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Froome, abucheado y silbado, parte hacia su quinto Tour

El campeón inglés, envuelto en la polémica por el caso de su supuesto dopaje, es una vez más el gran favorito de la ‘grande boucle’

Carlos Arribas
Froome, entrenándose en vísperas del Tour cerca de Cholet.
Froome, entrenándose en vísperas del Tour cerca de Cholet.PHILIPPE LOPEZ (AFP)

Había un Mundial de fútbol en marcha y se hablaba de dopaje. Nada era muy distinto hace 20 años, cuando comenzó en Dublín el Tour. Lo ganó Marco Pantani en una etapa de alta montaña con una ataque único en el Galibier que aún se recuerda. Corría con un equipo que más era una banda, siempre a cola del pelotón, como indiferente. Pantani tardó en regresar al Tour y cuando lo hizo, dos años después, una descalificación por dopaje y un tormento después, fue aclamado. Era el antiArmstrong, la cara humana del ciclismo, la poesía del sudor y el esfuerzo sobrehumano. A Lance Armstrong, que no tenía un equipo sino un ejército implacable y era invencible, acabaron insultándolo y escupiéndolo antes, bastante antes, de que su confesión por dopaje destruyera su personaje ciclista.

A Chris Froome, el campeón del Tour del siglo XXI, le pitaron y le abuchearon el jueves durante la presentación de los corredores del Tour, y le insultaron como nunca se había insultado a un ciclista, y le prometieron que sus tres semanas de Tour van a ser un tormento.

El ciclismo, en efecto, ha cambiado en los últimos 20 años. El héroe es un hombre muerto.

“Lo que siembras recoges”, comentó sobre la pitada, y sentenció a Froome, Nairo Quintana, rival histórico de Froome y campesino de toda la vida. El colombiano sabe de qué habla, por supuesto, pero no se sabe a qué semilla se refiere; por qué ni el Tour, que lo quiso excluir pese a su pasado de campeón, ni los aficionados le quieren como se ha querido siempre. “Porque ya no se quiere como antes”, intenta explicar Mikel Landa, “porque ahora mandan las redes sociales, y los haters son los más seguidos”.

Mapa con el recorrido del Tour de Francia 2018. Fuente: Tour de Francia.
Mapa con el recorrido del Tour de Francia 2018. Fuente: Tour de Francia.EL PAÍS

Oficialmente, Froome, ganador invencible de cuantas grandes vueltas emprende desde septiembre de 2016, es un ciclista limpio que nunca se ha dopado. También es verdad, si no oficial, sí mayoritariamente aceptada, que Froome no sería Froome si no fuera por el equipo que le ha creado, una suerte de monstruo del doctor Frankenstein surgido de la ambición de los magos del Sky, el ciclismo del siglo. Una criatura que sonríe y es amable, y no dice nada. Froome es el favorito para ganar el Tour, para seguir ganándolo, para seguir acrecentando la pérdida de fe. Pantani era su banda; Armstrong, su ejército. Ambos eran líderes genuinos, esclavos de su ambición, y frágiles. El Sky es un laboratorio sobre ruedas y Froome su ciclista probeta. La fascinación por el rendimiento puro.

“Ayudándole estos años a Froome he visto sobre todo cómo en el Sky se gestionan muy bien los esfuerzos”, cuenta Mikel Landa, que dejó el equipo del inglés para ser figura en el Movistar. “En ese equipo todos miden muy bien las cosas”. Es todo el elogio al que se han hecho acreedores. Y su comunicación también, la conversión pública del sudor en producto cuantificable y analizable y mejorable. La deshumanización de la hazaña.

Landa, como Froome tres años más tarde, también atacó solo y loco en Le Finestre; también provocó una crisis en la maglia rosa del momento, Alberto Contador. A diferencia de Froome no ganó el Giro porque entonces, en 2015, corría en el Astana, un equipo con filosofía de toda la vida y alma italiana, en el que las decisiones son hijas de componendas, pactos y promesas rotas, como las del ciclismo de siempre. “Y subí Le Finestre sin asfalto más rápido que Froome”, recuerda Landa. Y su hazaña fue ensalzada y lamentado su fracaso. A la hazaña de Froome, una fuga larguísima y devastadora que hizo que los aficionados anhelantes recordaran a Merckx y a Pantani, su equipo no tardó en descorazonarla, en cuantificarla, en convertirla en hija de la planificación, la ciencia y el laboratorio. La poesía de la nada. Sin sangre.

El ciclista, Froome, como una máquina generadora de vatios al ritmo de un corazón de latidos controlados, alimentado cada 500 metros con bebidas de proteínas y agua de mar pesadas y calculadas hasta el miligramo. Están orgullosos en el Sky de sus experimentos, y los hacen públicos, y cuentan cómo hacen sufrir a sus ciclistas para que pierdan peso y ganen fuerza. El ciclismo reducido a una ecuación vatios-peso y una pizquita de exageración. Para rehidrtar a sus corredores, y para que no beban de más, porque el agua pesa, les analizan la orina todas las mañanas y miden su densidad; el agua de mar bloquea la subida del ácido láctico en esfuerzos continuados; las heces fecales hay que aligerarlas porque pueden suponer dos kilos de más que hay que eliminar antes de empezar a subir montañas y hay que buscar dietas de pocos residuos, y muchas proteínas y pocos carbohidratos, y que compitan y pedaleen en un estado cetónico, sin glucógeno en el hígado para que aprovechen el combustible de las grasas. Y todo esto se agita, se mezcla y se sirve. Y todo ello duele, pero explica la diferencia, y ya no se habla del corazón del deportista que busca superar sus límites y desafía en soledad la naturaleza y las montañas y la nieve. Y el amor del aficionado que se conmueve.

El último giro en la política de incomunicación del Sky ha consistido en una tribuna que Froome ha publicado en Le Monde, el diario de París que ha liderado la lucha contra el dopaje, y las denuncias, desde los años Armstrong, su bestia negra. “Nunca deshonraré el maillot amarillo”, dice Froome. Como si 20 años después del Tour del Festina, el dopaje, la duda, fuera el problema.

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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