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Mundial de Rusia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Y el brujo era Messi

Todos saben que los brujos no existen. Pero es mentira, uno llevó a Argentina al Mundial

Messi celebra uno de los goles de Argentina.
Messi celebra uno de los goles de Argentina.JUAN RUIZ (AFP)

La historia es sencilla: la Argentina es dueña desde hace más de una década del mejor futbolista del mundo, pero para ganar en Ecuador, el partido más importante que tuvo en mucho tiempo confió en un brujo.

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¿Un brujo? Sí, el brujo Manuel. Cuando Claudio Tapia, el presidente de la AFA al que todos en la Argentina conocen como Chiqui, pasó junto a Manuel, ya consumado el liberador 3-1 que instaló a la Argentina en el Mundial de Rusia 2018, dejó una frase para el recuerdo (o para el olvido, si se lo piensa mejor) mientras lo señalaba: "Más tuvo que ver Messi, pero este tuvo mucho que ver…". Manuel, el brujo de 1,60 metros de altura, pelo lacio negro, barriga evidente y anillo dorado, lo miró desde el banco en el que estaba sentado sin saber que acababa de convertirse en alguien tremendamente importante. Gracias a Manuel, sea brujo o no, entender lo que sucede con la selección argentina es hoy mucho más fácil.

A la selección argentina de fútbol le sucede con Messi lo mismo que a la Argentina en general: envuelta por años en devaneos adolescentes, confió en la magia y los atajos, eludió la consistencia y el trabajo perseverante. Cualquiera que las vea desde afuera (a la selección y a la Argentina) se toma la cabeza sin poder creer el desperdicio de talento y potencial que hay en ambos casos. Y aunque arreglar la Argentina sea un tanto más complejo e importante que encaminar la selección, mejor si se lo intenta con Messi y compañía clasificados para Rusia 2018.

Embrujados (aquí sí vale) por Diego Maradona, millones de argentinos subestimaron durante años a Messi. La explosión del 10 en el Barcelona coincidió, además, con cierto clima de época en una Argentina que comenzó a mirarse con insistencia el ombligo, seducida por el "vivir con lo nuestro" y crítica de aquello que vivían fuera del país o se habían ido de él tras la implosión socioeconómica de 2001. "Ganás en euros", le echaban en cara los argentinos que se habían quedado a aquellos que se habían ido. Y Messi, aunque se fuera del país a los 13 años llevado por sus padres, se había ido. Punto.

Su propensión a las pocas palabras contribuyó también a que muchos no lo sintieran como propio, porque, ¿se puede acaso ser argentino y no hablar hasta por los codos? Bromas aparte, Maradona está tan imbricado en la cultura del país -en el inicio era difícil entender a Maradona sin entender a la Argentina, pero hoy es al revés-, que la silenciosa perfección de Messi generaba en muchos un paradójico rechazo. Así no se juega al fútbol.

En la noche del martes, ante un rival innegablemente débil como era Ecuador, los argentinos terminaron de entender que sí, que se juega así. Comienzan a celebrar el ser los dueños de Messi. Sin él, la Argentina vería el Mundial por la televisión. Con él, más la actuaciones razonables de Angel Di María, Enzo Pérez y Darío Benedetto, la ex "Pulga" se cargó el partido, las eliminatorias y el fútbol de todo un país al hombro para darle la vuelta a un 0-1 y, con tres golazos, resolver el asunto. Con bonus track: terminó el partido y en 30 palabras disolvió las tensiones entre los jugadores y la gente, además del periodismo.

Todos saben que los brujos no existen. Pero es mentira: el brujo es Messi.

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