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Gobierno de Colombia
Tribuna
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Los improvisados y los mentirosos

En Colombia todo el mundo cree que puede ser presidente, y parece que estuviéramos condenados de pasar de un improvisado como Duque a uno incapaz como Petro

La periodista Vicky Dávila
La periodista Vicky Dávila durante un debate de candidatos a la alcaldía de Bogotá, el 10 de Octubre de 2023.Sebastian Barros
Juan Gabriel Vásquez

Si los dos años largos de Gustavo Petro nos pudieran enseñar algo, tendría que ser el riesgo que se corre cuando se vota por quien no sabe. El Gobierno Petro va de tropiezo en tropiezo por muchas razones; una de ellas, muy apreciable, es la rara tendencia del presidente a deshacerse de quienes más saben –Ocampo, López, Gaviria– y nombrar a incompetentes: ministros de Educación que no saben ni de educación ni de ministerios, directores de Planeación que no son economistas porque las matemáticas les dieron muy duro, diplomáticos que no tienen un solo día de experiencia en diplomacia. Ha tenido otros ministros que sabían de qué hablaban, y algo debe significar el hecho de que le han ido renunciando con tanta frecuencia: de Cultura, de Medio Ambiente. Como todos los populistas, Petro prefiere rodearse de gente que le diga que sí (o que le diga que lo ama) en lugar de gente que le diga la verdad, o que sepa alguna verdad, aunque no la diga.

En eso –en los problemas que tiene un país cuando vota por los que no saben– pensaba yo el otro día, viendo la entrevista que la precandidata Vicky Dávila dio para la cadena CNN en Español. Vi la entrevista entera y mi conclusión fue inevitable: no es que Vicky Dávila no esté preparada para ser presidente; es que no está preparada para dar entrevistas. O, por lo menos, entrevistas sobre su candidatura. No hubo en sus respuestas ni un mínimo de sustancia, ni una noción de política seria, ni una sola frase que nos permitiera pensar que tiene las competencias, los conocimientos o la experiencia necesarios para presidir uno de los países más complejos del mundo. Petro ha sido congresista (y un opositor formidable) y pasó por la alcaldía más grande del país (aunque estuviera lejos de ser un éxito), y por eso los ciudadanos tenían derecho a pensar que su elección no era un error. Pero los años de periodista de Vicky Dávila, que merecen nuestro respeto como los de cualquiera, no le enseñan a nadie lo imprescindible para gobernar a Colombia, y es al mismo tiempo un acto de irresponsabilidad megalómana y una crasa falta de respeto creer lo contrario.

Pero es que en Colombia todo el mundo –todo el mundo– cree que puede ser presidente. ¿Por qué no, si Duque lo fue? Iván Duque, ungido a dedo por un expresidente en horas bajas y elegido por una ciudadanía crédula, llegó a la Presidencia para aprender a ser presidente. Y hay que pensar lo que nos habríamos ahorrado si hubiéramos elegido a alguien que llegara con las tareas hechas: con experiencia de gobierno (a ser posible exitosa), con madurez política y, sobre todo, sin deudas con los que tiraban de sus hilos. Nadie sabe si Duque, actuando solo sin deberle nada al uribismo radical que tanto mintió sobre las negociaciones de La Habana, habría saboteado como lo hizo la implementación de los acuerdos de paz del Teatro Colón. Los colombianos recuerdan su frasecita frívola: “Ni trizas ni risas”. No tuvo problema, eso sí, en recibir las palmadas en la espalda de la ONU; mientras tanto, hipócritamente, aplazaba con objeciones improcedentes el funcionamiento de la Justicia Especial para la Paz.

