Las grietas que el Sky quiere disimular en un Tour cruel como la vida
Victoria del danés Cort-Nielsen en una etapa tranquila en la carretera y dura para el líder Thomas en la sala de prensa
La etapa 15ª sale de Millau, conocida como el semáforo de Europa por los gigantescos atascos que se formaban en las operaciones vacacionales de todos los franceses antes de que un viaducto extraordinario que sobrevuela el paisaje ahorrara al impaciente las horas muertas en el coche y le robara lo que llaman el sentido del viaje, parte de su vida, las riberas de los ríos, las curvas de las carreteras estrechas de asfalto imposible, los lugares donde el paisaje echa raíces, los pueblos donde vive la gente. El Sky lleva al Tour feliz sobre raíles como de autopista sin curvas, todo plano, sin baches, y su planura esconde las grietas, las disimula, la vida y el Tour, pero no las elimina.
Una de ellas salió tan fuerte a la superficie que supuso la expulsión por una acción violenta "especialmente grave", según los comisarios, de su ciclista italiano Gianni Moscon, quien golpeó a un corredor del equipo Fortuneo que quería proteger la fuga de su lider, Warren Barguil. El mal gesto de Moscon no parece fruto tanto de la tensión a que el Sky está sometido, insultado por el público, como a su propio mal carácter, violento, que le supuso ya una suspensión interna de su equipo por insultos racistas al ciclista francés Kevin Reza. Meses después, Sebastien Reichenbach, el compañero de Reza que hizo públicos los insultos de Moscon, presentó una denuncia contra el italiano, al que acusó de tirarle voluntariamente en una carrera en Italia. La caída le supuso a Reichebach una fractura de cadera. La UCI archivó la denuncia por falta de pruebas. Nadie testificó contra Moscon, un cilcista de tan gran motor como malas pulgas.
“Han colonizado el Tour”, se queja el viejo Cyrille Guimard. Ni se han dejado contaminar con él ni lo han contaminado, no se han mezclado, no saben nada de la cultura del ciclismo, ni les interesa. No sudan pasión, solo exudan inglés para esconderse, la lengua que llegó al ciclismo para que los jefes de comunicación de los equipos duerman felices sabiendo que sus chicos nunca dirán nada que sientan. Dan Martin pedalea aún, no habla por la radio, como Guimard, el que fue director de Hinault y Fignon, y para mostrar su rebeldía ataca al comienzo del Pic de Nore, la puerta hacia el país cátaro, oscuro y áspero el asfalto, umbrío con tantos árboles.
Ataca para sentir la libertad de la soledad, para sentirse ciclista, aun a sabiendas de que no llegará muy lejos. Por delante, la fuga, un nuevo pelotón autogestionario, está ya a cuarto de hora, y Magnus Cort-Nielsen, un sprinter danés espléndido, de 25 años, que es capaz de pasar la montaña mejor que algunos escaladores, ya afila el cuchillo para darle al Astana –un equipo medio danés, medio español pagado por los amigos de Vinokúrov en Kazajistán—la segunda victoria consecutiva. Sus dos victorias anteriores más importantes, dos etapas en la Vuelta de 2016, fueron al sprint puro y duro. En la cima del Pic Nore, tras 12 kilómetros respirando a gusto, un tremendo viento lateral acaba con el resuello de Martin, irlandés, que no inglés.
En la fuga iba un cátaro auténtico, el albigense Lilian Calmejane, que llora amargamente porque sus rivales no han luchado cuerpo a cuerpo, sino apoyándose tácticamente en compañeros de equipo que le han aislado. Ion Izagirre, segundo como en le Grand Bornand gracias al apoyo de su équipier Pozzovivo, no le puede consolar, pero le puede recordar que el ciclismo es así, y que él se equivocó queriéndose ir solo a 100 kilómetros, y que el destino le condenó. Calmejane acepta la crítica, es que corro por instinto, explica, y me dejé llevar por la emoción, por el público.
“El Tour es cruel, como la vida”. Guimard se lo dice a Thomas, no te fíes de Froome, en el ciclismo es más frecuente la traición que la sinceridad, Froome te atacará; y, continúa Guimard, ojalá lo haga y tú le resistas, o no, porque el Tour necesita la verdad, no las relaciones públicas ni las estrategias de comunicación diseñadas en una oficina en Londres… “Cuando el poder está en juego, hace falta legitimidad”, le dice Guimard, y él responde: “Tenía que tener un día muy muy malo para perder el maillot amarillo, y, por supuesto, no se lo daré a nadie a cambio de dinero...” Como es bien sabido, Froome renunció en 2012 a disputarle y ganarle el Tour a su compañero Wiggins a cambio de recibir la misma prima que si hubiera ganado. Y Froome, que busca su quinto Tour, espera que su lugarteniente oficial le sea leal.
Geraint Thomas, galés como su homónimo poeta Dylan, se define como un tipo relajado y chic que se ve guapo de amarillo --“ça me gusta”, dice mezclando francés y español--, y ya empieza a dolerle la cabeza con todos los mensajes que le llegan de directores franceses airados como siempre, y como siempre lo está Marc Madiot, la voz de la limpieza, que vocea que a los Sky les silba el público y les insulta porque no creen en ellos, porque han logrado, además, que no solo haya desafección por su equipo sino por el Tour, por su forma de matar la carrera… Thomas, relax, G., relax, toma aire, medita y responde. “No es bonita la desafección, claro”, dice. “Pero nosotros no tenemos que reprocharnos nada. No sé por qué nos pitan, eso habría que preguntárselo a la gente; y también los medios franceses deberían hacerse la pregunta”.
En la meta de Carcasona, terminada la excursión en el redil, los ciclistas se preparan para pasar tranquilos el día de descanso. Dan Martin, el rebelde, la cruza charlando con Nairo Quintana, a quien el calor enloquece y le hace pensar que puede menos, y querría poder más para rebelarse también. ¿Hablaban de eso? “No”, responde Nairo, “hablábamos de cosas personales, de la vida”. De la vida, cruel como el Tour.
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