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La Copa es del fútbol

Barça y Sevilla se miden en otra final tan atractiva en lo deportivo como inquietante por el semillero político y la mala planificación de los rectores del torneo

Imagen panorámica del estadio Wanda Metropolitano.Foto: atlas | Vídeo: RODRIGO JIMENEZ (EFE)
José Sámano

No hay forma de que remitan las turbulencias con las últimas finales de Copa. Un precioso torneo con mucha solera (114 ediciones con la que concluye hoy) que debería culminar con un cierre tan emotivo como festivo, pero que está maldito por unas cuestiones u otras. Que si la fecha, que si el horario nocturno, que si el estadio, que si las banderas, que si el himno, que si el Rey de turno… Por si fuera poco, esta vez la federación, rectora del evento, ha calzado con fórceps la final entre Barça y Sevilla (21.30, TVE-1) en medio de una jornada de Liga y con dos partidos aplazados hasta el 9 de mayo (el de los azulgrana con el Villarreal y el de los hispalenses con el Real Madrid). Insólito.

Una final copera no merece interferencias y, desde luego, sí un mejor horario para sus entusiastas clientelas, desplazadas en marea hasta el Wanda y obligadas a fijar su vuelta no antes de la medianoche, por mucho que Renfe haya habilitado 7.000 plazas más de AVE. Y eso sin prórroga o ruletas de penaltis. Sin obviar la larga jornada diurna hasta que se abra el telón a las 21.30, propicia para el ocio etílico. Hace tiempo que en los grandes retos ingleses es la policía la que fija la hora, con tendencia a que se disputen a mediodía. Primero el fútbol en paz y luego ya se verá, pero fuera del estadio y cada hinchada en su nido.

Sin que nadie ponga remedio a los enredos coperos de cada año, Barça y Sevilla anticipan un duelo con casta: 29 títulos para los barcelonistas, ante su cuarta final consecutiva, y cinco para los de Nervión, que desde 2006 se han batido de maravilla en las grandes cumbres, con otros cinco títulos de Liga Europa y uno de Copa. Cerca queda el precedente de la final de 2016, cuando los culés solo pudieron con los sevillistas en la prórroga, con goles de Jordi Alba y Neymar. Y más próximo aún está el pulso liguero en el Pizjuán, cuando el cuadro de Vincenzo Montella llevó tan al límite a los muchachos de Ernesto Valverde que, con la soga bien prieta, tuvieron que ponerse a los pies de Messi para una remontada exprés en el último suspiro (2-2). Hasta el batacazo de Roma, nunca este Barça se había visto tan achuchado, con el abismo en las narices.

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A una victoria para conquistar la Liga, los azulgrana pueden sellar en cuestión de días un nuevo doblete. Por muchas luces de neón que tenga la Copa de Europa, sería caza mayor con la que aliviar el desplome en la Champions. Tras una temporada tan regular, inopinada desde su descarrilamiento con el Real Madrid en la Supercopa, el cuadro de Valverde puede abrochar de forma estupenda el primer curso posNeymar. Y la primera graduación de sus relevos, Coutinho y Dembélé, con más opciones a la titularidad del brasileño. Al frente del pelotón, Messi e Iniesta, símbolos activos del mejor Barça de la historia ante la que con mucha probabilidad será la última final que comparten. En la sala de embarque para China, desde Barcelona se quiere despedir al capitán con todos los honores, con la Copa en sus brazos y el adiós con una sonrisa. “Perder la final sería un palo, en el Barça ganar es siempre obligatorio”, dijo Valverde.

Un curso bacheado

Al revés que el equipo culé, el Sevilla ha tenido un curso de lo más bacheado. De encuentros tan convincentes para la posteridad como el de Old Trafford, o su crecida ante el Atlético en la Copa, a goleadas retumbantes, algunas también para la eternidad como el 3-5 frente al Betis en el estreno liguero de Montella. Desde entonces, el preparador italiano decidió maniobrar en la que restaba de temporada con un elenco muy determinado de futbolistas. Nada que ver con las rotaciones constantes de su predecesor, Eduardo Berizzo. Montella ha exprimido a un círculo cerrado de jugadores y así ha tenido poso en la Champions y hoy está a un peldaño de la Copa. Y no ante cualquier escalón. De perder la final, el Sevilla, en caso de quedar séptimo en la Liga —posición en la que le amenazan aún el Girona y el Getafe— tendría que disputar diez partidos oficiales entre el 26 de julio y el 30 de agosto. El séptimo de la Liga, o el sexto si los hispalenses ganan la Copa, deberá disputar tres rondas de la previa de la Liga Europa para acceder a su tránsito fetén del segundo torneo de la UEFA.

En cuanto a acotar sus equipos titulares, ha existido un paralelismo entre Valverde y Montella. Al primero, que en la final apostará por Cillessen como portero, solo le ha bailado un puesto a repartir de medio campo en adelante, ya sea con Coutinho, Dembélé o Paulinho. Con el napolitano, la rueda ha girado en la punta del ataque, entre Muriel y Ben Yeder. Para la contienda del Wanda ambos técnicos tendrán todo el cesto en plenitud, una vez que Rakitic se ha recuperado de la intervención quirúrgica en la mano derecha.

Barça y Sevilla tienen sobrados argumentos para anticipar una final competida, atractiva y con intriga. Otra cosa es que una vez más el fútbol decaiga ante la política y sus truenos, y la pelota quede en fuera de fuego. Aliento ha tenido para ello desde todos los sectores. Al menos por los que olvidan que la Copa es del fútbol, por más que les pese.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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