Mandzukic, el machaca de Croacia
El jugador de la Juventus recogió el premio a su pelea con un tanto histórico para su selección
Hay pocos delanteros tan secos y ariscos como Mario Mandzukic. Un tipo duro, de un fuerte carácter que se achaca a aquellas noches en las que se refugiaba debajo de un colchón cuando durante la guerra de los Balcanes escuchaba cercanos los disparos de las tropas serbobosnias. Su rictus es una oda al cabreo permanente. Sus pómulos afilados, su prominente y picuda nariz y la cabellera erizada le confieren unos aires de machaca que intimidan.
En el vestuario del Atlético relataban que cuando no le gustaba algo, mejor no contradecirle. Por temer, le temía hasta Diego Pablo Simeone, que no se atrevió muchas veces a obligarle a jugar caído en la banda como luego le situó Allegri en la Juventus. Eso sí, todos sus compañeros coincidían en que en el campo se partía el pecho por todos. Y las narices, como sucedió en más de una ocasión, si hacía falta.
Quizá nadie represente mejor el sufrimiento, el desgaste físico de Croacia para meterse por primera vez en la final de un Mundial. Su gol, apareciendo a la espalda de los centrales ingleses, fue un premio justo a su enorme desgaste. No ha habido partido en este Mundial en el que no haya bregado con los centrales rivales, que haya dado y recibido por igual.
Cuando marcó, el seleccionador croata, Zlatko Dalic, enloqueció. El primer tiempo de su equipo le había deprimido. Fervoroso practicante de la religión católica, su estampa con la mano en el bolsillo para tocar el rosario que lleva es uno de los tics que se han convertido en clásicos durante este Mundial. El hombre, al que su inquebrantable fe le lleva a regalar biblias a sus futbolistas, repite el ritual cada vez que percibe que Croacia lo pasa mal sobre el terreno de juego.
Que durante todo el primer tiempo, Dalic apenas sacara la mano derecha del saco de su pantalón, diagnosticaba el mal partido que estaban ejecutando sus futbolistas. Clavado en uno de los vértices del área técnica, el técnico croata tuvo que escuchar el Football's Coming Home, con el que la organización amplifica los goles de Inglaterra, cuando Trippier sacó esa parábola prodigiosa por encima de la barrera y Subasic se estiró para adornar la fotografía del gol. Paralizado en su esquinazo del tapete, Dalic veía pasar por delante de él a la centella Sterling y contemplaba a sus jugadores petrificados, encogidos, como si las prórrogas ante daneses y rusos y la trascendencia de la cita hubieran depositado hormigón sobre sus piernas y sus cabezas. Por un momento pareció que toda la tradición y la mística del fútbol inglés le caían encima a Croacia. Fue un primer tiempo atípico de los representantes de un país que tiene el gen resabiado y competitivo de la escuela balcánica.
Sorprendentemente la reacción de Croacia comenzó en Vrsaljko, un futbolista poco fiable emocionalmente, capaz de pedir un cambio si percibe que está nervioso. Sus proyecciones por la banda derecha tuvieron un efecto dominó al otro lado del costado del ataque croata. Perisic también se encorajinó y empaló una buena rosca de Vrsaljko. El lateral del Atlético también evitó un gol sacando bajo la línea un cabezazo de Stones en el primer tiempo de la prórroga. La acción dio paso a la prórroga. Y ahí, el machaca Mandzukic esperó para esbozar la sonrisa más grande de su carrera con ese histórico gol.
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