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Froome deja de ser el invencible Froome en el Giro de Italia

El inglés cede 1m 27s al líder Simon Yates, ganador en la cima del Gran Sasso: en ninguno de sus cuatro Tours victoriosos y en la Vuelta que ganó cedió nunca más de un minuto a los favoritos

Carlos Arribas
Simon Yates en mitad del pelotón
Simon Yates en mitad del pelotónLUK BENIES (AFP)

Más de seis horas después de haber empezado a pedalear la lenta ascensión por la columna vertebral de Italia, subiendo y bajando todas sus vértebras, que allí llaman Apeninos, y abrumados por el paisaje, el peso del cielo, tan cerca, los bloques de hielo, los glaciares que tabican la carretera y les esconden las praderas extensas todas verdes donde algunas ovejas merinas pintadas de rosa para la ocasión pastan ajenas y felices, los ciclistas se apelotonan y cuentan las bajas, ven a Chris Froome diluirse a su espalda, blanco su maillot integrado el paisaje blanco, desaparecido.

Y Fabio Aru, el escalador de Cerdeña que es la esperanza italiana, a su espalda, difuminado con él.

Olvidan quizás que el misterio del Gran Sasso, la fuerza que les encoge el corazón y les nubla el valor está a sus pies, bajo la tierra y entre galerías de granito donde estudian la antimateria, lo que ellos, tan materia de carne y hueso, tan pesada, y corazón, quisieran ser justo entonces para volar y reírse de la ley de la gravedad, aéreos en sus bicis que les esclavizan. Y quisieran ser como Pantani y El Chava, los últimos que volaron en el Gran Sasso, allá por 1999. Volaron leves y siguieron volando, etéreos, hasta quemarse las alas. Para buscar la antimateria, los sabios han construido un frigorífico con placas de plomo arrancadas de una nave romana naufragada en Cerdeña hace 2.000 años y congela hasta 273,13 grados bajo cero, a dos centésimas del cero absoluto, el ideal.

Pero los ciclistas ignoran que solo haciendo chocar entre sí las partículas se puede saber si contienen antimateria y energía, y por ello continúan pedaleando a ritmo, sin atacarse: no necesitan apresurar al cansancio, que llega inesperando y les va frenando a los más débiles. Solo al final, cuando faltan 500m para la cima y la meta, por primera vez en este Giro por encima de los 2.000m, la altura que separa a los buenos de los mejores, se atreve a esprintar la docena de supervivientes. La gloria de la victoria, los segundos de bonificación, les esperan, el golpe psicológico, la demostración. Gana el más rápido de entre ellos, gana el líder de rosa, Simon Yates, que no es el mejor escalador de entre ellos, pero sí el que está en una forma más bulliciosa, el más fresco, las cualidades que ya demostró en el Etna, donde regaló la etapa a su amigo Chaves. Los más pesados, como Tom Dumoulin, ceden al final. Le aguantan a Yates vivaz los más frescos, Pozzovivo, Pinot, el de las hormigas en las piernas, su compañero Chaves, y siempre Carapaz, el ecuatoriano que no frena.

Sin necesidad de que nadie le ataque, simple víctima de la física, de la correlación entre la ley de la gravedad, su peso ligero y los vatios que no llega a generar, y también de la deficiente mecánica de su pedalada con platos ovalados después de los dos golpes duros que ha recibido en la cadera derecha, donde ha aterrizado duro sobre el asfalto en sus dos caídas previas, Froome se ha quedado atrás mucho antes. Le esperan sus compañeros de equipo, le espera Poels, su sombra en la última Vuelta victoriosa, y le dice que no haga el bobo, que no va a ir más rápido por tenerle al lado, que no pierda tiempo por él. Cruza la meta a 1m 7s (1m 17s contando la bonificación) de Yates, más líder. Su compatriota ya no está ni en el top ten de la general, es undécimo, a 2m 27s.

Desde que Froome es Froome, desde su tan sorprendente segundo puesto en la Vuelta de 2011 tras el más sorprendente aún, y fugaz, Juanjo Cobo, nadie le había visto así, incapaz de llegar donde su voluntad le pide. En ninguno de sus cuatro Tours victoriosos, y tampoco en la Vuelta que ganó, perdió nunca más de un minuto en una etapa ante sus rivales más peligrosos. Siempre que cedió más tiempo en alguna etapa, no ganó la carrera, como ocurrió en la Vuelta de 2016 y los 2m 40s que le sacó Nairo Quintana en Formigal.

Froome ya no es Froome, inatacable, invencible, superior, pueden pensar los rivales, que dudan. No han necesitado atacar (no han podido atacar) para retratarlo, pero tampoco saben hasta dónde llegarán ellos. Al Giro le queda lo más duro y ninguno de los que mandan ahora en la general, Chaves-Yates, la pareja fulminante de los primeros días, el viejo Pozzovivo, el nervioso Pinot, el debutante Carapaz, el agazapado Dumoulin, quien, a lo Indurain, calcula mejor que nadie el gasto y el valor de la discreción (toda exhibición es vana, les enseñaron) está muy seguro de poder con ello. Después del descanso del lunes, la segunda semana eludirá la alta montaña hasta el sábado 19, cuando el monstruoso Zoncolan inaugure los días decisivos, con la gran contrarreloj del martes 22 brillando en rojo. Chaves es más escalador que Yates, pero peor contrarrelojista; Yates y Pinot son peores contrarrelojistas que Dumoulin, y, además, llegarán más cansados tras su consumo inicial… Y nadie está seguro de que Froome no resucite… Que su materia tan torpe se torne en antimateria, en el Froome que vuela sin esfuerzo.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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