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Rodríguez Magro, équipier modelo de Delgado e Indurain, fallece a los 58 años

El ciclista de Alcalá de Henares sufrió un ataque al corazón en el hospital de su ciudad

Carlos Arribas
Jesús Rodríguez Magro, con el Banesto en 1990.
Jesús Rodríguez Magro, con el Banesto en 1990.

Hace nada, unas semanas, Perico Delgado reunió en Segovia a todos los compañeros del Reynolds que le ayudaron a ganar su Tour, el de 1988. Estaban todos, salvo Dominique Arnaud, fallecido hace un par de años. Estaba Omar Hernández, que viajó desde Colombia y, convertido en pastor protestante, dirigió los rezos en las comidas, y estaban Herminio, Arroyo, Julián Gorospe, Indurain y Lukin. Y estaba también, por supuesto, Jesús Rodríguez Magro, el amigo del alma de Perico, el más alegre y hablador de todos, el compañero al que todos querían más que a ninguno, al que repetían que tenía que adelgazar un poco, y dejar de fumar. Todos ellos que tanto se han reído con sus historias ayer le lloraban en Alcalá de Henares, su ciudad, donde tenía una tienda de bicicletas y en cuyo hospital Rodríguez Magro falleció repentinamente el miércoles por la tarde. Tenía 58 años, mujer y tres hijos.

Magro dio al ciclismo más de lo que el ciclismo le devolvió en sus últimos años.

Había nacido el 28 de mayo de 1960, el mismo año que Perico, que Gorospe, que Eduardo Chozas, que Fede Etxabe, la generación que hizo renacer al ciclismo español en los años 80. En su palmarés figuran dos victorias (una Subida a Urkiola y una Vuelta a Asturias) y miles de kilómetros de trabajo para el equipo.

“Me llegó al Moliner de amateur de la mano de mi amigo Rubito [el masajista Javier Fernández], que es de Azuqueca y controla toda la zona del Henares y pasó a profesional en 1982, a los 22 años”, recuerda Javier Mínguez, su primer director, que recuerda cómo aún, tantos años después, aún se intercambiaban whatsapps con cosas de flamenco, que les apasionaba a ambos, y con chistes. “Era la alegría en persona. Siempre lo era. Como corredor era un escalador que cuando arrancaba había que matarlo para pararlo y daba la vida por el equipo. Era pequeño y duro como una piedra. Y cuando terminaba la etapa, nunca había lamentaciones ni pesares. Era sacrificado y cachondo. Siempre tiraba para adelante. Se fue al Teka en el 87 porque le podían dar más dinero, pero seguimos siendo amigos”.

Rodríguez Magro fue un équipier modelo que nunca se retiró de una Vuelta o de un Tour, carreras en las que siempre fue titular del Reynolds y luego del Banesto en sus años en el equipo de José Miguel Echavarri, desde 1988. “Desde amateur había sido el gran rival de Perico y se hicieron inseparables, y a través de Perico, cuando regresó al equipo en 1988 después de la aventura holandesa, vino Magro al equipo”. Con ellos dio dos vueltas de honor en los Campos Elíseos al lado de los ganadores del Tour, con Perico en el 88, con Miguel Indurain en el 91. También formó parte del BH que ganó la Vuelta con Álvaro Pino en 1986 y del Reynolds de la Vuelta de Perico en el 89. “Los dos se defendían muy bien mutuamente, cada uno en su sitio, uno con su trabajo en la carretera y el otro en los despachos. Y Magro en el hotel era insustituible”.

“Me entró dolor de corazón cuando me llamó Perico para decírmelo”, le lamenta su compañero Ángel Arroyo, con quien compartió vida en los equipos de Mínguez y Echavarri, como lamenta su final “triste y duro”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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