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Alienación indebida
Columna
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¿La plantilla más cara de la historia?

Ser del Barça es una lucha contra el capital mientras de blaugrana se visten los mejores por puro romanticismo, a menudo perdiendo dinero

Rafa Cabeleira
Pep Guardiola habla con Kevin De Bruyne durante la final de Copa contra el Arsenal.
Pep Guardiola habla con Kevin De Bruyne durante la final de Copa contra el Arsenal.GLYN KIRK (AFP)

Hace unas semanas apareció publicado un estudio que señalaba a la actual plantilla del Manchester City como la más cara de la historia lo que, de buenas a primeras, no parece un hito menor. El detallado análisis, basado en un complejo sistema de sumas simples con dos decimales, lo firmaba el CIES, un observatorio internacional con nombre de islas gallegas en las que, según la tradición cantada, se mataba a los hippies, razón de más para otorgar máxima credibilidad al citado documento. Las conclusiones que de él se extraen han sido acogidas con cierta algarabía en nuestro país, a fin de cuentas, no está la vida como para andar desechando instrumentos con los que desmerecer los éxitos de Pep Guardiola, pero también con cierto desencanto entre quienes nos hemos acostumbrado a traducir los costes de cada traspaso en número de orfanatos y hospitales: se puede uno indignar igual, sí, pero no es lo mismo.

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El estudio ha servido, entre otras cosas, para desinformar un poco más al aficionado y delatar ciertos tics anticapitalistas que suelen aquejar a los hinchas de los grandes clubes españoles cuando son otros los que se gastan el dinero. La inflación del mercado, los salarios de los futbolistas y otras variables complejas han quedado fuera de la ecuación del CIES, de ahí que muchos aficionados del Barça o el Madrid se lleven las manos a la cabeza ante el ingente pastizal desembolsado por la nueva aristocracia del fútbol europeo. Resultan tan cambiantes las modas filosóficas en este país que un año presume uno de rico para, al siguiente, hacerlo de pobre; poco importa que por el camino haya desembolsado el club de sus amores más de 400 millones de euros en cuatro fichajes de nada.

En el caso concreto de los hinchas culés —cada cual que aguante su vela— la distopía en que solemos ambientar nuestras quejas parece tan evidente como dramática. Hoy son Guardiola y los jeques, ayer Florentino Pérez y las constructoras, anteayer el dictador Franco y los pantanos… Ser del Barça se ha convertido en una lucha eterna contra las garras del capital mientras de blaugrana siguen vistiéndose los mejores jugadores del mundo por puro romanticismo, a menudo perdiendo dinero. El relato resulta tan gratificante que uno no puede menos que rememorar la escena final de El Padrino e imaginar a los ejecutivos del club bautizando a las futuras estrellas con formalismo casi religioso : “Philippe Coutinho Correia, ¿renuncias a Satanás?”.

Así las cosas, conviene recordar que el fútbol es más complicado que el resultante de combinar información con matemática básica. Reducir el valor de una plantilla al precio de coste de sus futbolistas resulta tan impreciso como medir la distancia a la que debe situarse una barrera contando once pasos. Solo el aficionado más ingenuo pensaría que con el dinero desembolsado por el Manchester City o el PSG se podría comprar la plantilla del Real Madrid o el Fútbol Club Barcelona y, lo que es peor, ni el más ingenuo de los ingenuos cambiaría unas por otras al peso.

¿Por qué mancillar el buen nombre de las Cíes pudiendo llamarse Siniestro Total? Eso sí me parece digno de estudio.

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