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Los ‘bleus’, espejo frágil e imperfecto de Francia

La selección de fútbol refleja la historia colonial del país y los debates cíclicos sobre la identidad

Marc Bassets
Deschamps, con sus jugadores en San Petersburgo.
Deschamps, con sus jugadores en San Petersburgo.ETIENNE LAURENT (EFE)

Es como si, una vez cada cuatro años, Francia se mirase al espejo y entonces descubriese su identidad real. La que no ve, por ejemplo, cuando observa a sus élites política o económicas. La que raramente disfruta de tanta presencia en los medios de comunicación.

La diversidad de la selección de fútbol es un reflejo aumentado —la presencia de las minorías es mayor en el fútbol que en el resto de la sociedad- de la diversidad de este país con una larga historia de colonialismo e inmigración. Y subraya, por contraste, la escasa presencia de estos ciudadanos en la clase dirigente francesa.

Los bleus han sido, en el imaginario republicano, la pantalla en la que se proyectaba las obsesiones sobre la identidad nacional. Cuando las cosas iban bien -en Francia y en la selección-, el fútbol representaba un ideal. Cuando todo se torcía, resumía todas las disfunciones de la sociedad.

“Se podría hacer una historia social de Francia estudiando el equipo de fútbol”, dice en un café de París el escritor Abdourahman Waberi, escritor francés nacido en Djibouti y profesor en la George Washington University. “En los años cincuenta había jugadores con nombres polacos: gente del norte y el este de Francia, las cuencas obreras. En seguida, llegaron los italianos. En los equipos de los años setenta y ochenta vemos nombres italianos y españoles. Y a partir de mediados de los años ochenta y los años noventa tendemos a los hijos del África postcolonial”. 

Relacionar la selección francesa con la inmigración puede dar pie a malentendidos. Sus jugadores son franceses, como lo eran el polaco Kopa, el italiano Platini, el español Fernández... Algunos, hijos o nietos de inmigrantes. Otros, nacidos en territorios coloniales como las Antillas, que llevan perteneciendo a Francia desde el siglo XVII, mientras que, como recuerda Waberi, Niza lleva poco más de un siglo y medio en Francia.

Sí es verdad que estos equipos -Francia, y también Bélgica e Inglaterra, para fijarse sólo en los semifinalistas del Mundial de Rusia- son la evidencia de una naciones europeas multiétnicas. Se trata de estados que, como mínimo sobre el papel, han ofrecido, cada una con modelos distintos, vías para la integración de las sucesivas olas de inmigrantes. Estados Unidos -y basta para comprobarlo mirar la selección de este país en cualquier deporte- también responde a este modelo. Todas son lo que ahora se denominaría “democracias liberales”, hoy cuestionados por el contramodelo de los partidarios del repliegue nacionalista y el modelo de democracia autoritaria.

En el caso francés, el espejo de la selección nunca fue perfecto, y con frecuencia ha sido incómodo. Hace veinte años Francia ganó el Mundial y vivió un idilio con la selección black-blanc-beur de Zinedine Zidane, juego de palabras con los colores de la bandera, transformados en negro-blanco-árabe.

Tres años después, vivía el desagradable episodio de los abucheos a La Marsellesa en partido Francia-Argelia en el Stade de France, que algunos vivieron como una afrenta de los hijos de la inmigración argelina a la patria. Y en 2002, el líder ultra Jean-Marie Le Pen, que representaba a la Francia hostil a la identidad black-blanc-beur, alcanzaba la segunda vuelta de las elecciones presidenciales (su hija, en 2017, repitió el éxito y obtuvo más de 10 millones de votos).

Los vaivenes -de la identificación con los bleus a la incomodidad- no han cesado. En 2005, tras el estallido de las banlieues, el intelectual Alain Finkielkraut lamentó que al selección francesa fuese “black-black-black, lo que provoca burlas en todo Europa”. Las fricciones no terminaron entonces. La exclusión, todavía en vigor, de Karim Benzema del equipo nacional, llevó al futbolista a sugerir la existencia de un lobby racista, aunque el motivo oficial fue su supuesta implicación en un turbio asunto de chantaje sexual. La escasa proporción de descendientes de argelinos en la selección también llevó hace unos años algunos comentaristas a preguntarse: “¿Dónde están los árabes?” Muchos jugaban con Argelia.

Se diría que las victorias en Rusia y el buen ambiente entre los bleus han apartado cualquier polémica esta vez. El fútbol se convierte entonces en una forma de pedagogía: enseñar a los ciudadanos que tan francés es llamarse François como Zinedine.

“El equipo, el de 1998 o el de hoy, es Francia, porque Francia es una condensación de todas las olas sucesivas que han llegado en el siglo XX. Por eso el equipo actual es un resumen de la historia de Francia y de la inmigración”, dice por teléfono William Gasparini, sociólogo y profesor de la Universidad de Estrasburgo. Y añade en otro momento: “La diversidad que vemos en el futbol de alto nivel no se reproduce en la política. Si mira los diputados del departamento de Seine-Saint-Denis, con una fuerte inmigración, hay pocos diputados que provengan de la inmigración”.

De 12 diputados en Saint-Denis hay uno, y este el distrito por excelencia de la banlieue, el lugar de donde vienen varios jugadores de los bleus, entre ellos el nuevo héroe bleu, el veloz Kylian Mbappé. Queda campo por recorrer.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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