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El Deportivo sobrevive a su desastre

El equipo que dirige Seedorf rescata un pírrico empate ante el Eibar tras jugar más de medio partido con diez hombres, víctima una vez más de sus errores en la portería

Florin Andone celebra el gol del Deportivo.
Florin Andone celebra el gol del Deportivo.Cabalar (EFE)

Si alguien desea entender que le sucede al Deportivo en esta campaña puede visionar los diez primeros minutos de su partido contra el Eibar en Riazor porque la tropa blanquiazul tuvo la capacidad de compendiar en ese espacio de tiempo con singular agudeza todos el caos, defectos y adversidades que le encadenan al fondo de la tabla. En la mitad de ese escueto periodo al Deportivo le dio tiempo a fallar dos mano a mano ante el portero rival, los dejaron pasar sus dos delanteros, Andone y Lucas Pérez, que dispararon al muñeco, que no era otro que Dmitrovic, un meta al que la dirección deportiva del club coruñés pudo reclutar el verano pasado. Lo descartó, así que ahí estaba Dmitrovic defendiendo la meta del Eibar mientras Riazor veía al quinto portero de la temporada. Tras Rubén, Tyton, Pantilimon y Francis Uzoho debutó Maksym Koval un ignoto ucraniano que pareció hiperexcitado durante el tiempo que estuvo bajo palos.

Tras pasar dos goles de largo el Deportivo culminó el trailer de su temporada con la primera de las operetas de la tarde. Orellana se llevó la pelota en campo del Eibar y pegado a la línea de cal ante la tibia presión de tres rivales que le dejaron campo abierto para galopar y sacarse un centro raso hacia el otro flanco. Koval midió mal y vio pasar el balón de largo, hacia Inui, que empujó a la red.

La gente se había soltado desde la grada con aplausos para recibir a Koval. Las encuestas de los medios de comunicación durante las últimas semanas mostraban que un sector de la afición le reclamaba. Obviamente nadie le había visto jugar más allá de algún corte en youtube. En el fútbol la esperanza puede más que los ojos y el deportivismo anhela que alguien tape el agujero de la portería. Lo dijo Pepe Mel en agosto. La frase no es suya, es un clásico: el fútbol se gana en las dos áreas. En la propia se desangra el Deportivo y ahora incluso flaquea en aquello en lo que se sentía más fuerte o con más recursos, en la aportación de sus delanteros.

Pero hubo más. Los diez minutos iniciales valen para quienes deseen una vista rápida, pero los ochenta restantes convalidan para un doctorado en la asignatura de cómo ganarse un descenso a pulso. A los pocos minutos del gol del Eibar, Clarence Seedorf, marcó el camino. Se lo indicó a Emre Çolak cuando hizo tres caracoleos junto al banquillo, señaló con la palma de su mano treinte metros más arriba. Ese fue el fútbol del Deportivo. Los defensas tenían la misión de sacar el balón en largo o por las bandas, jamás por el medio y los centrocampistas debían quitarse el balón de encima para enviarlo tras la espalda de la zaga rival. Así puso en problemas el Deportivo a un Eibar al que se le supone destreza en ese tipo de lances. A la media hora Andone volvió a rematar ante Dmitrovic para enviar al palo y, como nada es imposible en Riazor, dos minutos después volvió a apuntar al mismo sitio después de que Emre Çolak alumbrase fútbol. Ocurrió que el rebote lo quiso sujetar Dmitrovic, se le escurrió entre las manos y el balón entró en la portería entre la algarabía local.

Con el empate, superada la asignatura de festejar un gol tras pasarse todo el mes de febrero de abstinencia, el Deportivo se aprestó a calmar ánimos y buscar un triunfo para el que mostraba alguna baza. Pero todavía le quedaban nuevos despropósitos en su catálogo. Albentosa y Koval se conjuraron para escribir un episodio que podrían firmar los guionistas de Benny Hill. El hercúleo central, que ya firma una larga colección de groseros errores en su trayectoria en el club, dimitió ante un balón en la frontal que debía circular sin problemas, evitó hacer su trabajo que básicamente consiste en enviar la pelota a Jaén si es incapaz de mantenerla en A Coruña y esperó a que Koval arreglase el problema. Mal apaño. El debutante y nerviosísimo meta quiso salir con el balón jugado como si fuese Beckenbauer. Y fue Higuita. Albentosa le metió en un problema y él llegó a otro mayor, se le fue largo un control que debió ser un despeje y envió la pelota a Jordán, al que derribó antes de ver la tarjeta roja.

Tampoco era el final del vodevil. El Deportivo tardó cuatro minutos en activar a su portero reserva, asi que entre medias Seedorf aprovechó para llamar a los diez hombres que le quedaban sobre el campo y escenificar una especie de tiempo muerte entre el estupor del árbitro y de los futbolistas del Eibar y el enojo de la grada, que ya no entiende nada. “El escudo se respeta”, gritó una minoría mientras el resto en el resto del estadio la gente se miraba como preguntando: ¿Y esto que es? Eso es el Deportivo. Entró Rubén para ponerse en la silla eléctrica de la portería. Seedorf, por supuesto, retiró del campo a Emre Çolak y el equipo se atrincheró ante su portería para tratar de salvar el empate.

Al Eibar le incomoda trabajar ante oponentes que se cierran. Empujó con dos delanteros en el área, con dos extremos bien abiertos para los que buscó refresco Mendilibar. Su equipo dictó un monólogo, el Deportivo se abocó a un ejercicio similar al que ya hizo no hace mucho, con Cristóbal como entrenador, para defender dos goles sin éxito ante el Levante. Mientras se batían para defender la igualada desde el fondo que habitan los Riazor Blues brotaron acusaciones de “mercenarios” y peticiones de dimisión, censuradas por una parte mayoritaria del estadio, hacia la directiva. En ese ambiente que en su día Víctor Fernández calificó de autodestrucción, incitado por la pírrica aportación de un plantel que firma una temporada lamentable, el Deportivo se benefició de la incapacidad del Eibar para llevarse los tres puntos que le pusieron en la mano. Se llevó un punto para seguir esperando que haya tres equipos todavía peores, que no más grotescos.

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