Patadas en vinagre
Hubo tiempos en que el fútbol era un deporte que se hablaba con los pies y se remataba con la cabeza
Hubo remotos tiempos en que el fútbol era un deporte donde se hablaba con los pies y se remataba con la cabeza. Eso creíamos algunos. Nuestra inocencia ha quedado en desuso. El fútbol se juega con el color de las camisetas y el contenido de las carteras. También requiere ciertas cualidades éticas y psicológicas en quienes presiden algún gran club, como por ejemplo…
A mis espaldas, una risa sardónica interrumpió mis palabras. Me volví intrigado y me encontré cara a cara con el avezado, intrépido, mordaz y petulante Martín Girard. Un periodista intruso que solía meterse donde no le llamaban y a quien yo no había llamado.
“Según Maquiavelo”, me aleccionó. “Un presidente que se precie debe ser capaz de simular y disimular lo que piensa y lo que siente, y supeditar todos los valores morales a los intereses de su club, encarnados en su persona, aunque ello conlleve graves perjuicios para los intereses de su país”. Y añadió: “Eso, más o menos, decía el tal Maquiavelo que no en vano había trabajado para el gobierno florentino.
“¿A qué viene esta florentinada?”, repliqué malhumorado. “¡Por tu culpa me he perdido el primer gol del Mundial! ¿Quién ha marcado?”.
“Los rusos. En Arabia Saudí se dedican a otros asuntos”, insinuó malévolo.
No obstante, los susodichos rusos, por su corpulencia y potencia goleadora, me dieron tanto miedo como si tuvieran a Putin, Trump y Kim Jong Un en el banquillo.
Luego vinieron los denodados forcejeos de Uruguay para doblegar a Egipto en el minuto 89 y el suicido marroquí ante Irán en el fatídico descuento.
El síndrome del suicida en los minutos decisivos no lo padeció sólo el marroquí Bouhazddouz, sino también De Gea en el minuto 43 del primer tiempo y Piqué con la falta a Ronaldo en el 88. O Nacho apenas comenzado el encuentro. Como si desconociera la habilidad de su colega portugués para tropezar con las pantorrillas y engancharse a los tobillos que le pongan por delante.
Confieso que todavía gravitan sobre mí las palabras de Ramos: “Esto parece un tanatorio”, dictaminó el día de autos. Al respecto, me habría interesado sopesar el estado de ánimo de los jugadores durante el entrenamiento en Sochi, pero nos endilgaron un alegato justificatorio que ni los pruritos de transparencia ni la flagrante inoportunidad justifican.
“Es como si horas antes de la boda, el novio anunciara a la novia que, tras la luna de miel, la dejará por otra”, comentó aviesamente Martín Girard.
Por fortuna, ni los malos influjos ni las injerencias pudieron con el carácter y excelente juego de esta selección española de la que podemos esperar lo mejor si no se nos suicida.
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