Neymar se hace expulsar y Cavani salva al PSG en el clásico de Francia
El brasileño agrede a Ocampos y deja a su equipo con diez y por debajo del Olympique en el marcador (2-1). El uruguayo provoca una falta y empata en el último minuto
Neymar es brillante. Cavani es fiable. El contraste nunca quedó más patente que en el clásico del fútbol francés, disputado en la noche del domingo en el Velódromo de Marsella. Fue un partido vibrante, jugado con tesón, metro a metro, minuto a minuto. Lejos del estándar de la Ligue 1, en donde la superioridad desmesurada del PSG propicia encuentros placenteros para sus figuras. En su campo el Olympique presentó todas las dificultades reglamentarias hasta llevar a su adversario al terreno de la exasperación. Allí donde el narcisismo de Neymar no tolera el contacto con la realidad.
El brasileño se hizo expulsar después de dos agresiones: una a Sanson, al que pisó; y otra a Ocampos, al que propinó un cabezazo a tres minutos para el final. El PSG se quedó en inferioridad con 2-1 en contra. La hinchada provenzal celebraba el triunfo cuando Cavani disputó un balón llovido con Sarr en el borde del área, exageró el contacto y se ganó la falta. A 25 metros de la portería él mismo se encargó de ejecutar el tiro. Un misil al contorno inferior del larguero. La pelota se estrelló contra el palo y entró picando sin que Mandanda pudiera hacer otra cosa que mirar. El 2-2 sirve para consolidar al PSG en el liderato y para informar a los dirigentes del equipo parisino: Neymar es brillante pero nunca se sabe cuándo, ni dónde, ni si sí, o si no.
Cavani no es el mejor futbolista del planeta ni manifiesta aspiraciones de serlo, pero siempre ofrece lo mejor de sí mismo. Igual de enérgico en los continuos desmarques que en las ayudas a sus compañeros, incluso en los relevos a los laterales, cuando hay que correr hacia atrás y confundirse con los defensas. El uruguayo tuvo que trabajar a destajo en Marsella, comprometido como se vio su equipo en la problemática del Olympique.
Rudi García dispuso un plan poco flexible pero sencillo y eficaz. El técnico del Olympique procuró algo fundamental: que ni Neymar, ni Mbappé, ni Rabiot se encontraran en situaciones de uno contra uno jamás. Ordenó una línea de cuatro muy concentrada en las marcas y situó por delante a Luiz Gustavo, Zambo y Thauvin a cerrar el paso a los incursionistas. Cada vez que los jugadores más desequilibrantes del PSG recibieron la pelota se encontraron con una empalizada doble. Los acontecimientos más o menos aleatorios alimentaron la fe del Olympique en mantener esa disciplina en la cobertura. El gol que metió Luiz Gustavo desde fuera del área, en el minuto 16, añadió nerviosismo a la empresa de los visitantes y reforzó la moral de los resistentes.
Emery adelantó a Rabiot con la misión de que se asociara con los atacantes y generara superioridades allí donde la defensa opositora parecía más densa. El mediapunta hizo una labor excelente mientras tuvo oxígeno. A la media hora del encuentro se metió entre líneas y dejó una pelota franca junto al pico del área con el ojo puesto en Neymar. El brasileño se anticipó a Zambo con un recurso técnico: como le hostigaba por la derecha sacó un zurdazo cruzado y envió el balón a la cepa del palo lejano. Fue el empate. También fue la última vez que el PSG tiró a puerta, hasta el minuto final.
Hay jugadores que se agrandan y jugadores que se encogen ante la dificultad. Neymar es de los primeros, pero solo bajo determinadas condiciones. Nunca se arredra ante las amenazas externas pero es vulnerable a sus arrebatos íntimos, sean de ira o de amor, como cuando se fue a Brasil para asistir al cumpleaños de su hermana y dejó que el Barça visitara Riazor sin él, la pasada primavera. El hombre sufre cada vez que tiene que reprimir su vanidad porque lo que le pide el cuerpo es reivindicar su libertad de hacer lo que le da la gana, como si eso implica presentar la dimisión y dedicarse al freestyle.
El gol de Thauvin, monumento a la abnegación de N'Jie, que sacó un centro cuando Rabiot y todo el estadio daba el balón por perdido por la línea de fondo, pintó un paisaje negro para el PSG. Algo a lo que muchos de sus jugadores no están acostumbrados en la Ligue 1, encantados con su propio show. Al verse en desventaja en el minuto 80, y tras considerar la impenetrabilidad de la zaga de Mandanda, a Neymar se le nubló el sentido. Cuando Ocampos le hizo una falta, él replicó con un cabezazo, hizo una mueca despectiva al árbitro, se rió, y se fue a la ducha tras contemplar la tarjeta roja con incredulidad.
El partido parecía perdido para el PSG cuando Cavani disputó esa pelota como si fuese la última pelota del día del Armagedón. Corría el minuto 93 y el uruguayo no había rematado entre los tres palos. Le pegó con el alma, pero con sentido. Imprimió un efecto diabólico, ascendente, con el empeine. El proyectil subió y cayó como si pesara mil kilos. Pegó en el palo y entró.
Cavani lo celebró con Pastore, con Draxler, con Di María, con Mbappé. Con medio banquillo. Con los réprobos de la plantilla, en general. Dando gritos. Cuando sus compañeros dejaron de abrazarlo y se apartaron, él se quedó solo, gritando, con la mirada perdida en el cielo iluminado, cerrando los puños. Sumaba su 12º gol en su 12º partido esta temporada, pero esta vez era diferente. Parecía un león herido después de comerse al cazador que lo tenía encañonado.
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