España retrocede una década
La selección, en otro partido lleno de despropósitos, cae eliminada en los penaltis ante una Rusia con tanto entusiasmo como poco fútbol
Tanto despropósito encadenó España durante este tormentoso Mundial que acabó por condenarse ella sola. Ni siquiera se le cruzó por el camino algún rival ilustrado. Lo mismo da que la estocada final fuera de Rusia, un equipo de pelaje similar al de Irán y Marruecos. En estos días de zozobra, todos fueron un himalaya para la Roja. Sin fútbol, España no tuvo sostén ni remedio, por más que se agitara contra la crítica y no fijara al enemigo real: la propia España.
El exilio ruso no fue cuestión de una mala jornada. O de que un portero llegara rendido a la ruleta de los penaltis (un 25% de acierto en su carrera). O que los fallaran Koke y Aspas. El desplome fue multiorgánico desde el primer día, con Julen Lopetegui y el Madrid de cháchara a hurtadillas del mando federativo. Sobre el césped, nadie ha estado a la altura, con un equipo destartalado salvo un rato con Portugal. No hubo un jugador reconocible, por más que el postizo Fernando Hierro hiciera girar la noria con cuatro alineaciones diferentes. No hubo forma. El problema era redondo: España y la pelota renegaron mutuamente tras una década de flirteos. En Rusia ha quedado reducida a tales cenizas que se fue del Mundial habiendo encajado 11 goles (incluidos los penaltis y el anulado a Irán) de 12 remates. Y no solo tiritó De Gea desde el primer duelo. Las tachas se han multiplicado partido a partido.
Rusia, como los adversarios precedentes, no es una selección con cocodrilos. Pero, como sus predecesores, hizo que la Roja quedara retratada. Para calibrar la graduación que se le suponía a rusos y españoles, la propia hinchada local festejaba cada cruce de medio campo de uno de los suyos como si se tratara de un oro olímpico. Cada córner disparaba el volumen de las gradas. Y no digamos el eco atronador del estadio Luzhniki cuando su Rusia, remendada por aquí y por allá, alcanzó la tanda de penaltis. Rusia fue casi nada. España, la nadería.
Intervino Fernando Hierro más de lo que se vaticinaba. Y no fue cualquier cirugía. Iniesta, como Xavi ante Chile en Brasil 2014, pasó a la reserva en el que podía ser (y fue) su último partido internacional. Si el manchego preservó como nadie el testamento del catalán, llegados los octavos en Rusia el seleccionador puso a España la etiqueta de Isco.
El malagueño, perseverante como nadie en su intento por coger el duelo por la pechera, fue más un solista que un guía coral. Algunas acciones pintureras, otras muchas sin consecuencias, sin picante, en zonas blandas del juego. La Roja fue tan plana que tardó 46 minutos en sellar la autoría de un remate: un quite del portero local a Diego Costa en el tiempo añadido en el primer acto.
Los avisos en las áreas eran pocos, pero exclusivos: siempre rusos. Antes de que España se perfilara en alguna dirección, Ignashevich, un central del CSKA que el día 14 cumplirá 39 años, hizo un singular doblete: penalti y gol en propia casa. Asensio lanzó una falta desde el costado derecho del ataque español. El más que fogueado Ignashevich abrochó a Sergio Ramos como si fuera un oponente yudoca. Más pendiente del arte marcial que de la pelota ésta se lo hizo pagar y acabó en la red tras golpearle en un tobillo.
El bonus extra concedido por Rusia no surtió efecto alguno en el equipo español. Sin la pelota, su chato adversario solo le exigía a través de un delantero grúa, Dzyuba. Un ariete a cuatro centímetros de los dos metros que tuvo en órbita al conjunto de Hierro. Nada más expuso el grupo de Cherchésov en su faceta ofensiva, rebajado a la hora de contragolpear por la suplencia del velocista Cheryshev en favor de experimentar con tres centrales.
España y Rusia fueron dos bostezos. Los anfitriones no dan para nada más; la Roja se suponía que sí. Los locales le regalaron la pelota para nada. Un dato terminal: al término del partido (sin prórroga mediante), Ramos, el futbolista más distante de la portería rival se convirtió en el jugador que más pases ha dado en un mismo partido mundialista (141). Al menos desde 1966, según la empresa de estadísticas Opta. Síntoma absoluto de para qué la utilizó la selección española, como artefacto para ganar minutos más que metros, para hacer creer que era lo que fue y hoy tanto le cuesta siquiera plagiar. El balón como objeto ambulante, de aquí para allá de forma previsible, en horizontal. Cada toque requería uno, dos, tres controles. O de mensajeros como Isco corre que corre con la pelota anudada a los pies.
Como los goles no siempre son hijos del juego, porque sí llegó el empate. Porque sí y por una mano de Piqué para taponar al pívot Dzyuba. El propio gigante batió a De Gea.
Pasada la hora, Hierro detuvo el reloj en favor de Iniesta. Y poco después dio pista a Carvajal, otro de los aparcados en el banco respecto al duelo con Marruecos. España seguía sin finura, sin pulso, sin dictado ante un oponente con la lengua fuera, el corazón en los huesos y el alma en las tribunas. Con Iniesta, por fin hubo focos en la portería de Akinfeev, que le desvió un buen tiro. Como ya en la prórroga a Rodrigo.
Con los rusos fundidos, tanto el valencianista como Aspas al menos dejaron alguna sacudida. Pero ya era tarde, España jugó a la ruleta, como todo el campeonato, y cayó como un equipo cualquiera. Con una tanda de penaltis de 2008 ante Italia comenzó su escalada celestial y por la misma vía se ha despeñado con todo mérito en Rusia. De Gea no interfirió en ninguno, lo que sí hizo Akinfeev ante Koke y Aspas. Fin del cuento para la Roja, que nada más mereció si se la mide no ya por lo que fue, sino por lo que era hasta pisar Rusia e ir de enredo en enredo, en el campo y fuera.
Es hora de un certamen de expertos sobre esta caída libre tan inesperada para un equipo que llevaba dos años invicto. El problema es que el presidente lleva dos telediarios, el técnico es interino e Iniesta ya va de camino a Japón. El asunto es gordo. El equipo ha retrocedido una década. En Brasil 2014 cayó ante contrarios como Holanda y Chile. Y en Francia 2016 con Italia. Pero ha llegado a un punto en el que no se sostiene ni ante Irán, Marruecos, Rusia...
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