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Jubileo de Froome y Contador

Nibali sucumbe en una etapa marcada por la bendita locura de Aru y ganada por el belga Armée

Chris Froome.
Chris Froome. Javier Lizón (EFE)

Fabio Aru está triste, ¿qué le pasa a Fabio Aru? Le pasa que se quiere ir del Astana para fichar por el UAE Emirates pero su actual equipo tiene derecho de tanteo, como en el baloncesto, y no le quiere dejar marchar. Fabio Aru está enfadado con la situación y este jueves se marchó en un viaje a ninguna parte, se fue a hacerse un Fuente Dé pero con el reloj parado, el despertador retrasado, cuando la fuga le llevaba más tiempo del que se tarde en comer un plato del día. Pero se fue. Se fue con rabia, como un loco que revindica su cordura, su jerarquía. Se fue a su infinito particular y a su infierno ardiente. Se fue como se reivindicó el Conde Don Julián y tantos otros derrotados, enfadados, irritados porque no van ni les dejan irse. Aru, en el anonimato, en la rutina de salir y llegar, decidió quedarse en medio para nada, para desfilar por el desfiladero de Hermida con la compañía de su soledad.

Porque ganar iba a ganar otro. Y ese otro podía ser su compañero de equipo, el kazajo Lutsenko, que obviamente no esperó a un perdedor y decidió jugarse la etapa con el belga Armé y cederla -eso no lo decidió él, sino su colega belga- en los últimos 200 metros exigentes antes de llegar al Monasterio de Santo Toribio de Liébana, donde se restringió la entrada, pero hace poco Jean Michel Jarré reunió a finales de abril a 6.000 personas en un concierto que abría el año jubilar. Liébana, lugar de santidad y de orujo, a elegir. Lugar de andarines y relajados viandantes que se esconden entre los macizos de los Picos de Europa para repostar en Panes, en Hermida, en Potes, antes de fustigarse con la exigencia.

Pero no hay descanso. Vale que se permitió una fuga de 20 ciclistas, para garantizarse un descanso necesario a estas aturas. Vale que desde ese momento, los grandes, los importantes, corrían otra carrera, tenían otro sendero. Su júbilo era distinto al de los que solo querían llegar primeros. El jubileo era para los humildes y ganó uno de los más humildes, Sander Armée, belga de la universitaria Lovaina, que conseguía su primera victoria como profesional. Rompió en el tramo final a Lutsenko, una roca kazaja que ya había ganado en Alcossebre, parado, detenido, seco en el tramo final de la exigente subida al Monasterio.

¿Y para qué te fuiste?, dirá Aru, ¿para ser segundo?, insistirá Aru. ¿Y para qué te fuiste tú, -pensará Lutsenko- a 12 minutos de la fuga, como un titiritero enfadado? Perdieron los dos. Y por detrás, la batalla principal. Y otra vez Contador poniendo petardos en la carretera, seis, siete, sometiendo a los favoritos al espíritu de Fuente Dé (la etapa era distinta, aunque reconocible), intentando, robando, insistiendo, viendo como el Sky poderoso resistía, tan arropadito Froome, tan protegido.

Y Contador dale que dale al pandero, que no decaiga. Uno, dos, cinco, seis ataques, con este, con aquel, detrás o delante de este o de aquel. Contador indiscutible, el rey de la combatividad que no puntúa, el guerrero sin antifaz, el verso libre que no sucumbe a la indiferencia. Y siempre fue cogido, detenido, retenido por la máquina del Sky. Y en esto que Chris Froome, que flaqueó en Los Machucos, herido, quizás ofendido, decide en el último kilómetro pasar al ataque, reivindicar -para algo, no como Aru para nada- su nombre, su posición, su trayectoria, su maillot, sus certezas por encima de sus dudas. Y se va, y le sigue Contador, y resiste Woods, siempre visible con su maillot verde fosforito pero siempre por detrás, agarrado a un rabo de nube, como Silvio Rodríguez.

No era día para italianos. Aru se marcó una contrarreloj con el reloj parado y Nibali, al final cedió 20 segundos ante Froome, incapaz de resistir su último ataque. El vaivén de la Vuelta continúa. Hoy por ti y mañana por mí. Froome devolvió el golpe y ya solo El Angliru le quita el sueño. No va más.

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