siempre porque el técnico permitía a Benzema y Ronaldo hacer el zángano en la fase defensiva. Un mal que se asemeja al que padece ahora el equipo de Valverde. Resulta que el 4-3-3 reivindica a Dembélé como extremo, futbolista de ataque que se hace el longuis en la fase defensiva. Una tacha que se le permite a Messi porque se le necesita en combustión en los ataques, pero que condiciona al equipo si son dos los jugadores que se descuelgan en la presión. Así, aunque Luis Suárez corra por dos en los 10 segundos que dura la primera presión, el equipo se desgaja cuando corre hacia atrás porque los puntas no acompañan. Por eso, entendía Valverde, para apretar arriba se necesitan dos líneas de cuatro para defender. Pero no se da y resulta un castigo terrible para la medular azulgrana. Los goles en Butarque evidencian la cuestión. En el primero, ante la pasividad de los delanteros, Vesga lanza sin acoso alguno un pase largo que pilla a Piqué a medio repliegue y a Sergi Roberto fuera de lugar. Pifia que provocó la concatenación de errores en el segundo, puesto que Piqué decidió de forma unilateral actuar más de libre para evitar los huecos a su espalda y dejó demasiados metros de diferencia con Umtiti. El Leganés encontró el espacio y le castigó con otro gol.

El recurso de las individualidades. Al Barça le cuesta recuperar su juego coral porque los rivales se arman y conceden el centro, pero no el área. Como hicieran el Alavés, Valladolid y Leganés. Por lo que el Barça ha logrado un incremento notable en los pases —ha pasado de 638 por partido en LaLiga anterior a 735—, pero no lo hace en las zonas calientes. “El fútbol es de los medios”, sentenció en su día Guardiola, obsesionado en su querencia por la pelota y fiel a sus principios porque bien podía jugar con una zaga de tres como poner a un falso 9 para posibilitar la circulación del esférico en campo ajeno hasta encontrar la rendija definitiva. Tanto era así que no fueron pocos los partidos que resolvió en la primera mitad para conservar el balón y el resultado en la segunda. Ahora, sin embargo, al equipo le cuesta llegar al área tocando —solo se recuerda el cuarto gol ante el PSV como una marca de la casa, con 21 pases previos— y se limita a exprimir a Messi o las individualidades de Dembélé, amén del recurso del disparo a media distancia de Coutinho.

Desequilibrio ofensivo. El pase natural de Messi en campo contrario, una vez hecha la diagonal, es el que va en profundidad para la carrera de Dembélé o para la doblada de Jordi Alba. Un recurso que es oro para el Barça porque no son pocas veces las que Leo resuelve un pase de la muerte desde ese costado. Ocurre, sin embargo, que el triángulo Sergi Roberto (o Semedo)-Rakitic-Messi no ofrece esa profundidad por la banda derecha (al contrario que la mezcla Alba-Coutinho-Dembélé), toda vez que el 10 siempre se coloca por el medio, el croata se esmera en ocupar su posición y el lateral de turno llega menos porque los rivales buscan las contras a su espalda. Deficiencia que explica el porqué el equipo ha pasado de 13,5 ocasiones por duelo a las 11 de ahora.

Las rotaciones no responden. “Es muy complicado entrar en el once del Barça porque es un equipo que está muy hecho”, explican desde el Camp Nou; “y Ernesto es muy grande, pero no es rompedor”. Así, no fue extraño que el técnico apostara en los primeros seis encuentros —todos saldados con triunfo— por el bloque que conocía. Con la lección aprendida del curso anterior, cuando el conjunto perdió la energía al final del año con la penalidad de Roma en la Champions, Valverde decidió dar aire a los suyos en los dos últimos duelos ligueros, contra rivales en teoría menores. Pero ninguno ha dicho esta es la mía. En el primero, Lenglet fue expulsado y Vidal y Arthur regresaron al banquillo antes de acabar el duelo. En el segundo poco se supo de Malcom y de jugadores que no contaban titularidad alguna como Vermaelen y Munir.

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