Yo hablé con Humberto de la Calle por esos días, y su vaticinio fue claro: las objeciones de Duque no irían a ninguna parte, porque no tenían asidero legal. “En ocho o nueve meses”, recuerdo que me dijo, “las cortes las rechazarán y volveremos al punto de partida”. Y eso ocurrió: las objeciones fueron rechazadas, pero la JEP, víctima de la parálisis, no pudo empezar a trabajar a tiempo; y mientras tanto el Gobierno y la derecha uribista se quejaban de que la JEP era inoperante y fomentaba la impunidad. El cinismo era todo un espectáculo; no era, sin embargo, sorprendente. Era el mismo cinismo con el que habían dicho que los acuerdos de paz eliminarían la propiedad privada, o que traerían el castrochavismo a Colombia (nadie sabía lo que eso era, pero sonaba muy malo), o que eran un vehículo para la ideología de género (un predicador evangélico, aliado del uribismo, nos explicó que los acuerdos convertirían a nuestros hijos en homosexuales). Mentir, mentir, mentir: esa fue la estrategia del uribismo contra los acuerdos. Y dio sus frutos.

Pero vuelvo a la precandidata o candidata Vicky Dávila, que en su entrevista con la CNN dejó en claro cuál era su manual de instrucciones: seguir mintiendo sobre los acuerdos de paz. Comenzó prometiendo que, al llegar al gobierno, acabaría con los procesos comenzados por Petro: “El día 1 del gobierno de Vicky Dávila”, dijo en tercera persona Vicky Dávila, “todos esos procesos de paz se acaban”. Se refería a la Paz Total de Petro, y es difícil no entender lo que dice: porque es verdad que la Paz Total es un fracaso. Ha venido envuelta en palabras grandes, pero ha sido planeada sin cuidado y ejecutada sin rigor, como todo lo que hace Petro, y ha abierto un caos cuyo resultado es la peor violencia que hemos visto en años. Pero de esas constataciones sobre la paz de Petro, Vicky Dávila pasa sin solución de continuidad a una serie de mentiras sobre los acuerdos de La Habana tan cínicas, tan descaradas, que la convierten a ella en digna heredera del uribismo. Y eso, por si no queda claro, no es un elogio.

“Hubo un plebiscito, ganó el no, hicieron trampa. Juan Manuel Santos se robó las elecciones del plebiscito”. Eso dice Vicky Dávila. Hay que ser cínicos: solo desde el cinismo redomado se puede decir que los otros hicieron trampa, cuando lo tramposo fue la campaña del No: y hasta su gerente, Juan Carlos Vélez, lo reconoció en una entrevista de antología que todo el mundo recuerda. Por otra parte, decir que Santos “se robó el plebiscito” es también de un descaro fascinante. Cualquier adulto informado recuerda la verdad: después de que los acuerdos fueran rechazados en plebiscito, el Gobierno volvió a la mesa de negociaciones convocando a los voceros del No; ellos presentaron 59 modificaciones a los acuerdos; el Gobierno aceptó 56. El resultado fueron unos acuerdos mejores, y, sobre todo, corregidos según las propuestas de la gente del No. Esos acuerdos corregidos se firmaron en el Teatro Colón; y son esos acuerdos los que llegaron a cambiar la vida de muchos colombianos –yo conozco a algunos– hasta que el gobierno Duque empezó a cortarles las alas, y hasta que el gobierno Petro decidió desatenderlos para concentrarse en su fallida Paz Total. (Digo “concentrarse”, pero es un decir: Petro es incapaz de concentrarse en nada.)

Así vamos los colombianos: parece que estuviéramos condenados a pasar de un mentiroso al siguiente, o a la siguiente; de un presidente improvisado como Duque a uno incapaz como Petro, y, como eso no nos hace escarmentar, ahora estamos tomándonos en serio a una improvisada que repite tres mentiras por frase, todo ante las cámaras de una cadena respetable. ¿Es que no hay candidatos que sean al mismo tiempo capaces de gobernar y de no mentir? Yo creo que sí los hay. Otra cosa es que seamos capaces de verlos. Somos demasiado sectarios, o estamos cegados por una ética de guerra que nos impide ver con claridad. Y si no vemos con claridad el próximo gobierno, después de dos fracasos de signo distinto, las consecuencias pueden ser nefastas.

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Sobre la firma

Juan Gabriel Vásquez
Nació en Bogotá, Colombia, en 1973. Es autor de siete novelas, dos libros de cuentos, tres libros de ensayos, una recopilación de escritos políticos y un poemario. Su obra ha recibido múltiples premios, se traduce a 30 lenguas y se publica en 50 países. Es miembro de la Academia colombiana de la Lengua.
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