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El Sky revienta el Tour sin anestesia en cinco minutos estrepitosos

Victoria y maillot amarillo para Thomas por delante de Froome en la Rosière, donde salta por los aires la tricefalia del Movistar

Carlos Arribas
Geraint Thomas celebra su victoria en la decimoprimera etapa del Tour de Francia 2018.
Geraint Thomas celebra su victoria en la decimoprimera etapa del Tour de Francia 2018.MARCO BERTORELLO (AFP)

En el valle de la Tarentaise las iglesias se han disfrazado de maillot de la montaña y sobre sus muros blancos moteados con grandes lunares rojos por un día, las campanas tocan alegres. Celebran al Tour, a sus héroes, a la pareja del Sky que lo domina y lo revienta, y sume a todos en el estupor: Geraint Thomas, un galés que a los 32 años ha ganado su primera gran etapa de montaña y se ha colocado de líder con 1m 25s sobre Chris Froome, su amigo de toda la vida, dos ciclistas con la trayectoria más atípica. Celebran las iglesias, y las orientan, a las ovejas que pacen libres, y a sus pastores que las dejan explorar regatos y riachuelos nuevos nacidos con el deshielo, y a las cabras caprichosas y saltarinas de los prados tan altos y tan frescos, a casi dos mil metros, y a los ciclistas generosos como Dan Martin, Mikel Nieve, Alejandro Valverde o Tom Dumoulin, que pedalean sin mirar atrás, sin importarles quién se aprovechará de su esfuerzo, guiados solos por su manera libre y audaz de entender el ciclismo, en carreteras estrechas y empinadas, casi imposibles, de asfalto tan claro entre bosques de abetos que parecían pintadas con tiza por manos infantiles e impulsivas.

En los Alpes ya no se hablará más de tricefalia, que saltó por los aires, ni de un colombiano de amarillo en París ya mismo o de un nuevo Contador que dé esperanzas a los españoles. Se seguirá hablando, como otros Tours, como toda la década, del dominio del Sky, de sus secretos, de la transformación de corredores normales en supercampeones pasados los 30.

El Tour han sido 10 días de letargo y cinco minutos de estrépito. Ratificada la supremacía Sky, después volverá el silencio. El mejor español en la general, Mikel Landa, está a 2m 56s de Thomas, y le duele tanto el cuerpo por la caída del pavés que ni siquiera él habla de esperanzas; Nairo está a 3m 16s después de perder más de un minuto con Thomas y 43s con Froome en cuatro kilómetros. Valverde está a 4m 28s del líder después de un ataque medido y directo a casi 60 kilómetros de la meta, y con dos puertos por medio.

Cuando hablaba de tácticas ciclistas, Hennie Kuiper, un histórico del ciclismo de los años 70, empezaba siempre con la misma frase: aquí se trata de comer del plato de los rivales antes de comer del propio. Si hubiera seguido dirigiendo un equipo en este Tour que parece cerrado, sus chicos se habrían muerto de hambre, como les pasó en cierta forma a Nibali, Nairo y Bardet, los tres grandes derrotados. A la sombra del tren Sky, tan poderoso y autosuficiente que marca él el propio camino del Tour, por sus vías, y hasta parece que recarga sus baterías con los esfuerzos y sudores y miedos de todos sus rivales, los que más racanearon se quedaron con las migajas; el premio fue para los que arriesgaron. Salvo para Mikel Nieve.

A Valverde le dieron el premio de la combatividad, un premio habitualmente reservado para los franceses que nunca ganan, por su ataque lejano, en el que contó con la ayuda de su compañero Marc Soler. Fue más bien un ataque táctico, planeado para romper el irrompible tren que puede con todo como preparación para el ataque devastador de Nairo que nunca llegó. Nieve se quedó con nada, solo con la amargura de la derrota después de ser alcanzado por los más grandes a falta de 600 metros. No obtuvo ni una mirada compasiva.

Con el ataque de Valverde no acabó el Sky, sino la locura táctica del equipo de Nibali, que, con la disculpa de probar si Froome estaba bien empezaron a acelerar al pelotón, y todos a su rueda. Con Nairo acabó el mismo y todos los que pensaban que se alimentaban de su plato, sin saber que estaba vacío.

El fin de la anestesia y de las contemplaciones lo declaró Thomas, ya líder in péctore, atacando a seis kilómetros de la meta, cuando ya el pelotón se había reducido al mínimo, sofocado por el ritmo de su equipo. “Fue un ataque de instinto”, dijo el galés del bigote finísimo, que hace poco más de un mes ganó la Dauphiné en el mismo lugar, en la ladera del Pequeño San Bernardo. “El jefe nos había dicho que sobre todo se traba de no perder tiempo, pero vi la oportunidad y la cacé al vuelo”.

Si fue así, fue una acción insólita en el equipo que todo lo calcula. Una acción que desencadenó la gran tormenta. Froome se quedó, de repente, paralizado. Su obligación debería ser frenar a los demás revoltosos; su deseo, ir a por su compañero. El más revoltoso de los revoltosos, Dan Martin, no se conformó y atacó duro. Era el momento que esperaba Froome, quien se fue con el inglés. Fue un movimiento tan feroz, que Nairo, el más temido, vio como el espacio crecía y se multiplicaba entre él y la rueda trasera del inglés. La misma impotencia que sufrió hace cinco años en Ax y en el Ventoux o hace tres en la Pierre Saint Martin. Incapaz de seguirlo, miró atrás, pidiendo ayuda a los demás. La mirada de la rendición, que los demás despreciaron, por supuesto. Nadie quiere hacerse amigo de uno que no les llevará muy lejos.

Los del Movistar y su tricefalia saben que ninguno de los suyos ganará este Tour; los del Sky y todos los demás saben que lo ganará uno de los de su pareja. Quién de ellos es la única duda que mantiene al Tour vivo a 10 días de su final.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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