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Los Lagos engrandecen a Valverde

Victoria de Pinot en Covadonga, donde el murciano ayuda a Nairo a resistir los ataques del líder Yates y 'Supermán' López

Carlos Arribas
Valverde, a la llegada a la meta de los Lagos de Covadonga.
Valverde, a la llegada a la meta de los Lagos de Covadonga.MIGUEL RIOPA (AFP)

Desciende la niebla en la montaña y los ataques que se suceden, cortos, interminables, son movimientos plenamente fantasmagóricos, blandos, casi falsos, hijos de la imaginación. Figuras entrevistas entre los faros de coches y motos, cuyo ruido acalla el silbido de las ruedas, los gritos de los ciclistas. Son juegos de amagues, pequeños dardos que se lanzan los favoritos, hermanos inseparables que cruzan miradas de desconfianza, casi de odio.

Los juegos a Nairo, le duelen. A Valverde, su compañero de verde, le hacen más grande.

Por delante, con la libertad de acción que le da su distancia en la general, Thibaut Pinot marcha embalado hacia la victoria de etapa. Un triunfo de prestigio para el escalador francés en la Vuelta más francesa que se recuerda. Los Lagos de Covadonga, nada menos. La cumbre que durante muchos años, antes del Angliru imposible y las montañas que solo desarrollos de mountain bike pueden domar, fue el símbolo de toda la grandeza que los escaladores regalan con su generosidad inacabable. Pinot, que estaba a casi tres minutos del líder Simon Yates, es el único de todos que cuando ataca no da dos pedaladas y mira atrás, esperando una razón para pararse y para criticar a los demás. Pinot, que quiere ser un espíritu libre en un mundillo a veces tan venenoso como el del ciclismo y su atmósfera, mantiene el ritmo, hasta acelera, la mirada fija, delante. Tiene un objetivo claro, una misión, y solo si alguien va más rápido que él no lo alcanzará. Él no va a parar.

Ninguno cede más allá de lo razonable. Unos segundos de nada. Y eso les hace más infelices.

Cuando ataca Pinot aún no ha comenzado a descender la niebla y brillan al sol la Huesera y el Mirador de la Reina, las rampas que despiertan la memoria y la llenan de hazañas quizás imaginadas. Y los aficionados miran a Pinot, que es libre, y se preguntan, ¿por qué los demás no atacan así? Y continúan, tristes, y más que ciclistas que vienen a liberarnos y a emocionarnos, y a hacer que algún minuto de nuestra vida podamos creer en cosas grandes, en gestos desprendidos, parece que han decidido que nuestra existencia tiene que ser eternamente de frustración, como su carrera de supervivientes. La explicación global, seriamente lanzada, como si así fuera más creíble, es que las fuerzas están muy igualadas y ha hecho mucho calor, y toda la etapa se ha ido muy deprisa, y señalan a la general, después, como si la consecuencia fuera la causa: entre el primero, Simon Yates, tan cómodo de rojo como lo estaba en el Giro de rosa, y el cuarto, Supermán, hay 43s. Y el joven Enric Mas, que es sexto, está a menos de dos minutos. A la Vuelta, que ya lleva más de dos semanas recorriendo España, le quedan una contrarreloj y dos etapas de montaña.

Todos ellos han sido grandes en algún momento de su vida, y por eso se les esperaba con expectación, con esperanza, con la misma ilusión con la que se contempla a Enric Mas, el chaval, que vuelve a estar con todos los más fuertes y los tutea, y no se despega de ellos ni medio metro.

Pique entre favoritos

Simon Yates fue valiente en un Giro que acabó perdiendo víctima de su desmesura; a López le llaman Supermán por algo, por sus habituales ataques largos, en los que parece volar, ligero, alado; hace dos años, en esta misma Huesera en la que pena entre cálculos y gestos, Nairo fue como Pinot, y más: atacó de lejos y dejó atrás a Froome y a Contador, y empezó a hacerse con su Vuelta, y cuando ganó el Giro también lo hizo con un ataque lejano, sin mirar atrás. Valverde lo ha sido todo.

Pinot celebra su victoria.
Pinot celebra su victoria.Alvaro Barrientos (AP)

La subida que debía exaltarlos los condena y a Valverde le revive. Y sigue revelando a Richard Carapaz, el campesino ecuatoriano que se echa a Nairo y a Valverde a la espalda, y detrás de ellos, aumentando la mochila, a los demás fuertes, cuando Supermán lanza su ataque previsto —su equipo, el Astana, convirtió la etapa y la doble ascensión al Fito del adiós de Indurain en una persecución frenética de la sombra de los fugados—, anunciado y telegrafiado a casi ocho kilómetros de la cima, tan lejano, tan rodeado de escaladores muy enteros. Carapaz lo mide y le mantiene la distancia, y hasta se da el lujo de acelerar y dejar el paquete que transporta a sus pies, a su rueda, donde ya la generosidad se convierte en utopía.

Son pedaladas y frenazos que significan tira tú, y por qué te paras y tú más, riña de cascarrabias y niños mimados. Valverde, en la subida que dicen que menos favorece a su estilo aventurero, se acerca y se aleja de los tres tenorios, Yates, Supermán, Nairo, según estos, el inglés y López, más que todo, aceleran o levantan el pie. Y aunque llega desde atrás, casi sin aliento, justo en el momento en que López lanza su último ataque, Nairo le dice que persiga, y, con la humildad de los grandes, Valverde persigue, y enseña una lección ambos jovencitos, al Yates que, harto de la inacción de un Nairo que mira para atrás más que nunca, el síntoma de sus días flojos, se exaspera y le manda a paseo con el brazo; y al Nairo que le señala para adelante y le dice que tire él, que es el líder. Valverde recupera el aliento y soluciona el problema. Llega agotado y feliz, el único feliz el día de la frustración. Y cree con más fe que el día anterior que puede ganar la Vuelta.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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