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Mundial Rusia 2018
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De orinales, escupideras y amoniaco

“Dudo que la selección vuelva a ser un equipo si no colgamos el caduco tiquitaca”

Kompany consuela a Neymar tras la derrota de Brasil ante Bélgica en cuartos.
Kompany consuela a Neymar tras la derrota de Brasil ante Bélgica en cuartos.AFP

“Neymar está triste, ¿qué tendrá Neymar?”, se preguntaría Rubén Darío en mi lugar. “Ha perdido la risa, ha perdido el color...”. Y, como Messi o Cristiano, también ha perdido un Mundial. En el país de los bebedores de vodka e inhaladores de amoniaco han sucedido extrañas cosas que ni el argentino Messi, ni el portugués Cristiano, ni el brasileño Neymar entienden.

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La Baba Yaga rusa, por puro divertimento, hizo que los galos Asterix y Obelix negaran la poción mágica a un desamparado Messi y que el Mort Cinder uruguayo, el hombre de las mil y una muertes, dejara de darle cuerda al robótico Cristiano. Por su parte, Tintín y el capitán Haddock se encargaron de que Neymar rodara por los suelos con el equipo a cuestas. “Es difícil encontrar fuerzas para seguir jugando al fútbol”, declaró lastimero. Pero confía en que las fuerzas se las devuelva Dios…

—O su padre —intercedió Martín Girard—. Porque es su padre, y no Dios, el que negocia un contrato cuyas cláusulas secretas ni Dios conoce.

—Pero supone —intervine—. Como para Messi y para Cristiano, y otros ilustres ciudadanos, la clave consiste en cómo escamotearnos un puñado de millones a los más tontos contribuyentes. Sus añorados paraísos ya no son de fiar y los que ganan su fortuna a patadas no saben dónde esconder el dinero.

—¡Tengo la solución! —exclamó Martín Girard—. Lord Byron cuenta en su diario íntimo que, siendo él adolescente, conoció a un jugador que guardaba miles de libras en… un orinal.

—Si esa modalidad prosperara, España sería el país con más orinales del mundo, y no faltaría algún presidente de club que se apresurara a fabricar orinales para alguno de sus jugadores y para uso propio —predije, y sugerí—. También podría, de paso, fabricar escupideras. Sigo sin soportar los escupitajos de los futbolistas durante los partidos. Dicen que lo hacen para liberar la tensión y mitigar el esfuerzo. Pero, ¿acaso los tenistas no están sometidos al mismo esfuerzo y tensión sin escupir en la pista? Otro tanto podría decir de los jugadores de baloncesto o de rugby y de otros deportes donde, siendo el esfuerzo y la tensión similar o mayor, no cunde ese repugnante ejemplo.

—¿Y te parece elegante que despidamos este Mundial hablando de orinales y escupideras después de ver una semifinal como la de Francia contra Bélgica? —me reprochó mi interlocutor—. ¿Por qué no rompemos, al menos, una lanza a favor de la selección española?

—¿En la cabeza de quién? —pregunté.

—Si lo pensamos bien, España podría haber tenido la suerte de Croacia, que sobrevivió a Dinamarca y Rusia con prórroga y penaltis —adujo.

—Mientras seamos la mejor liga del mundo a golpe de talonario —repliqué—, dudo que la selección vuelva a parecer un equipo si no cuelga en el perchero el caducado tiquitaca, alterna el balón al pie con balones al espacio y adquiere la anticipación, fuerza y rapidez que el fútbol actual requiere…

—¿Por qué no probamos todos a esnifar amoniaco? —propuso Martín Girard.

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