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Moreno pensaba que la juventud duraba siempre

El ciclista de Chiclana, “un chaval que no se enteraba de nada”, ganó el primer oro. Hoy se entrena con su hijo

Carlos Arribas
José Manuel Moreno, centro, en el velódromo que lleva su nombre en Chiclana de la Frontera.
José Manuel Moreno, centro, en el velódromo que lleva su nombre en Chiclana de la Frontera.Juan Carlos Toro

Cuando en La Caixa le dijeron que le entregaban una cartilla a su nombre con 100 millones de pesetas (600.000 euros), pero que solo podría hacerla efectiva cuando cumpliera 50 años, José Manuel Moreno se aceleró y les dijo, “dadme ahora la mitad y ya no os pido más”. “No”, le respondieron. “Lo que tienes que hacer es meter la cartilla en un cajón y olvidarte de ella”, le aconsejaron. “Y eso hice, y bien que se lo agradezco. Me dan 50 millones a los 23 años y los fundo en nada... era la edad. Solo sabía dar pedales, y ya está. Y piensas que toda la vida vas a ser joven y que no se va a acabar nunca. Y dentro de dos años ya recibiré los 100”.

“Ay, si todo aquello me hubiera pasado con la experiencia que tengo ahora, cómo habría cambiado”, dice Moreno, que no se lamenta más que de lo que se lamenta todo el mundo: de que los golpes en la vida, los buenos y los malos, siempre le pillan poco preparado. Y acaban aceptando que la maduración siempre llega a golpes. A Moreno, campeón olímpico del kilómetro contrarreloj (cuatro vueltas al velódromo de Horta, de 250 metros de cuerda y pino siberiano), que fue el primer oro español en Barcelona, hoy hace 25 años, la vida no le ha tratado nada mal.

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El velódromo de Chiclana se llama como él, José Manuel Moreno Periñán, y allí echa sus horas, entrenándose aún, con 48 años, y entrenando a su chaval, que quiere ser ciclista y le dice que está un poco gordo. Han pasado 25 años. Moreno está en el podio oyendo el himno nacional, escondiendo las lágrimas y emocionado con una medalla de oro al cuello. Es campeón olímpico. ¿Con qué sueña entonces? ¿Le ha dado la vida lo que esperaba? ¿La felicidad que le prometía el título?

“Pero esa no es la pregunta, y tampoco la sabría responder”, dice Moreno, hijo de emigrantes andaluces en Holanda que nació en Ámsterdam en 1969 y que desde que volvió a su tierra, cuando tenía siete años, no se ha movido de Chiclana, de sus playas, de su Levante, de su velódromo, en el que ahora mismo, después de comprobar que sigue generando más de 2.000 vatios en la arrancada, se quiere preparar para competir en la velocidad de los Juegos de Tokio, cuando tendrá 51 años. “Cuando luchas por algo como unos Juegos no piensas para nada en lo que te van a dar. Yo era un chaval de 23 años que no sabía prácticamente nada, ni me lo imaginaba, ni pensaba en lo que me iban a regalar, ni en lo que pasaría en el futuro. Un deportista, lo que soy yo, lo que hace es luchar a muerte para conseguir un nuevo éxito, que ansía. Uno se entrena para ello. El reconocimiento y los premios vienen después, pero mientras te fatigas entrenando no lo anticipas”.

Después del podio y del recibimiento en el pueblo, todos en la calle, todo gritos y alegría, el deportista está por la noche solo, en la cama, y la vida por delante.

“El reconocimiento encauzó mi vida, pero no la dirige, yo siempre he sido el mismo”, dice. “Hay un antes y después por narices, pero no todo fue tan sencillo. En teoría se abrían muchas puertas y te prometían muchas cosas, muchísimas promesas que se quedaron en el aire. Te cogen con 23 años y te manejan como un muñequito. Pero, claro, la medalla me ayudó bastante. La gente me conoce en el mundo por la olimpiada de Barcelona. Yo ya había sido campeón del mundo, y no tenía nada que ver”.

Cambia antes el programa olímpico que las personas. La prueba del kilómetro, apenas 63s en el velódromo, a cerca de 60 por hora, ya no es olímpica. Cuando Moreno, era una de las pruebas reinas. La máxima expresión del sinsentido olímpico: cuatro años de preparación para un examen de poco más de un minuto sin posibilidad de repesca. Para aprobarlo con tan buena nota, Moreno se puso a las órdenes de un entrenador soviético que le obligaba a largas sesiones en la carretera, casi 20.000 kilómetros al año. Suficiente para hacerle dudar a uno. “Pero yo no me preguntaba nada”, dice el ciclista, apodado el Ratón en su Chiclana desde los tiempos en que de juvenil imbatible corría en el Chiclanera. “Ahora hay un movimiento fuerte de masters, de niños, en el velódromo de Chiclana, y cuando me preguntan les digo que lo que tienen que hacer es divertirse, y cuando me dicen, ¿sufriste mucho?, les digo que la verdad es que yo no sufrí. Yo ahora voy a entrenar con mi crío, y, aunque me vaya quedando de él, echar un rato en bicicleta es lo que más me gusta del mundo”.

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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