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Guliyev fulmina a Makwala y Van Niekerk, pero no apaga el duelo entre ambos

Tras la derrota en el 200m, el surafricano se queja de que el botsuano insinúe que la IAAF le da trato de favor

Carlos Arribas
Makwala, Guliyev y Van Niekerk, al salir de la curva en la final de 200m
Makwala, Guliyev y Van Niekerk, al salir de la curva en la final de 200mDavid Ramos (Getty Images)

El duelo Makwala-Van Niekerk lo fulminó en la pista de 200m Ramil Guliyevun, un azerbaiyano de 27 años, el Bolt blanco, que se hizo turco a los 21 por 200.000 dólares y que apenas se deja ver por los grandes mítines, pero no lo apagó. En las pistas no volverá a reproducirse (a Makwala le queda el relevo del domingo, para el que no se ha clasificado Suráfrica), pero ante los micrófonos se ha encendido.

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El doble campeón del mundo, campeón olímpico y recordman mundial de los 400m (43,03s) ha estallado porque, dice, está harto de que se hable más de Isaac Badman Makwala que de él, y de que el público solo vibre por las hazañas del increíble botsuano que no ha ganado nada. El jueves de madrugada, después de sufrir su derrota de 200m ante el blanco Guliyev, declaró a la BBC lágrimas que creía que Makwala le había faltado al respeto. “Ha denunciado que ha sido víctima de un sabotaje que le ha impedido correr la final de 400m y se ha atrevido a insinuar yo he tenido algo que ver”, dijo. La IAAF prohibió a Makwala disputar la final de 400m, en la que le habría apretado a Van Niekerk, obligándole a mantener una cuarentena de 48 horas por el norovirus que sufría. “Yo siempre le he respetado a él e insinuar que a mí me han favorecido porque soy el niño mimado de la IAAF es injusto”.

Aunque entre los dos atletas vecinos (de Gaborone, la capital de Botsuana, a Johannesburgo, la ciudad de Van Niekerk, se tarda solo cuatro horas y media por autopista) hay una diferencia de edad de cinco años (30 Makwala contra 25), la rivalidad deportiva comenzó de manera encendidísima hace dos, en julio de 2015. El 4 de julio, Van Niekerk se convierte en París en el primer no americano que desciende de los 44s en los 400m (43,96s), pero al día siguiente Makwala le arrebata el récord de África corriendo 43,72s en La Chaux de Fonds (Suiza). En Pekín, un mes después, Van Niekerk puso las cosas en su sitio ganando el Mundial y borrando a Makwala (43,48s).

Será difícil encontrar dos personajes más diferentes.

Una colega periodista italiana define a Van Niekerk como un seminarista bien educado, sin grandes problemas en la vida que solo quería disfrutar con el atletismo y se siente desbordado en la vorágine en la que se ha convertido su carrera. Su carácter ni su edad eran los mejores para tantos desafíos como se había planteado en Londres 17: el récord del mundo, el doblete 200-400, la herencia de Bolt… Tanto se había anunciado que conseguiría que el resultado final, un oro y una plata, parece un fracaso. Y el doblete era tan difícil que solo un hombre lo había logrado en los 120 años de historia del atletismo. Su autor, Michael Johnson, que pasa por egoísta porque había previsto que Van Niekerk no conseguiría igualarle, ya había advertido que él no había podido enfrentarse a una prueba que exige tanta resistencia física hasta que no cumplió los 28.

Makwala no tiene cuenta de Twitter, no tiene una oficina detrás redactándole comunicados sosos ni un abogado amenazando con querellas a los que se pongan en su camino ni un alto ejecutivo de Adidas trazándole estrategias de imagen. Ha sido la IAAF, paradójicamente, quien le ha elevado a los altares programándole una serie de 200m en solitario, contra el viento, la lluvia heladora y el cronómetro. Ahí nació el gran Makwala tan admirado. Ha peleado y ha derrotado a la IAAF con las solas armas de su carácter y un Facebook incendiario, su altavoz, tan alto como su voz fuerte y clara. Tiene carisma, dicen, aquel que todos quieren ser como él. Como Makwala, que marca tendencia desafiando todas las enseñanzas de las escuelas de negocios. En las calles de algunas ciudades los chavales se ponen un calcetín largo en el brazo derecho para imitar el manguito fosforito con el que corre su héroe y se lanzan desafíos para ver quién hace más flexiones.

Su carácter, el león indomable y malo que quiere ser, lo forjó el pastor de ovejas botsuano en sus años de aprendizaje atlético, que cubrió bajo la protección de su entrenador, el exvelocista botsuano Justice Dipeba, en diferentes centros de rendimiento –en Dakar (Senegal) y en Kingston (Jamaica)—becado por el COI a través de su fondo de Solidaridad Olímpica. Y no podría haber llegado adonde ha llegado, a conseguir, incluso, que durante una semana nadie se acuerde de Usain Bolt en Londres, si no fuera, como es, indestructible. Aunque la fatiga de tantas emociones, corazón roto y carreras en una semana londinense, le venciera en su final.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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