El perfecto capitán
Xabi Prieto nunca quiso irse de la Real Sociedad, y ahora dice adiós
En la buena ejecución de un penalti se resumen muchas de las virtudes que un buen futbolista debe tener. Arte que exige bajar las pulsaciones en un momento señalado, concentración para evadirse del factor ambiental, sea a favor o en contra, la cabeza alta para poder incluso virar la idea preestablecida, la capacidad para superar un pulso mental ante el rival definitivo y un golpeo de calidad; si es elegante, mejor. Xabi Prieto es todo eso. En la carrera hacia los 11 metros (solo ha fallado uno como profesional de 24) y en la carrera de 15 años en el equipo de su vida, la Real Sociedad, que está a punto de tocar a su fin.
Xabi aprieta ahora, qué menos que un rato. Merece despedirse de su estadio, de su afición. El capitán de la Real ejercerá por última vez mañana en Anoeta. Una pubalgia le ha impedido decir agur con más calma. Ha trabajado en Zubieta para poder hacerlo, pero cualquier esfuerzo le hace ver las estrellas. Jugará unos minutos.
Nunca se marchó y pudo hacerlo. En las duras y las maduras. Hay ejemplos: el Liverpool consiguió una opción preferencial sobre un posible traspaso de Xabi en el pacto de la cesión del chileno Mark González. Prieto se ocupó de no salir nunca al mercado. Como con el Ajax, que trasladó una importante oferta a su representante que el donostiarra rechazó. Siempre quiso quedarse. El momento más crítico llegó con el descenso de la Real. La entidad, en una situación muy compleja en lo económico, entendió que su venta era la solución. Pero recibió la más rotunda negativa del futbolista. El presidente Aperribay le entregó el 10 para que fuera el estandarte del ascenso, algo que consiguió contra el Celta. Desde el punto de penalti, cómo no, y eso que ordenaron repetirlo. Infalible. Fiel a la txuri urdin. Tanto que está en el club de los 500 partidos, sentado con Gorriz, Larrañaga, Zamora y Arconada.
Xabi empezó a brillar, de txiki, en los torneos playeros que desde hace más de 70 años se juegan en La Concha —pocas cosas más donostiarras que esa competición entre niños y niñas—. Nunca quiso moverse del arenal más representativo de su ciudad, de su tierra. A él volverá con sus hijos.
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