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El Tour anestesiado que quiere el Sky

Van Avermaet aumenta su ventaja en cabeza el primer día de los Alpes, donde triunfa Alaphilippe y Urán pierde 2m 36s con los favoritos

Carlos Arribas
El ciclista francés Julian Alaphilippe celebra su victoria de la décima etapa del Tour de Francia 2018.
El ciclista francés Julian Alaphilippe celebra su victoria de la décima etapa del Tour de Francia 2018.Christophe Ena (AP)

Los ganadores se arrogan el privilegio de la desmemoria, pero la memoria es el privilegio de los derrotados, de los ciclistas siempre, que en tiempos de modernidad se aferran como pueden a las raíces de su deporte antiguo. Cuando atraviesan lugares por los que ya han pedaleado en otros Tours, y el Tour es siempre volver a pasar, piensan, como piensan los aficionados también, más en los Tours pasados que en el que corren en ese momento, y cuando llegan al Páramo de Glières, en Alta Saboya, un lugar nuevo para el Tour, Chris Froome pincha al entrar en el camino de tierra de siempre de un lugar de martirio que nadie quiere profanar con asfalto. Nadie le ataca. El pinchazo del gran favorito quedará grabado ya en el lugar para Tours futuros, como quedó grabado en la memoria de todo el pelotón, que pasa por allí despacito, sin hacer ruido, tan respetuoso, que allí en la Segunda Guerra Mundial miles de alemanes y de traidores de Vichy masacraron a más de 100 maquis, algunos de ellos republicanos derrotados en España, cuya divisa era “Vivir libre o morir”.

A tanto no llegan, por supuesto, los ciclistas, que el primer día de Alpes suben y bajan montañas anestesiados como quiere el Sky, que empieza a ganar el Tour por eliminación, poquito a poquito, como si no quisieran que doliera. Y casi sin darse cuenta, de la lucha por la victoria final se empezaron a descolgar ya unos cuantos, como el colombiano Rigo Urán (segundo el año pasado), el holandés Bauke Mollema o el tártaro Ilnur Zakarin.

Del trantran monótono y agotador del equipo de Froome solo se liberaron una veintena que partió en fuga. De entre ellos salió el ganador de la etapa, Julian Alaphilippe, un francés joven, un Valverde juvenil y audaz, y se emociona en Le Grand Bornand casi más que cuando derrotó al murciano en la Flecha Valona, el día que empezó a matar al padre y hacerse mayor. Lleva en la barba un intento de perilla de mosquetero, toda una declaración de principios, y corre casi tan volátil como un elemento químico, alegre y con pedalada ligera y acelerada, casi electrizante, como si se sintiera el conejito de las pilas de la tele. No ganará el Tour, ni lo intenta, pero sí quizás cavará como Rey de la Montaña, un objetivo muy valorado en el hexágono. En la fuga también llegó el líder de amarillo, Greg van Avermaet, que, como hace tres años, engordó ligeramente su renta antes de empezar a perderla definitivamente y regresar al anonimato del Tour.

El Tour lo quiere ganar Mikel Landa, a quien la memoria, los Tours pasados, le lleva a sus tiempos de miembro del tren anestésico Sky atravesando sin descarrilar Alpes y Pirineos. “Sí, ya sé de qué va, y lo que aburre sufriéndolo”, dice el alavés, quien comenzó el día con susto, enganchándose con la bici de Gaviria en el recorrido neutralizado junto al lago de Annecy. “A todos se nos han ido las ganas de hacer nada”. Y oyéndole el aficionado también recuerda otros Tours y la perfección alcanzada por el equipo inglés en su táctica destructiva fingidamente indolora, usando a los gregarios más pesados, Moscon y Rowe, en los primeros puertos, más llevaderos para todos la Croix Fry y Glières, , y aumentando poco a poco la velocidad con Castroviejo y Kwiatkowski en Romme, para llegar al frenesí de su joya colombiana, Egan Bernal, en el final de la Colombière, donde todos gritan sálvese quien pueda, Valverde padece un salto de cadena que le obliga a sprintar para no perder el paso, y Froome y Thomas marchan silbando a su rueda. Una forma como otra cualquiera de desintoxicar al cuerpo del llano que les ha asfixiado tantos días,

La memoria de Nairo es el prado tan verde junto al lago tan azul de Annecy, de donde hace cinco años, y también un día de mucho calor, salió la etapa que terminó en Semnoz con él victorioso. Mientras pedalea sobre los rodillos en meta para desacelerar su corazón poco a poco, el colombiano responde con la mirada, una chispita de luz casi incandescente, tan viva, que brota de sus ojos oscuros cuando se le recuerda el aroma de aquel Tour, o cuando se le dice que Egan Bernal, tan fuerte, tan joven, corre llevándole a él en la memoria y en la voluntad el deseo de superarle algún día. Pero cuando más se anima, y hasta la apoya casi musitando las palabras, tan bajitas salen de su boca, es cuando se le menciona Alpe d’Huez, el lugar en el que estuvo a punto de reventar sin anestesia el Tour de 2015, con Froome y su gregario Porte sufriendo deshidratados. “Ahí, ahí”, llega a oírsele.

Nairo da la respuesta a la pregunta que no contestan los directores del Movistar –“ya llegará el momento”, dicen, “por ahora vamos a seguir acumulando kilómetros de montaña”--, que son conscientes de que la mejor fuerza con la que cuentan para acabar con todo el ritmo Sky es la de la capacidad de arriesgarse a perder todo con alguno de sus tres líderes atacando lejos. Ninguno quiere perder nada. Ninguno está dispuesto aún a ser como las abejas japonesas, que cuando una avispa se cuela en su colmena la rodean entre varias y la abrasan con el propio calor de su cuerpo multiplicado en su frenesí. Viven seis días menos que las que no participan, pero quizás los viven mejor. Con su propia memoria.

Ion Izagirre, segundo

Bradley Wiggins, que sufrió a Chris Froome como segundo tan ambicioso y tan fuerte que tuvo que sobornarle para poder ganar el Tour de 2012, ya lo ha advertido: Froome también lo pasará muy mal si no aclara rápidamente que él es el líder del Sky. Le llama a atacar, como si fuera un vulgar Movistar, lo que le obligará a romper la táctica del trantrán. Quedan dos días de Alpes, y dos finales en alto, con Alpe d’Huez esperando mañana.

Ion Izagirre no le disputa para nada el liderato del Bahréin a Vincenzo Nibali, todo lo contrario, es una especie de lugarteniente, y por eso, por ser un gregario ejemplar, estuvo a punto de ganar la etapa. “Me infiltré en la fuga por si Nibali se movía atrás, y como llegamos hasta el final intenté disputar la victoria, pero Alaphilippe estaba muy fuerte, y acabé segundo”, dijo el hermano pequeño de los Izagirre, justo el último español que ganó una etapa en el Tour. Lo hizo en la Joux Plane del Tour de 2016, cuando aún corría en el Movistar de Nairo y Valverde.

Con su hermano Gorka, con el que también compartió Movistar, lleva dos años a sueldo del reino de Bahréin, desde donde pasarán, probablemente, al terminar esta temporada a los vecinos Emiratos Árabes Unidos, que patrocina otro equipo. Así lo confirmaba en la salida de Annecy Mauro Gianetti, el mánager del UAE, quien precisó que la negociación está abierta con ambos hermanos y con su apoderado, el italiano Giuseppe Acquadro, que domina el gran carrusel de los traspasos.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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