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Bélgica doma a Japón en el último suspiro

En un partido fascinante, el equipo de Roberto Martínez remonta un 0-2 y jugará con Brasil por un lugar en las semifinales

Juan I. Irigoyen
Chadli celebra con Lukaku y Meunier la agónica victoria de Bélgica ante Japón.
Chadli celebra con Lukaku y Meunier la agónica victoria de Bélgica ante Japón. FRANCIS R. MALASIG (EFE)

A veces el fútbol se pone egoísta y le niega a la afición a jugadores como Iniesta, Ronaldo o Messi, todos ya fuera de Rusia. Pero la pelota compensa y regala partidos como el que disputaron Bélgica y Japón. Una bendición en este Mundial, dispuesto a fusilar a cualquier selección que se anime a postularse como candidata al título. A no ser que su nombre sea Brasil, claro. Japón acarició la sorpresa ante Bélgica, una más en Rusia. Pero los muchachos de Roberto Martínez sacaron más coraje que toque para concluir una victoria fascinante en el último minuto, después de levantar un 0-2. Que nadie se atreva a borrar a los Diablos Rojos, ahora rival de la poderosa Canarinha en los cuartos.

Bélgica tardó un buen rato en domar a Japón. Son insoportablemente intensos los nipones: corren por todos los balones, se multiplican en las coberturas, difícilmente desordenados, dueños de una técnica depurada. Pero, de picardía, nada. Le falta calle a los japoneses. No se sabe muy bien dónde se aprende a ser granuja, pero definidamente no en las disciplinadas escuelas de fútbol de Japón. Sin embargo, con sus armas, los chicos de Nishino se lo pusieron difícil a los creativos belgas.

Esta Bélgica de cromos de colección no tiene nada que ver con el histórico equipo de Pfaff y Scifo, que sucumbió ante el mejor Maradona en México 86. Ayer una selección europea, hoy multirracial, siempre fina con el balón. El equipo de Bob Martínez tardó un cuarto de hora en robarle el cuero a los japoneses. Ahí se vio a los Diablos Rojos, que se achicaban y se expendían, al servicio de lo que mandaba la jugada, ya sea para abrir el juego por las bandas con los ligeros Carrasco y Meunier o para juntarse por el centro del campo con los habilidosos De Bruyne y Hazard.

Virtud para atacar, defecto para defender, las bandas condenaron a Bélgica. Leyó perfecto el duelo Nishino, lo interpretaron mejor sus jugadores. A partir de los pelotazos cruzados a espaldas de los dos carrileros, Japón asustaba a los europeos. Nada más el equipo de Martínez perdía el balón, los japoneses sacaban una pelota en diagonal en la búsqueda, sobre todo, del flamante refuerzo del Betis, Inui. La sensación, en cualquier caso, era de que en cuanto Bélgica acelerara o Lukaku acertara en un demarque, el marcador se abriría en su favor. Pero sucedió lo contrario. Aceleró (aun más) Japón.

De vuelta de los vestuarios, Shibasaki filtró un pase quirúrgico para la velocidad de Haraguchi, que le comió, sin problemas, la espalda a Vertonghen. Ya había avisado Japón con su estrategia, pero nadie esperaba ni el error del central Tottenham ni el mal posicionamiento de Courtois, sin nada que hacer ante el disparo fuerte y cruzado del extremo japonés. Pero si entonces la sorpresa era mayúscula en Rostov, tras la genialidad de Inui, todos se quedaron de piedra. El exdelantero del Eibar le ganó a Bélgica en su terreno: disparo colocado, bonito, imposible para un largo de buenos reflejos como Courtois.

Y cuando parecía que Japón tiraba a la basura el cartel de favorita de Bélgica, los muchachos de Martínez sacaron del ostracismo su carácter. Ya no había conexiones interiores ni paciencia, había una rebeldía feroz dispuesta a vender muy cara su derrota. Un precio imposible de pagar para los nipones. El camino de la ilusión belga lo abrió un error del portero Kawashima. En una misma jugada el meta se confundió dos veces en la salida, primero para rechazar mal un centro, luego para fallar en el cálculo del testarazo bombeado de Vertonghen.

Un nuevo partido comenzó. Bélgica mostró los dientes. Japón no se asustó, ni siquiera cuando apareció Hazard. El crack del Chelsea le puso un centro preciso a la cabeza de un gigante Fellaini para la defensa nipona. El partido estaba roto. Nadie quería que al árbitro se le ocurriera pitar el final, mucho menos Brasil, que esperaba contento a su rival para cuartos. Hasta que aparecieron las manos de Courtois (frenó un gran tiro libre de Honda) y una contra brillante comandada por De Bryune y rematada por Chadli. Ganó Bélgica, sí, pero sobre todo ganó el fútbol en Rostov.

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Sobre la firma

Juan I. Irigoyen
Redactor especializado en el FC Barcelona y fútbol sudamericano. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Ha cubierto Mundial de fútbol, Copa América y Champions Femenina. Es licenciado en ADE, MBA en la Universidad Católica Argentina y Máster de Periodismo BCN-NY en la Universitat de Barcelona, en la que es profesor de Periodismo Deportivo.

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