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La presencia de Messi también juega

No fue la noche de Leo, pero De Rossi, en su intento por evitar que cogiera el balón en el borde del área, se hizo gol en propia

Jordi Quixano
Messi trata de zafarse de Perotti.
Messi trata de zafarse de Perotti.Stuart Franklin (Getty Images)

Contaba Ronaldo Nazario que a pesar de jugar la final del Mundial de 1998 anestesiado, porque tuvo fuertes convulsiones horas antes del duelo –se atribuyó a un ataque epiléptico de inicio y con el tiempo se supo que era un ataque cardiaco-, lo importante era que estuviera sobre el césped porque su sola presencia asustaba a los rivales. No fue el caso porque Zidane explicó esa noche lo contrario para dicha francesa, pero sí en muchas otras ocasiones. Con Messi, como con los grandes futbolistas, sucede lo mismo como se vio en el anterior duelo liguero del Barça ante el Sevilla porque jugó con molestias musculares y le bastó con media hora y dos carreras para empatar un partido que bien pudieron perder por goleada. Y contra la Roma ocurrió más de lo mismo, por más que no estuviera mermado sino, extraño en él, desatinado en los últimos metros, en el área rival.

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No era la noche de Messi, pero quizá ya lo intuyó en los lanzamientos de falta que hace habitualmente junto a Suárez, Alba y Piqué al acabar el calentamiento. Resulta que de ocho disparos, cinco fueron a los postes. Dos de Leo y uno del resto. Quizá también se lo olió al ver su inicio de partido: en la primera jugada se resbaló y no tocó el balón, seguido de una mirada contrariada al césped; en la segunda Fazio le sisó la pelota; en la tercera le señalaron fuera de juego; y en la cuarta tampoco se salió airoso porque De Rossi le robó el cuero a tiempo. Contratiempos que no desanimaron al 10, que se ofreció más que nunca. Así, comenzó a bailar con el balón entre los pies, a descontar rivales con sus zigzagueos y hacer de trilero porque hacía con las botas lo contrario de lo que sugería su cintura. Pero siempre le sobraba un quiebro y le faltaba el último pase o remate, empecinado como estaba en driblar a los 11 rivales antes de marcar.

Pero la insistencia de Messi tuvo su premio. Y bien pudo ser por el miedo que crea en los rivales como en su día lo originaba Ronaldo. Más que nada porque cuando realizó una pared con Iniesta, ya en la frontal del área, De Rossi hizo lo posible para que no la volviera a recibir. Y en su intentona, tuvo la mala fortuna de desviar la pelota a gol. Leo levantó el puño y recibió abrazos, pero no se entretuvo en el festejo porque su contador no subía a 101. Y porque no había acabado su trabajo. Así se lo recordó Iniesta con un pase filtrado por dentro que completó con dos recortes y un chut con la derecha que, de nuevo, fue a parar a las manos de Alisson. Tampoco le funcionó ese remate tras saque de córner –en una imitación de lo que hizo el Albacete al Madrid con Zalazar y Óscar-, que acabó en la segunda gradería. Ni ese otro chut con la derecha que Alisson durmió entre sus manoplas.

Sin la eficiencia de Leo, el Barça se refugió en el oportunismo de Luis Suárez y en los centrales porque Umtiti –aunque fue de Manolas en propia, el francés reclamó su autoría por proximidad y merecimiento, ya que el poste le negó en primera instancia el caramelo- y Piqué hicieron diana. No fue la noche del 10. Pero el primer gol, el que abrió la lata y los espacios, lo provocó Messi. O el miedo que infunde.

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