El Deportivo disfruta en su sufrimiento
El equipo gallego suma ante un Leganés insípido tres puntos importantes para aliviarse en la clasificación
El Deportivo necesita disfrutar porque una suerte de nube gris se ha instalado sobre todo lo que tiene que ver con su despliegue futbolístico y genera un sentimiento de hartazgo no solo entre su afición sino en cualquier estamento de un club que no cesa de avanzar en todo lo que no tiene que ver con la pelota. Y resulta que todo se mide en torno a ella, que incluso los balances económicos o sociales dependen de como se maneje. Más allá del mérito de encadenar su cuarto año consecutivo en la máxima categoría tras salir del mayor concurso de acreedores que han visto, y posiblemente verán, los tiempos, ya hace bastante que el Deportivo no la trata con el gusto que se merece. Siempre será mejor ser cola de león en Primera que cabeza de ratón en Segunda, pero el peaje se abona con un equipo sufridor que ha convertido todo lo que le rodea en doliente. Contra el Leganés volvió a pasarlo mal a pesar de ser muy superior, pero acabó por cantar victoria, un triunfo balsámico para escapar de unas brasas que ya le empezaban a quemar y más ante la pespectiva de dos partidos antes de Navidad frente a Barcelona y Celta.
Ya hace tiempo que la mosca merodea la oreja del deportivismo. En esta ocasión, ya de inicio, en cuanto el equipo se atrancó en alguna salida de balón o algún mal pase brotaron silbidos y reproches. Los acalló Adrián con un gol que al final fue el del triunfo, un premio a una puesta en escena que, sin el filtro de los precedentes, tampoco merecía mayor censura. El Deportivo salió dispuesto a mandar y lo hizo, buscó a Emre Çolak, que reapareció en el once para darle alguna luz al equipo. Alumbró el gol, que partió de un zurdazo suyo que ni el meta Cuéllar, primero ni luego el zaguero Raúl García supieron sacar de la zona más sensible de su área. Adrián se aprovechó.
El destino y sus limitaciones obligan al Deportivo a sufrir, pero no es un equipo diseñado para hacerlo. En cuanto el Leganés le apretó pasó algún mal rato. Lo hizo cuando la presión fue alta para buscar soluciones en la salida de la pelota, pero tampoco el grupo que prepara Asier Garitano se aventuró mucho a destaparse. “Jugamos mal y merecimos perder”, zanjó el técnico al final. Con todo, tembló el Deportivo, o quizás tiritó su gente, cuando le atacaban porque deja espacios, porque no ajusta ni es riguroso o agresivo en las marcas, porque tenía a sus dos mediocentros amonestados al poco de iniciarse la segunda parte. Hizo entonces justo lo que debía para minimizar esas carencias: defenderse con la pelota en los pies. Con ella se rehizo ante un rival que a la postre apenas molestó a su portero en alguna esporádica acción a balón parado. Tres veces tiró a gol el Leganés, ninguna entre los tres palos. El Deportivo pudo haber jugado, una vez más, sin portero.
Le faltó finura en el juego colectivo a los coruñeses, que tampoco encontraron la mejor versión de Lucas Pérez, que aún así no cesó de trabajar y tirar desmarques. Pero el equipo se fue adelante porque se daña si va hacia atrás. Buscó el segundo gol, lo tuvo Carles Gil en una rosca que estrelló en la escuadra. Empujaron y creyeron los chicos de Cristóbal Parralo, se sintieron y fueron superiores a un Leganés que no se reactivó con los cambios, con Amrabat o con Naranjo, que suplieron a Szymanowski y El Zhar, improductivos. Pero el marcador no le acompañó para dejar de sufrir hasta más allá del cuarto agónico minuto de prolongación, más por la incertidumbre que por el sometimiento. Y ahí sigue, tres puntos por encima del descenso, cinco por detrás del Leganés, que hila cuatro desplazamientos sin sumar puntos. Al menos en Riazor ni los buscó ni los mereció.
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