Tú al Tartiere y yo a El Molinón. Nos vemos en casa
La azarosa vida de la familia Testón Martínez, unidos por el fútbol y separados por sus colores
Todo ocurre en una ciudad, pero esta vez no es Verona, sino Oviedo. En Asturias nuestro Romeo es Alfonso Testón, de 35 años, director de exportaciones en una empresa de embutidos saludables. Julieta es María Martínez, profesora de inglés en un instituto, de 33 años. Se conocieron hace 14. Se enamoraron. Y se casaron. Todo a pesar de una gran brecha que parecía irremediable. Alfonso, como toda su familia (serían los Montesco), es socio del Sporting de Gijón. María y sus parientes son ancestrales hinchas del Real Oviedo. Un drama moderno. Pero como el fútbol (y la vida) no es una tragedia shakesperiana, todos se llevan de maravilla. Hay cautelas, vaciles, algún que otro pique; pero sobre todo amor, amistad y una sana rivalidad. La historia perfectamente podría haber ocurrido en Sevilla, Madrid, Buenos Aires o Manchester, en cualquier región futbolera con dos equipos para jugar un derbi. En esta ocasión comienza junto a la ovetense Plaza del Paraguas. Y con Romeo bebiendo el veneno.
María era camarera en un pub de la calle Mon. “Fon y yo nos conocíamos por amigos comunes, yo ya sabía que él era del Sporting. Así que para ver si había interés le puse a prueba”. Le sirvió un chupito, de los fuertes, pero el trago más amargo venía en el nombre de la bebida: “El Sporting a Segunda B”. Alfonso no se lo pensó mucho: “Mira que yo soy de mi equipo, pero en aquel momento el fútbol no era tan importante”. El veneno no mató a Romeo. Empezaron a salir.
Diez años después se casaron. La ceremonia se celebró en un llagar a las afueras de Gijón. Con el Asturias patria querida a toda gaita. Muy de allí, salvo por un detalle. Los novios prohibieron cantar a los invitados, mitad del Sporting, mitad del Oviedo, los himnos de los eternos rivales. Nadie sacó el asunto del fútbol.
Para entonces los consuegros carbayones y rojiblancos ya constituían una familia. Alfonso sénior e Inés, enfermeros, salen casi todas las semanas con José, técnico de armamento, y Loli, auxiliar de enfermería. “Andamos todo el día por ahí. Somos muy amigos, en parte porque hablamos poco de fútbol”, ríe esta última.
En la pareja ocurre algo parecido. “Nos tiramos puyas a veces. Tampoco es que al rival le deseemos lo mejor, pero lo respetamos”, concede María. Hasta esta temporada era más sencillo. Pero el Sporting descendió a Segunda, donde el Oviedo llevaba dos años tras una época convulsa en la historia del club. “Es la primera vez que coinciden los dos equipos desde que nos conocemos María y yo”, dice Alfonso. Volvía el derbi asturiano. “El primero lo jugamos a principios de temporada en El Molinón [quedaron 1-1]. Yo estaba de viaje por trabajo, y menos mal. En el del Tartiere [ganaron los azules 2-1] estaba aquí. Y además vivimos muy cerca del estadio, o sea que sentimos los goles del Oviedo literalmente. Me tocó aguantar bastantes bromas. Antes, durante y después del partido”, relata con buen humor el marido.
Los partidos los suele ver cada uno por su lado. “Unos están en su estadio y otros de bares o en casa”, explica María. “Fon sí que se ha venido alguna vez al Carlos Tartiere cuando nos sobraba un sitio. Pero siempre que viene perdemos, así que ya está vetado”, dice entre risas José, su suegro. “Yo soy bastante cañera, pero creo que los peores son nuestros hermanos pequeños, Marcos [hermano de Alfonso] y Sara [de María]”, desvela la profesora.
Sara lleva tatuado el escudo carbayón en la muñeca. “Lo vivo mucho. Además yo siempre he conocido al equipo en Segunda B o en Tercera. Cuando ascendimos casi me da un infarto. Y este año, peor”, reconoce Sara, abogada de 26 años. “Unas Navidades pusieron una especie de árbol de los deseos en el Calatrava [el centro comercial Modoo, obra del arquitecto valenciano]. Pues ella quería tirar una moneda, ¡y no se le ocurría pedir otra cosa que la desaparición del Sporting!”, recuerda la madre.
Marcos, el hermano de Alfonso, también de 26 años (ambas familias se parecen mucho si dejamos al margen el fútbol), lo vive todo en la distancia: “Soy cartógrafo en una editorial educativa en Madrid. Aquí me siento más libre para pinchar de vez en cuando con algún mensaje, pero también sufro más con el Sporting desde lejos”. Convive con su novia. Que también es del Oviedo, como la de su hermano. “Eso sí, más moderada”, explica riéndose.
“Yo tengo que decir que cuando subimos a Segunda los primeros que me felicitaron fueron Fon y Marcos, y eso no se olvida”, valora Sara. Todos vivieron hace unos meses la desaparición de Enrique Castro, Quini, la mayor leyenda del Sporting y uno de los jugadores más queridos del fútbol español. “El minuto de silencio que guardó el Tartiere por Quini fue impresionante. No se oía nada. Era un hombre muy bueno que siempre trató muy bien a todo el mundo”, expresa José, el padre de María.
El final de la temporada puede traer consigo una nueva pareja de derbis que ninguno de los miembros de esta bien avenida familia desea. El Sporting no será segundo (el Rayo y el Huesca, ya ascendidos, se disputarán el título) y el Oviedo aún puede entrar los seis primeros, con lo cual todavía se pueden cruzar en las eliminatorias por el ascenso a Primera. “No, no, no, no. Yo eso no quiero ni verlo”, sentencia Sara. Aquí todos de acuerdo. Es duro ver sufrir a quien se quiere.
En un horizonte algo más alejado se dibuja una batalla que algunos sí parecen querer librar. Fon y María desean tener hijos. El padre de María ha sacado ideas del trabajo: “Aquí hay un técnico que es del Sporting. Y tuvo un guaje. Un compañero le preguntó cómo se iba a llamar, y en cuanto nació le llevó el carné de socio del Oviedo de la criatura al hospital”. Luego dice que él nunca haría eso. Toda la familia anda a vueltas el tema.
María, por si acaso, lo tiene claro: “Yo por evitar el lío prefiero que se dedique al ballet”.
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