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FINAL DE LA CHAMPIONS | REAL MADRID - LIVERPOOL
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ilusión de la final soñada

Ojalá una victoria en Kiev alivie a esa generación de jugadores con los que empecé a vibrar cuando todavía no sabía atarme los cordones de mis botas

Réplica gigante de la copa de la Champions en el centro de Kiev.
Réplica gigante de la copa de la Champions en el centro de Kiev.VALENTYN OGIRENKO (REUTERS)

Seducido por el encanto del viejo Anfield, volví a casa con una camiseta de Kenny Dalglish tras un Liverpool-Aston Villa, en unos días en los que Xabi Alonso y Fernando Torres eran auténticos héroes para The Kop. Las paredes desconchadas del estadio sudaban fútbol antes del comienzo del partido. Los hinchas ingleses apuraban sus pintas en la barra de The Albert y hacían sus últimas apuestas en las taquillas antes del sagrado y conmovedor You’ll never walk alone. Supongo que en ese momento, mientras subía las escaleras de acceso a la grada escuchando el himno y respirando el olor de la hierba, los reds se convirtieron en mi segundo equipo, si es que se pueden tener tener dos equipos a la vez y no estar loco.

Las finales no se pierden, se intentan olvidar. Quizá por eso no me queda un recuerdo nítido de la del 81, ni tenga un lugar destacado en la memoria de las noches negras del equipo blanco como lo fueron las de Milán o Eindhoven. Las crónicas cuentan que Vujadin Boskov ordenó a los García marcas individuales y pierna dura en las barricadas del Parque de los Príncipes para desactivar el juego ofensivo del legendario Liverpool de Paisley (jugador, fisioterapeuta, entrenador y mánager general). Cunningham volvía de una lesión de cinco meses, Juanito tenía problemas en la rodilla y Stielike había sufrido un tirón la última semana. VB estudió el parte médico y decidió esperar en la retaguardia. El partido, bronco y feo, lo decidieron dos acciones de los números 3 de cada equipo. Camacho rompió el fuera de juego en el carril del 8 pero picó la pelota muy arriba en la única ocasión clara del Madrid. Cuando olía a prórroga, tras un error en un saque de banda, Kennedy la pegó tan bien que su compañero Johnson le preguntó mientras celebraban si lo había hecho a propósito. Santillana, mi héroe, no pudo volar para salvarnos aquella noche. Todavía tiene clavado el puñal cuando recuerda la derrota y entonces me duele a mí también. Ojalá una victoria en la final de Kiev reconcilie o alivie a esa generación de jugadores que parecían salidos del reparto de Grupo Salvaje, con los que empecé a vibrar cuando todavía no sabía atarme los cordones de mis botas.

Una vez tuve la suerte de charlar un buen rato con Marcelo Bielsa. Defendía que en el máximo nivel de competición, todos los rivales tienen una técnica, una preparación física y un conocimiento táctico similares, y es la ilusión la que suele marcar la diferencia. Veo a Zinedine en la rueda de prensa con una sonrisa tranquila, quitándose importancia, reivindicando el valor de la ilusión pocos días antes de la final con la que yo soñaba y me vuelve a remover algo por dentro el fútbol.

Quique González es cantautor.

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