Tom Dumoulin, campeón del mundo de contrarreloj
El ciclista neerlandés se lleva el arcoiris en Bergen, por delante del esloveno Roglic, segundo, y del británico Froome
Sobre la bici de contrarreloj, Froome es la geometría fea de la eficiencia; Dumoulin, la curva de su espalda, un arco románico, la geometría hermosa de la potencia. El británico y el neerlandés son los ciclistas del año que ya termina y serán también los del año que empieza dentro de nada. Entre los dos han ganado las tres grandes del 17: el Giro de Dumoulin, el Tour y la Vuelta de Froome; del duelo entre los dos se espera que viva el próximo Tour; en su duelo desigual en los fiordos noruegos, el Froome ya agotado, el Dumoulin en plena efervescencia otoñal después de llevar descansando desde junio, encontró legitimidad deportiva el Mundial contrarreloj, que ganó con abundante diferencia Dumoulin, el futuro. Entre ambos se coló el superespecialista esloveno Primoz Roglic, segundo.
Desde Jan Ullrich en 1999, ningún ganador el mismo año de una gran vuelta se había impuesto, como Dumoulin en este 17, en el campeonato contra el crono, inventado en 1994. A los grandes nombres del ciclismo –Miguel Indurain, Alex Zülle, Laurent Jalabert, Abraham Olano ganaron, como Ullrich, el Mundial contrarreloj el mismo año que su Tour o sus Vueltas-- les habían sucedido en el palmarés los especialistas, Cancellara, Michael Rogers, Tony Martin o Kiryienka.
El inusual recorrido mixto del trazado de Bergen, el puerto noruego al norte de Oslo que acoge los Mundiales de ciclismo hasta el próximo domingo, no convino a los estómagos de los especialistas españoles. Jonathan Castroviejo, medallista bronce en el Mundial de Catar 2016, terminó 14º, a 2m 1s de Dumoulin después de haber mantenido bien el tipo en la parte más llana, la que mejor se adaptaba a su talento y a sus grandes virtudes aerodinámicas. En los tres últimos kilómetros al 9%, una estrecha ascensión al monte Floyen, el mirador natural del fiordo de Bergen, el vizcaíno del Movistar, que al igual que los tres primeros afrontó sin cambiar de bicicleta, con el peso muerto del manillar de triatleta, kilo y medio, marcándole el rumbo, cedió ante Dumoulin 57s, prácticamente lo mismo que había perdido en los 28 primeros kilómetros. A la inversa, Gorka Izagirre, 27º, a 2m 48s, después de un agilísimo cambio de bicicleta sobre la alfombra roja preparada al efecto, recuperó en la ascensión parte de sus pérdidas en el llano.
A la cima del monte Floyen ascienden los de Bergen en un funicular y desde su mirador observan el puerto y atienden la llegada cotidiana del Hurtigruten, el gran barco de cabotaje que llega desde más allá del círculo ártico haciendo sonar su sirena. Todos los ciclistas la alcanzaron dando pedales, aunque pareció, viendo la tele, que Dumoulin más que pedalear se deslizara volando cuesta arriba, sin esfuerzo demostrando la inexistencia de la fuerza de gravedad. Fue una exhibición tan contundente como innecesaria, aunque a punto estuviera de otorgarle un premio añadido, el de doblar al humano Froome, partido 1m 30s antes. En la base de la subida, Dumoulin, que marcó los mejores tiempos de paso en todos los puntos cronométricos excepto en el primero, aventajaba ya a Froome en 51s; tres kilómetros más lejos, 10m 11s más tarde, y superados 270 metros de desnivel, la ventaja final fue de 1m21s sobre el británico, que invirtió 10m 41s en la ascensión. Solo Roglic, aquel esloveno que cuando juvenil fue figura mundial de saltos de esquí, ascendió más rápido que Dumoulin, 11m 6s, la clave de su medalla de plata.
Que Dumoulin pareciera un bicho de otro planeta, como dicen los exagerados, lo reflejaron la tarde noruega no solo el estilo o la apariencia, sino, también y sobre todo, los números. Entre el neerlandés y Froome, entre primero y tercero, hubo 81s, la misma distancia, prácticamente, que entre el británico y el 25º clasificado. Los 57s que Dumoulin le sacó a Roglic, el segundo clasificado, son los mismos que separaron al 13º, el francés Gougeard, del esloveno.
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