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Chris Froome gana la contrarreloj, pero no sentencia la Vuelta a España

El ciclista británico de Sky gana con un tiempo 47:00.51, mientras que Alberto Contador se acerca al podio

Chris Froome durante la contrarreloj.
Chris Froome durante la contrarreloj. JOSE JORDAN (AFP)
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Chris Froome closes in on Vuelta win

¿Ganó Froome? Sí, ganó como se esperaba, porque fue el primero en la contrarreloj de 40 kilómetros en Logroño. ¿O ganó Kelderman, el elegante, con su estilo impecable, impasible, vertical, inquebrantable? ¿O Nibali, que fue el tercero, cuando temía que le desalojaran del salón de la fama? ¿O ganó Contador que fue cuarto cuando no era el visitante esperado, adivina quién viene a merendar esta tarde? ¿O ganó Zakarin, el ruso que se retuerce y parece sufrir cuando disfruta? ¿O ganó Ludvigsson, el campeón sueco con la cruz amarilla de la bandera en la espalda? ¿O Poels, el gregario de Froome, que fue séptimo, así como quien lava, sin darse importancia? Las etapas contrarreloj tienen muchos vencedores y muchos vencidos. Cada cual elige dónde reside su victoria y su derrota: toca el timbre y ve quién le abre la puerta o le ignora. La victoria de Froome era la prevista, quizás fue menor de lo que se esperaba, solo 29 segundos a Kelderman y menos de un minuto a Nibali, Zakarin o Contador. El británico concluyó la vista oral pero aún no ha dictado sentencia, o quizás sí, y no hay posible apelación.

Froome fue de menos a más. Parecía leve al principio, frente al vendaval impetuoso de Kelderman, tan soberano sobre la bicicleta, con ese aire de los antiguos ciclistas holandeses de tronío, sin mover ni un músculo del cuerpo, bicicleta y hombre como una sola cosa. Y Froome moviendo la cabeza, cimbreando sentado —que es una modalidad muy suya—, golpeando los pedales como los guitarristas de rock que rasgan la guitarra eléctrica sin púa. Pero la cabeza en su sitio, midiendo cada centímetro, yendo de menos a más, guardando para el empujón final, cimbreando el cuerpo, serenando la cabeza.

Y Contador allá por delante, midiendo la posibilidad de luchar por el podio o asumir la derrota como solo los luchadores aceptan el fracaso. No ocurrió. Soberbio, imponente, fue el primero en la línea de meta que bajó de los 48 minutos, así colgado de los pedales, mordiéndose los dientes, buscando el aire. Tenía en juego saber cuál era su futuro a cinco días de ver las carreras por la televisión, descansado y quién sabe si mordiéndose las uñas. Y ahora ya tiene otro reto. Ahora es quinto en la general, ahora es el podio lo que le inquieta y lo que le promueve. Ahora está a 1:51 de Zakarin, con dos etapas de alta montaña de por medio y un santo, Toribio de Liébana, entre medio, el que no se sabe qué discurso elabora.

La preliminar de Logroño condenó a Chaves, hundido, destronado, la boca abierta, la saliva en la barbilla, fuera de todo, fuera de sí. Y dejó a López, a Aru, en posición de guerrilleros suicidas para las etapas de montaña. No están vencidos, están irritados, pero están cansados.

Y Froome, quita y pon maillots, de la general, de la combinada, de la regularidad, en espera del de la montaña. Sonriente, siempre sonríe (algunos le pitaron en Logroño, pocos) con sus cuatro pelos sudoroso, sabiendo que la sentencia definitiva tendrá que esperar, madurar en el código ciclista de las grandes batallas, pero sus rivales están más lejos, un poco más lejos, algunos ya muy lejos, antes de Los Machucos, del Angliru, donde algunos ciclistas serán amnistiados y otros condenados a celdas de castigo.

El viento a favor facilitó el trabajo de los menos fuertes y penalizó a los más poderosos. Una contrarreloj llana, con un par de repechos en Viana donde Froome comenzó su progresión. Pero frente a su potencia, esperada, su luminosidad fluorescente, siempre queda el quinqué íntimo de Kelderman, al que no ayudó Barguil en Cuenca y fue expulsado (Geniez y Denz fueron expulsados ayer por su equipo, el AG2R por agarrarse al coche subiendo Sierra Nevada), su estilo impecable que le valió ganar a Dumoulin el campeonato contrarreloj de Holanda, toda una revolución.

Y Contador, siempre Contador, con la etapa de Andorra en la cabeza, con el virus estomacal en la cabeza, a cinco días de la jubilación, comportándose como aquel muchacho al que le invitó su hermano a correr. Froome el porderoso, Kelderman el elegante, Contador el impasible... y Nibali el silencioso, con la cadencia del tiburón que, pese a su tamaño, acaricia las olas en busca de su presa.

Están los que tenían que estar... menos algunos, en la contrarreloj de Logroño, tan larga. Ahora unos son más candidatos y otros más peligrosos. López, por ejemplo, o Chaves, libres como colibrís indultados, en busca de su último nido. Sí, ganó Froome, como se esperaba, pero la sentencia la dictará la vaca pasiega este miércoles en Los Machucos, allí, poderosa, sorprendente, impasible como todas las vacas, que lo mismo miran al tren que a Froome. Pero Froome ganó, como se esperaba, y sigue siendo el juez. Y Poels, su secretario judicial, un gregario entrometido, que fue séptimo en la etapa y ya es octavo en la general. Tirando, tirando se llega lejos.

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